Hace algunos años que, muy a mi pesar, las palabras que mejor me definen como espectadora son: abrumada y desorientada. La producción masiva de ficciones que disparó la aguerrida batalla por suscriptores entre las plataformas no logró más que marearme y anularme. Tengo tanto para elegir que al final no elijo nada.
Al tiempo que dispongo lo consumo haciendo zapping y cuando advierto la hora, termino dándole play a “algo cortito y liviano”, que admita interrupciones constantes y que probablemente no me enganche lo suficiente como para justificar terminar de verlo cuando disponga del momento para hacerlo.
Miento si digo que recuerdo la última vez que actualicé el anotador de mi celular con la “lista de series y películas recomendadas” que tengo pendientes. ¿Para qué? Me resulta imposible ponerme al día, debo ser honesta conmigo misma. Desde Breaking Bad acumulo ficciones imperdibles que ya logré asumir como perdidas.
Pero, aun así, abrumada y desorientada, tengo un termómetro interno que no me falla. Cuando el río suena (preferentemente entre algunos colegas, familiares y amigos con los que ya detecté tener gustos similares), agua trae. Así llegué a The White Lotus, un thriller dramático con toques de humor negro y un virtuoso elenco.
“Es una serie sin mayores pretensiones, muy bien hecha, divertida, y cortita”, me dijo una amiga, y me conquistó.
The White Lotus es un claro ejemplo de lo atractivo que resulta identificar estereotipos, llevarlos a los extremos, crear personajes a partir de ellos, e insertarlos en un escenario del cual el espectador promedio (en mayor o menor medida) fue o es parte.
Quizás muy pocos vacacionen en hoteles exclusivos de Hawái o de Italia, pero algunos sí nos tomamos vacaciones cuando se puede, e interactuamos ocasionalmente con distintos tipos de viajeros y personas que trabajan en el rubro del turismo y la hotelería.
The White Lotus exhibe de manera muy divertida, trágica y cruda las miserias humanas, expresadas en pequeñeces. Dilemas internos a nivel personal, familiar y de pareja quedan expuestos de manera exquisita mientras un huésped saca un turno para el spa, alguien se pasa de tragos en el bar de la pileta o el personal del hotel se equivoca con una reserva.
Temporadas autorresolutivas (hasta el momento hay dos y no haber visto la primera no te imposibilita ver la segunda), con pocos capítulos cada una (la primera tiene seis, la segunda siete) son otros dos grandes puntos a favor de esta ficción para una espectadora con nulas posibilidades de “maratonear”.
La detallista recreación de sus escenarios, su música, elenco, estética singular y sus finales que no escapan a la tragedia shakesperiana dan por resultado un combo que mantiene a muchos expectantes de cara a una (ya confirmada) tercera temporada.
