En su inicio, la cuarta temporada de Succession (HBO Max) daba señales de agotamiento narrativo. Es que los bandos en pugna tenían sus propósitos bien definidos y la batalla que libraban parecía llevar al espectador hacia una situación de desgaste irreversible.
Por un lado, el patriarca Logan Roy (Brian Cox) se había emperrado en no cederles el comando de su corporación mediática a sus hijos interesados en tenerlo. Y por otro, Roman (Kieran Culkin), Kendall (Jeremy Strong) y Shiv (Sarah Snook), los hijos en cuestión, también se mostraron obsesionados en recortar ese liderazgo autoritario a cualquier precio.
En este bando se podría sumar a Connor (Alan Ruck), pero estaba más interesado en cómo gastar una fortuna para complacer a su huidiza novia Willa Ferreyra (Justine Lupe) que en ayudar a sus (medio) hermanos en elaborar una estrategia para obtenerla. Ojo, no es un fresco, tiene sus intereses creados, sólo que el cabildeo permanente no le va.
La venta del imperio mediático familiar Waystar Royco a un gigante tecnológico sueco era el tema que desvelaba a uno (padre) y a otros (hijos), y que dominó la narrativa de los dos primeros episodios emitidos los domingos 26 de marzo (Los Munsters) y 2 de abril (Ensayo).
Entre movimientos ajedrecísticos y citas permanentes de nombres de abogados y de operadores, lo único que había trascendido el tedio fue un guiño manipulador de Logan para que Roman se ponga de su lado y traicione a sus hermanos. Aun así, en la conversación social de los fans se impusieron las preguntas “¿Esto seguirá así?” y “¿Qué sentido tiene estirar una serie de excelencia así para que quede con un final deshilachado?”
Pero para La boda de Connor, el tercer capítulo que se estrenó este domingo 9 de abril, los guionistas jugaron fuertísimo al desviar la atención del casamiento del hermano mayor con una (¿ex?) escort, que se desarrolla en un barco que surca el río Hudson y con todos los hermanos a bordo, hacia el avión en el que Logan viaja desde Suecia. ¿Qué pasó en esa aeronave? Logan tuvo un ataque al corazón en el baño y las tareas de reanimación del personal a bordo (compuesto sólo de azafatas y capitanes, no de médicos; hasta los multimillonarios no pueden tener todo bajo control) resultan insuficientes.
A partir de ahí, y lógicamente, la atmósfera se enrarece a medida que los involucrados en este drama se van enterando del deceso de Logan, que ninguno de sus acompañantes se anima a confirmar, como si temieran una resucitación exasperante del líder seguida de retos por los aires.
Los guionistas resolvieron todo con una llamada, aunque no con una convencional sino con otra realizada desde el iPhone de Tom (el exesposo de Shiv interpretado por un excepcional Tom Wambsgans) con el manos libres desde el avión para que todos escucharan en el barco. Es impresionante el trabajo de dirección cuando Tom le pone su móvil al Logan recién fallecido para que sus hijos le dijeran lo que quieran, lo primero que se les viniera a la mente.
Los gestos de incredulidad y de dolor de los hijos, que aborrecen al padre imperial pero que al mismo tiempo lo aman, son resueltos de manera tan brillante como creíble. Y lo mismo sucede con la propensión a restablecerse de semejante golpe para dar señales de fortaleza, cuando el mundo (y los mercados) empiece a moverse en función de la ausencia definitiva de Logan. Gran trabajo de Mark Mylod, el director. Gran.
En fin, todo quedó seteado para nuevos movimientos, alianzas, traiciones…
Quedan siete capítulos para la despedida definitiva de Succession y si bien se extrañará el aura impiadosa e insensible de Logan, ahora sí, la serie comienza a honrar el nombre que lleva.
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