A favor: Hipnótica adrenalina
Por Germán Arrascaeta
Ozark se presenta promocionalmente como “un drama que juega con los estereotipos aspiracionales estadounidenses y los límites de lo controversial”.
Se entiende el arrebato por tipificar esta serie de Netflix, que expone los devenires de Marty Byrde (Jason Bateman), un contador experto en paraísos fiscales que lava montañas de dólares de un cártel mejicano; de su esposa Wendy (Laura Linney), su socia y estratega; y los de sus hijos Charlotte (Sofia Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner), condicionados a vivir su adolescencia en una ilegalidad tan pulcra como peligrosa.
No obstante, Ozark es mucho más que eso. Es una pieza de supremo arte narrativo, en la que los gestos de los protagonistas se mantienen imperturbables por más que sus humanidades estén corroídas por el miedo y la desconfianza.
El plus de esta realización está en el que el mal, entendido como el riesgo de recibir el tiro en la nuca por parte de un sicario, bulle silencioso a medida de que el núcleo duro va sorteando las trampas del horror.
Porque tanto Marty como Wendy tendrán a su jefe Navarro (Félix Solís) presionándolos todo el tiempo, pero jamás dejarán de resolver sus tensiones familiares desayunando, almorzando o cenando junto a sus hijos en el vidriado comedor de su casa frente al lago. Ni de lucir respetables y pulcros, tal como se los ve, incluso, cada vez que llevan un cadáver a su crematorio, uno de sus tantos emprendimientos fachada.
En esta última temporada, que los productores han decidido dividir en dos entregas, el gancho es cómo lograrán los Byrde reencauzar su vida sin la amenaza narco que los sobresalta. Si podrán vivir en armonía, y disfrutando de la liquidez inmediata que genera el lavado de activos. ¿La concreción del sueño americano desde la ilegalidad más absoluta? Difícil aunque, por el momento, no imposible.
Y la resolución en pantalla los muestra desarrollando movimientos ajedrecísticos con suerte dispar, manteniendo en el espectador una adrenalina hipnótica similar a la que generaba, por caso, Breaking Bad.
Ozark está a siete capítulos de su final, algo para celebrar porque una serie de tan alta factura merece respeto y no ser ajada con prolongaciones especulativas.
En contra: Cada vez menos rasgos particulares
Por Juan Manuel Pairone
Estrenada el 27 de marzo de 2020, la tercera temporada de Ozark aprovechó el inicio duro y rígido de la pandemia y el confinamiento a nivel global para consagrarse como uno de los estrenos de aquel año en el que todo cambió.
A esa altura, ya era una de las series más interesantes dentro de la oleada de narcoficciones que inundó las plataformas en los últimos años. Pero todo se multiplicó a partir de esa electrizante tercera temporada, con un final tan deslumbrante como la evolución en los matices de sus personajes.
Las comparaciones con Breaking Bad no se hicieron esperar y los Byrde calaron tan hondo en la audiencia seriéfila que el escenario previo de cara a una temporada de cierre no podía ser mejor. Sin embargo, tras el regreso de Jason Bateman, Laura Linney, Julia Garner y elenco luego de casi dos años en la primera parte de su anunciado final, puede decirse que todo está más o menos igual que en 2020.
El matrimonio Byrde sigue su ya habitual desfile de nudos y contranudos y se supera en sus propias capacidades sobrenaturales. “Sé que lograrás salir de este problema, sea lo que sea”, le dice Ruth a Marty en una escena del último episodio, antes de descubrir el hecho que jugará como columna vertebral de los últimos siete episodios pendientes. Es un resumen perfecto de la sensación que queda ante cada nuevo inconveniente sorteado por la pareja protagonista.
Así, la serie se parece cada vez más a aquello que antes elegía no replicar. Luego de presentar una perspectiva diferente del mundo vinculado al negocio de las drogas, Ozark termina cayendo en demasiados lugares comunes. FBI, arreglos entre partes, amenazas y alguna que otra muerte rutilante: nada nuevo bajo el sol. Incluso, en los últimos capítulos el particular contexto del lago de Ozarks queda minimizado casi por completo.
En definitiva, y con la decisión de replicar la estrategia de Game of Thrones o La casa de papel, esta temporada final dividida en dos cae en la tentación de retener a la audiencia por un tiempo más en vez de cerrar la historia en su punto justo. Habrá que ver qué pasa con los Byrde y su destino, pero está claro que Ozark no volverá a encarnar esa inesperada sorpresa que alguna vez fue.
