A favor: Una complicidad controlada
Por Beatriz Molinari
Cambiar el tono y el ritmo de la televisión es una pequeña hazaña cuando depende de un conductor. Darío Barassi se mueve muy cómodo en el formato de 100 argentinos dicen, un programa más de preguntas y respuestas que sería soporífero sin el histrionismo del conductor.
Con las herramientas del comediante, el juego toma otro camino, por momentos festivo.
Barassi arranca sonrisas y divierte cuando entra en la dinámica de chistes con los participantes, ya sean anónimos o famosos. En realidad, las familias que llegan a jugar suelen ser más desenvueltas y veloces frente a la cámara que las figuras que se enganchan con la competencia pero no pierden su personaje.
El conductor puede con todo. La estrategia de burlarse de sí mismo afloja cualquier tensión inicial. Como showman, lleva adelante la rutina con desenfado, tarjeta de preguntas en mano y en constante tire y afloje con la cámara que le dedica los primeros planos necesarios para que él haga su acting.
El conductor se potencia cuando los participantes le devuelven la ocurrencia. De eso se trata. A veces no ocurre, o, como se vio, un participante quiere ser más picante que Barassi. “No pasa nada” es su frase. Todo es un juego.
Es aceptado por la audiencia cuando habla de él como “el gordo”, en tercera persona. Si hace foco en alguien, el programa establece esa dinámica en la que parece que todo está permitido. De todas maneras, Barassi se detiene siempre varios metros antes del abismo.
La cuestión pasa por el contrato tácito o previo con los jugadores. Hace falta cierta complicidad para que las preguntas fluyan en medio de acotaciones, anécdotas o referencias que van “·vistiendo” el formato. Como cuando Barassi se pone, cruzado en el cuerpo, el “súper mono de Lali” y lanza besos hacia donde tengan que llegar.
Difícilmente el programa se le escape. Si ocurre, en segundos, ahí está la productora o la cámara acompañándolo. Barassi controla y conduce, invita al juego y hasta logra que algún participante supere la inhibición.
Por otra parte, él mismo aclara que las respuestas llevan al imaginario de la gente que responde más o menos parecido, aunque en ciertas oportunidades cuesta saber qué incomoda a los 100 argentinos, qué recuerdan o padecen.
Darío Barassi anima el programa gracias a su capacidad para crear ambiente y contexto. Es un comunicador hábil y el público reconoce ese mérito.
En contra: El chiste siempre fácil
Por Noelia Maldonado
Darío Barassi es la nueva estrella de El Trece a punto tal que ahora el canal buscará reestructurar su grilla y cambiaría de horario 100 argentinos dicen (uno de los programas que más mide) para empujar el rating de su noticiero central por la noche.
Hoy pocos recuerdan los inicios de Barassi como notero, devenido luego en humorista, para el programa AM de Leo Montero y Vero Lozano. Era ese histriónico rol el que el cómico más sabía explotar con sus cápsulas de imitaciones, baile y canto.
Ahora, más de 10 años después y luego de muchos papeles en ficción y no ficción, el humorista probó la conducción de un programa de preguntas y respuestas y el resultado es algo raro, como una especie de stand up mechado con consignas e interacción con los participantes. ¿Es necesario ser chistoso el 90 por ciento del tiempo?
Es que 100 argentinos dicen conducido por Barassi ha tomado el timing de una sitcom, cada cierta cantidad de segundos tiene que venir un remate en formato de chiste y no importa nunca en referencia a qué tema.
Entonces cuando no se le ocurre nada (ser gracioso todo el tiempo es una tarea muy difícil) se vale de los clásicos chistes fáciles sobre la apariencia o las actitudes de los participantes.
Por poner un ejemplo, días atrás se la agarró con una mujer. “Lo lenta que es Bety, siento que tengo un Teletubbie al lado”, dijo el cómico no sin antes imitar a estos personajes infantiles ante la risa generalizada del estudio, que siempre le festeja las ocurrencias.
En otra ocasión una familia le llevó de regalo una picada con una tarjeta que decía: “Darío te queremos mucho. Familia Suárez”. ¿Cómo salió de ese momento televisivo el actor? Respondiendo con picardía: “La dedicatoria es medio pedorra”. Otra vez, risas.
La dinámica del programa es cansadora porque repite todo el tiempo la misma lógica: alguien responde mal, Barassi se le ríe; alguien de su producción le avisa algo por fuera de cámara y él aprovecha para “gastarlo” y por supuesto reírse; y para peor, cuando no sabe qué responder o hay un bache en el programa lo llena con algún chiste fácil.
Todo sale bien mientras los participantes le siguen el juego, pero cuando alguno ha osado jugarle de igual a igual, a Darío Barassi no le hizo ninguna gracia.
