Existen nuevas celebridades –genéricamente llamadas influencers– que no requieren legitimación televisiva por controlar sus mediatizaciones desde plataformas como Instagram, Twitch o YouTube. Entre estos famosos emergentes ocupa un lugar cada vez más destacado Federico Cyrulnik, hermano de la modelo Jimena.
Cyrulnik acaudala hasta la fecha 1.200.000 seguidores en Instagram y un Martín Fierro digital por mejor contenido temático. Es decir, que ya puede vivir de canjes y vender sin dificultad sus shows utilizando Instagram como muestrario de talento.
¿Qué lo distingue? En reels de no más de un minuto (Internet es la burocracia de lo breve), Cyrulnik hace videos de las reacciones de los signos zodiacales en situaciones rándoms: cómo reaccionan los signos poniéndose protector solar, en la fila del supermercado, cebando mate, jugando al jenga, y así al infinito, retorciendo toda variable situacional.
De ser otro standapero millennial repitiendo la fórmula de la incorrección política y la autohumillación, Federico Cyrulnik pasó a ser un “standapero” zodiacal, conexión insólita que aceleró su distinción dentro del mar homogéneo de contenidos.
También hay que reconocer que Cyrulnik no es un improvisado: estudia y planifica el contenido, sabe qué elementos estéticos funcionan (pegarse en la frente un precario cartel manuscrito con el signo en cuestión es un acierto) y cómo darle continuidad y desarrollo a sus personajes zodiacales gracias a su atletismo actoral.
Si funciona en redes, ¿también funciona en TV?
Los productores televisivos toman nota del fenómeno y empiezan a invitarlo a programas. Allí sucede algo fuera de pronóstico: la presencia de Cyrulnik en el set jamás funciona: lo tratan como a un gurú zodiacal y le desbarajustan la lógica humorística del monólogo.
Cyrulnik se harta de aclarar que no es astrólogo y aún así los panelistas le hacen consultas esotéricas o se ponen a la defensiva ante el menor absurdo del propio signo.
La televisión, mañosa y nostálgica, retoma esa idea del tótem esotérico al estilo Horángel, Ludovica o Pitty, la numeróloga, sin entender que el trabajo de Cyrulnik es una parodia a esta seudociencia. Cuando Cyrulnik hace su gracia en televisión, el desenfado de Instagram se pierde, como hacer un chiste perfecto en el contexto equivocado.
El humor astrológico de Cyrulnik funciona justamente porque blanquea el consumo informal y caprichoso del horóscopo: técnica divertida y carente de rigor, un reduccionismo psicológico que acierta por descarte.
La astrología ahora se desentiende del experto; uno se hace cartas astrales en páginas webs dudosas y utiliza todo lo relacionado con los astros en clave egocéntrica y bizarra, como espejo deforme de la personalidad. Es un autodescubrimiento que de antemano se sabe falso.
No es casual que la ridiculización del zodíaco encastre con otra práctica obsesionada con el yo: el stand up, esa vampirización biográfica para el armado de unipersonales. Todo standapero es un carancho de su propia vida y la de su generación.
La astucia de Cyrulnik consiste en absorber una corriente new age saturada y desgarrarla en los límites de la frivolidad. Cada video de los signos reaccionando reconoce nuestra gula astrológica y la permisividad de que no haya allí nada estricto, siquiera cierto, a cambio de diversión narcisista.
Los astros pierden su poder de guía y predicción para ser una taxonomía caricaturesca, repertorio de un “standapero”. O el descrédito de una seudociencia en manos de un influencer, quién lo hubiese imaginado.
