Lo ocurrido el jueves por la noche en el estadio de Instituto fue decepcionante, al menos para muchos que hicieron enormes esfuerzos para ver al cantante mejicano Luis Miguel y a cambio recibieron un show mezquino, extracorto y sin un “hola, Córdoba” o “chau, gracias”.
Cuando se prendieron las luces del estadio, todos nos quedamos mirando por unos segundo el reloj, algunos dudábamos sobre si se nos había pasado rápido el tiempo. Pero no. Era el final. Luismi había decidido quitar el bloque central (con mariachis incluidos) y pasar directo al enganchado de hits que suele ser el cierre del show. Ahora, con internet, cualquiera puede chequear el recital que hizo el artista en otras ciudades y comparar.
Fue entonces cuando la gente empezó a ser evacuada del lugar y espontáneamente comenzó a gritar “¡estafa, estafa, estafa!”. Inmediatamente la productora local se encargó de confirmarle a VOS que efectivamente el show había sido acortado por decisión unilateral del artista. Es decir, el contrato era por un espectáculo más extenso, pero el mejicano lo redujo.
Ahí fue cuando empezamos a reparar en que Luismi se mostraba incómodo desde que había comenzado a caer una suave llovizna sobre la zona. En ningún momento se trató de una lluvia fuerte que pudiera poner en riesgo al artista o a los espectadores, como argumentó el artista luego en un comunicado.
Pero, claro, allí comenzó a cobrar sentido el momento en el que Luismi cortó el show por unos minutos y al regresar apareció con su guardaespaldas sosteniendo un paraguas negro. La escena era más que grotesca. También había un asistente que le colocaba un trapo de pisos para que pudiera subir las escaleras. Eso sí tenía sentido porque el artista podía resbalarse por la fina capa de agua que había en el escenario. Lo del paraguas era demasiado.
Desde ese momento, el show se acotó. El cantante daba pequeños giros y saltos cortos que eran acompañados por el guardaespaldas levantando el paraguas. Otra vez, una escena algo surrealista.
Ser fanático o no serlo
“Tú, la incondicional, la que no espera nada...”. La frase de la canción terminó siendo premonitoria.
Mientras la mayoría abandonaba el estadio enojada o decepcionada (“desde hoy le retiro mi amor”, decían algunas), VOS habló con las integrantes del Simplemente Luis Miguel, el club de fans cordobés que se mantiene organizado desde 1994.
Las fanáticas elucubraron distintas teorías sobre lo que le pasaba al artista, pero ninguna se quejó. Ellas, que dicen conocerlo muy bien y haberlo visto infinidad de veces, aseguraron: “Algo le pasaba. Ya cuando salió notamos que no estaba cómodo, quizás tenía problemas en el sonido”. Otra agregó: “No estaba bien”. Alguien remató: “La lluvia no es su culpa”.
Ante la consulta sobre si su artista favorito las había defraudado, gritaron al unísono que “¡Nooo!”, que lo volverían a ver una y mil veces. Y ahí hay algo para pensar.
Mariana Enriquez editó hace muy poco un libro llamado Porque demasiado no es suficiente, un texto en el que repasa su amor por la banda Suede.
En poco más de 200 páginas la escritora se muestra como una fan más de un grupo cualquiera y explica las razones emocionales que hacen que alguien se fanatice con un artista. ¿Algo es capaz de decepcionarlos? Sí, un mal disco puede ser motivo de enojo momentáneo, pero nada más.
La dependencia emocional que se puede tener con una obra y la obsesión con una persona pueden llevarlos a lugares inesperados. Para Enriquez eso es un orgullo, es una muestra de humanidad.
“El fan mañoso cree que solo él (o ella) conoce a su banda”, dice la escritora, al tiempo que repasa la historia de los principales grupos de fans que nacieron con personajes literarios, mucho antes que con la música, aunque estos son de los más obsesivos.
Como sea, la reacción del club de fans nos permite reflexionar por qué artistas como Luismi tienen ya varias polémicas sobre sus hombros y aun así conservan el amor intacto de muchos seguidores. Una respuesta posible es la obra, esa que emociona más allá de la persona.
Sin embargo, del otro lado había miles y miles de espectadores que hicieron un esfuerzo inconmensurable (sacaron créditos, no fueron al trabajo, viajaron largas horas) en un momento difícil de la Argentina esperando por fin tener dos horas de placer, de distensión.
A cambio, el artista les ofreció su versión más mezquina y quisquillosa.
Ahora sólo nos queda preguntarnos quiénes se arriesgarán a comprar una entrada la próxima vez que venga (si es que decide volver).
