Lo que se desató en los últimos días no tiene antecedentes en nuestro país, aunque sí se vio en Estados Unidos con el enfrentamiento entre Donald Trump y Taylor Swift.
En medio de la crisis política y económica que atraviesa el gobierno de Javier Milei, signado por una inflación galopante, la falta de acuerdos, la eliminación de los subsidios y el riesgo de que no se inicien las clases, el Presidente decidió confrontar con una artista. Como si no tuviese verdaderos fuegos que apagar...
Todo lo que comenzó meses atrás (durante las elecciones) terminó por decantar en los últimos días durante la programación de Cosquín Rock, festival en el que la cantante era una de las figuras centrales.
Allí, Milei puso en cuestión, primero, los fondos con los que se realiza el evento y, segundo, que Lali supuestamente se esté llenando los bolsillos con nuestros impuestos, una simplificación libertaria que años atrás consideraríamos descabellada, pero que ahora se materializa frente a nuestros ojos.
Un amplio abanico de referentes de la cultura salió a respaldar a Lali y generar la consigna “Del lado Lali de la vida”.
Si bien esto sirve para polarizar aún más la discusión (que bastante polarizada viene), lo cierto es que no hay otra forma de pararse frente a la prepotencia de Milei y de sus seguidores.
La consigna puede resultar vana, vacía y hasta frívola si la vemos en los perfiles de los artistas, pero encierra una gran verdad: no se puede sino estar en contra de cualquier persona que intente silenciar a otra.
Ya lo decía el periodista Ernesto Tenembaum días atrás en una de sus editoriales: en lugar de discutir contra el abuso de poder, terminamos discutiendo sobre una persona que se atreve a pensar distinto, algo que Milei siempre pregonó cuando era un outsider y criticaba por igual al kirchnerismo y al macrismo.
Por aquel entonces, el ahora Presidente, decía: “Hay toda una discusión sobre lo que es la libertad de expresión (...) La verdad es que yo puedo decir todo lo que me molesta. En ese formato mi opinión es mi propiedad. Yo como liberal que soy digo que vos podés opinar lo que quieras porque esa es tu opinión. ¿Qué pasa ahora si alguien vinculado con el Estado o con un medio que recibe pauta del Estado o es pariente de un funcionario, usa eso contra alguien que opina distinto? ¡Eso es fascismo! Esta es la policía del pensamiento. Habría que hacer el rastreo sobre cómo se financian porque no sea cosa que en el fondo esté el aparato represivo del Estado persiguiendo a los que piensan distinto”.
Palabras más palabras menos, Milei se anticipó en describir como “fascista” a cualquier persona con poder que persigue a otro que no opina como él. Ahora que es Presidente, se olvidó de aquella premisa: “Mi opinión, mi propiedad”.
Y en eso es fundamental advertir la correlación de fuerzas. Ya lo dijo el periodista Jorge “Petete” Martínez, otra víctima de los exabruptos de Milei: “No me puedo enfrentar al Presidente, soy sólo un periodista. Me pueden aplastar como una mosca. No estoy en condiciones de subirme a un ring, no hay equivalencia”.
Esto no es sólo contra Lali
Acá no se trata de “defender” a Lali porque, como dijo su pareja, el youtuber Pedro Rosemblat, queda claro que ella se defiende sola. Se trata de advertir que estas actitudes no se alinean con los acuerdos que tanto nos costó conseguir en democracia.
Y no sólo eso. Si bien esta clase de escándalos no ayudan en un país sumido en la pobreza que debería estar discutiendo cuestiones más relevantes, sirven al menos para hablar de lo prioritario de la cultura. Para reforzar el carácter expresivo que deben tener las obras y los artistas. Para que la cultura sea un paraguas en el que se resguarde todo aquel que tenga ganas y necesidad, más allá de lo que piensa.
Ya lo resumió muy bien el Chango Spasiuk meses atrás en diálogo con VOS. Sus palabras fueron: “Es un gran error pensar que la música es sólo para entretenernos. Es subestimar la capacidad transformadora que tiene. A veces observo hacia dónde va el debate sobre la cultura y lo siento como un insulto. Sin ser un intelectual, siento que es demasiado básico, mecánico y repetitivo. ’Muy playito’, como diríamos en Misiones. La cultura nos da la oportunidad de interpelarnos de una manera mucho más profunda. Nos atraviesa con un poco de memoria, con un poco de cohesión de toda la diversidad de la cual estamos hechos”.
Esa diversidad debería ser la que aflore en estos tiempos de nuevas (y viejas) ideas. Y justamente por eso no se puede pasar inadvertido lo que ocurre con Lali.
Si de algo sirve imaginarlo: ¿qué pasaría si a alguno de nosotros nos ocurriera lo mismo que a Lali con este u otro Gobierno? ¿Cuánto falta para que la persecución ideológica sea moneda corriente?
