Me define lo que no quiero ser. Hacia el final de concierto que la banda británica The Cult ofreció el sábado en Krakovia, Ian Astbury miró a la modesta multitud y dijo algo como que el verdadero espíritu del rock & roll estaba ahí y no en las grandes puestas de Aerosmith o Guns N’ Roses. Se podrá estar de acuerdo o no con el ninguneo a esas bandas más expansivas y menos sugerentes, pero hay que concederle al cantante que los elementos conjugados al momento de su alocución convertían en histórica a la cita: una banda de rock duro con alta estampa y ningún artificio más allá de visuales de amapolas, tira por las cabezas presentes sus clásicos incombustibles, mientras un sonido ensordecedor en las cercanías del escenario contribuía al éxtasis popular. Astbury se refirió a una atmósfera y a una escala ideal para vibrar sus ensoñaciones místicas. Y lo hizo después de aclarar que documentar un show con un teléfono tampoco tiene nada de vital.
Años tempranos. Cuando defiende nuevo disco, una banda legendaria siempre tiene que luchar con su pasado glorioso. Así, por lo general los viejos himnos viven un estado de tensión con el material más reciente. En esta gira, los The Cult no se comieron la cabeza con el asunto: fueron a los bifes y privilegiaron el disparador del 30° aniversario de la edición de Electric, su disco de 1987 en el que abandonaron cierta aura psicodélica para consagrarse definitivamente al rock duro. De esa obra sonaron Wild Flower en la apertura, Love Removal Machine en el cierre y un racimo de rocks frenteros en el medio: Lil' Devil, Electric Ocean, King Contrary Man y, por supuesto, Peace Dog. ¿No vale la pena haber venido a este mundo para levantar el puño y agitarlo en el estribillo de este tema como un troglodita pacifista? ¿No vale la pena oponerle a la violencia de las imágenes de Cataluña, que llegaban a nuestros smartphones en la madrugada, este espasmo rocanrolero? Humildemente, sí, vale muchísimo la pena. Love, el disco de 1985 que tenía la citada aura psicodélica, también fue reverenciado exhaustivamente con Rain, Nirvana, She Sells Sanctuary y Phoenix con su correspondiente explosión de wah wah por parte de Billy Duffy.
El violero, magistral; el cantante, el magnetismo intacto. La noche del sábado nos hizo pensar una vez más que Billy Duffy está un tanto subestimado por las enciclopedias dedicadas a la guitarra en el rock & roll. Porque hay pocos como él a la hora de matizar lo que en otros es simplemente bestial. Además de tocar los solos al carbónico, sin pifiar una nota con respecto a la progresión documentada en los discos, Duffy muestra detalles armónicos, acoples controlados, wah wah lisérgicos… Una amplia paleta de recursos sin tanto alarde de instrumentos, ya que sólo se vale de una guitarra Gretsch de caja y una Les Paul. Duffy es más que un buen alumno de los héroes setentistas de las seis cuerdas. Astbury, por su parte, se reinventó como performer: si antes era explosivo en lo vocal e hiperquinético en lo corporal, ahora se expresa sin tantos matices en el primer aspecto y bastante sobrio en el segundo. Acaso una operación en la cadera lo haya apaciguado todo… No obstante, su sola estampa llena la atmósfera, al tiempo que se garganta se compromete lo suficiente con las estampidas planteadas por sus compañeros.
Los Doors, más que sugeridos. Ian Astbury fue el vocalista elegido por el ya fallecido Ray Manzarek para recrear a The Doors en este nuevo tiempo. Esa elección no fue caprichosa, ya que el vocalista inglés era la figura que mejor se aproximaba al mito de Jim Morrison. Por el respeto de la sabiduría de los pueblos indígenas de Estados Unidos, por la asimilación de sus rituales dionisíacos... Lo cierto es que el sábado sonó The Doors en la previa y durante el concierto hubo un homenaje sutil durante la interpretación de Sweet Soul Sister. Efectivamente, cuando llegó el remanso de ese tema, el tecladista hizo un movimiento pianístico similar al de Riders On The Storm. Entretanto, afuera una tormenta amenazaba liberarnos del embrujo.
¿Y el nuevo disco? Vamos, que a nadie le interesaba demasiado qué podía pasar en relación a Hidden City. No obstante, de esa obra se propusieron Dark Energy, Deeply Ordered Chaos y GOAT, temas que a pesar de que les costó sobreponerse a la excitación que despertaron los clásicos, alcanzaron a destilar su mensaje de apocalipsis ahora ¿Cómo contradecir ese mensaje, por otra parte? Otra canción satelital a tanta retrospectiva fue Rise, perteneciente a Beyond Good and Devil de 2001.
