Hay una historia conocida por coleccionistas y cierto fandom: el dibujo animado de He-Man que se popularizó en la década de 1980 fue creado para vender un juguete que la empresa Mattel había fabricado previamente. Es decir: primero fue el muñeco, lo demás fue marketing.
Lo mismo podría decirse de la película Barbie, que tiñó de rosado las redes sociales y la taquilla (es el estreno más exitoso del año en Estados Unidos). Pero Mattel esta vez le tocó la puerta a Greta Gerwig, directora que viene de las profundidades del cine indie y que se pasó años pensando en qué iba a hacer con la propuesta de dirigir Barbie.
¿Qué hizo? Convirtió a la muñeca emblema de generaciones en un caballo de Troya rubio, rosado y bañado en glitter para hablar de feminismo, patriarcado y mansplainning. Con el permiso de Mattel, claro, que evaluó que para recuperar centralidad algo había que decir del elefante rosa en la habitación de Barbie.
Un alto porcentaje de mujeres en el mundo han jugado con una Barbie en los últimos 50 años: las que podían, con una propia; las que no tenían cómo comprarla, con una prestada; otras con algunas de las copias no oficiales (que eran más baratas y, por eso mismo, más peladas).
El poder simbólico de Barbie, su lugar central como ícono de la cultura pop y su espacio como muñeca catalizadora de nuevos mandatos femeninos son innegables.
Cada niña o exniña tiene seguramente su experiencia Barbie: algunas las vestían, les armaban una casa, las hacían hablar, las peinaban. Estaban también las que las rapaban, tatuaban y desnudaban.
Otras intentábamos que se les doblaran las rodillas más de lo que permitía la articulación ínfima de Mattel, hasta romperlas (en mi casa, dejé dos Barbies con la rótula destrozada). Con Barbie no se jugaba a ser mamá, había que inventar otra cosa.
La directora toma esa idea como origen de su película. Y a partir de allí lo hace explotar por los aires. La propuesta de Barbie será rosada, pero también (y por suerte) es deforme: una inesperada manera de abordarla desde todas sus contradicciones.
Como Lisa Simpson en el episodio sobre Stacy Malibú, Greta Gerwig toma a su muñeca y a la industria para hacerles preguntas. Cuestiona y celebra a la vez a Barbie o, como ella misma dijo en una entrevista: “Estoy haciendo la cosa y subvirtiendo la cosa”.
Y lo hace maravillosamente bien por un gran detalle: el género que elige. Esto deberíamos haberlo dicho en el primer párrafo: Barbie a una comedia. Y una divertidísima.
El humor como conductor de ideas no sólo es efectivo para hacerlas llegar a destino, sino que requiere de ciertos pasos que Gerwig da sin titubear: hay parodias de otras películas, sátiras de típicas escenas masculinas, chistes con canciones populares (el humor y la música, el mejor maridaje de Barbie), guiños inteligentes y otros más pavos.
Es decir: Barbie no es un manual de feminismo rubio for dummies. Es una comedia liviana y pesada a la vez, que primero te hace reír.
Y se hace cargo, a pesar de los delirios que incluye (Ken galopando en un caballo imaginario, Barbie hiperventilada porque de repente tiene celulitis), de que es un filme mainstream, que aquí puede ser entendido desde una acepción positiva: para todo el mundo.
Barbie no es “una ‘peli’ sólo para chicas”. Es, como lo son las grandes historias de juguetes como Toy Story o Pinocho, una historia para todo el mundo. Que el rosa no te confunda. O, mejor: dejate envolver por la ola rosada.
