Un grupo de medio centenar de vecinos de barrio Argüello, en el noroeste de la ciudad de Córdoba, se conoce por un motivo para nada feliz: un grupo de WhatsApp creado para abordar el problema de inseguridad que comenzó a acentuarse hace dos años sobre la base del fenómeno de casas ocupadas como “aguantaderos” de delincuentes.
Al comienzo, a través de este canal coordinaron la instalación de alarmas comunitarias. Pero desde hace un mes, el espacio digital fue la vía para señalar a los ocupantes de diferentes viviendas abandonadas en la zona, donde se refugiarían jóvenes que delinquen en la zona.
Este nuevo foco comenzó luego de que en el mismo grupo pudieron constatar –gracias a cámaras de seguridad– que de esos lugares entraban y salían delincuentes a diario. Luego, los veían o los atrapaban robando “chucherías” en los patios de las viviendas.
Fuentes de investigaciones policiales coincidieron con el diagnóstico. Y, según confirmaron, a diario se realizan operativos para controlar y perseguir un tipo de delito que crece con fuerza: el arrebato.
“Roban lo que encuentran en los jardines de las viviendas, o atacan a las personas mayores cuando salen a hacer las compras, o a los chicos que vuelven de las escuelas. Roban lo que pueden”, explicaron.
El grupo de vecinos, cuyos integrantes pidieron reserva de su identidad, señala tres puntos neurálgicos donde se instalaron grupos de personas en situación de calle.
Se trata de una edificación ubicada en la esquina de César Milone y Donato Álvarez; el predio del ex dispensario municipal número 33, en Donato Álvarez al 7375; y un espacio detrás del club Argüello Juniors.
Las claves del problema
Desde que se instalaron las alarmas comunitarias, la principal preocupación eran los adolescentes que deambulaban en el barrio y que luego eran vistos en esquinas de la zona donde se juntaban a consumir drogas. “Primero eran cuatro, ahora son 10 o 15. Antes ocupaban sólo una casa; hoy, son varios lugares. Desde ahí salen a robar y vuelven como si nada”, cuenta una vecina.
En el inmueble de Milone y Donato Álvarez, los vecinos dicen que los propios “ocupas” iniciaron un incendio para apropiarse de ese lugar. Después de ese siniestro, los ocupantes se fueron, pero regresaron luego de un tiempo.
“Hicimos denuncias, pedimos ayuda, pero siguen ahí. Se quedan en la ‘casa quemada’ que hicieron suya, salen para robar, vuelven a esconderse y esto se repite todos los días”, relatan.
El grupo también señala que, hace dos semanas, varios de los jóvenes se instalaron en el ex dispensario 33. Según informaron fuentes oficiales, el edificio pertenece a la Municipalidad de Córdoba y está bajo orden de demolición por riesgo de derrumbe, aunque esa medida aún no se concretó.
Mientras tanto, es refugio de personas a las que los vecinos identificaron cometiendo robos.
“No necesariamente son las misma personas que duermen en ese ‘tolderío’. Pero las cámaras de seguridad muestran claramente que hacia allí corren los ladrones después de un arrebato. Se escudan en ese lugar y después salen impunemente”, aseguran los vecinos.
Drogas y delito
En las grabaciones que tienen los vecinos se ve a estos grupos entrar a viviendas para sustraer cualquier cosa: desde pelotas y ropa tendida, hasta focos de luz. “Los muelen y usan eso para fumar. También queman cables para vender el cobre”, dicen los frentistas.
“Pasan a toda hora, cruzan por el predio de la Academia Argüello y se van por el Canal Maestro”, explica otro vecino.
De todos modos, los delitos son “menores”. “Arrebatan, saltan tapias y salen corriendo, se roban los picaportes. Son adictos al ‘pipazo’ y necesitan mil pesos para comprar cada vez que consumen. El efecto dura poco y vuelven a robar para volver a comprar”, resumen.
Vidas condicionadas
A raíz de este cuadro de inseguridad, los vecinos de esta zona de la ciudad capital se vieron obligados a cambiar sus hábitos de vida.
“Salimos sin nada a la calle, porque cuando vamos a comprar nos pueden robar. Escondemos el dinero en la ropa, o las mujeres lo hacen en su ropa interior, en las bombachas o los corpiños. Nos tenemos que mover sin llamar la atención o pedirle a alguien que nos vigile desde lejos, para que no nos ataquen”, relata una fuente vecinal.
La dinámica del barrio cambió. “No podés salir a ninguna hora tranquilo. Si no estás en tu casa, se meten y te sacan lo que sea”, asegura un hombre que vive a pocas cuadras del exdispensario.
Para ellos se acabaron las escapadas de fines de semana, que hasta hace poco tiempo eran más frecuentes. “Están atentos a las viviendas vacías. Tienen un punto privilegiado para saber cuándo nos vamos y cuándo llegamos”, comentan.
Una vecina relata que dos veces encontró a un hombre adentro de su patio, cuando intentaron robar su vehículo. En una ocasión, logró ahuyentar a dos intrusos activando la alarma de la casa.
“Salieron a las corridas y uno se tropezó con la tapia. A los meses volvió y esta vez no pudo robar el coche porque lo frenó el cortacorriente, pero pudo sacarlo hasta afuera de la cochera”, cierra.