Ubicado a 200 metros de la plaza San Martín, en pleno Centro de Córdoba, el edificio acapara la atención de un amplio grupo de investigadores que tratan de echar luz a tanto espanto. Los pesquisas policiales y judiciales trabajan para esclarecer el salvaje asesinato de una mujer, por quien nadie reclama y cuyos restos fueron hallados empaquetados dentro de un viejo placar.
El estremecedor hallazgo se produjo hace pocas semanas en el departamento 3º A donde vivía el homicida Horacio Grasso, quien gozaba de una prisión domiciliaria que, al parecer, nadie controlaba.
El espanto fue descubierto en el edificio de calle Buenos Aires al 315, esquina Corrientes, una histórica zona comercial del Centro.
Lo que pocos recuerdan es que ese edificio fue escenario hace algo más de dos décadas de otro grave caso criminal, aunque por fortuna no hubo que lamentar muerte alguna: el secuestro extorsivo de un chico de por entonces 14 años a manos de una banda de peligrosos delincuentes.
La víctima fue José, uno de los hijos de un matrimonio vinculado a un conocido banco de Córdoba.
El adolescente llegó a estar cautivo por más de 60 horas a manos de la banda, que lo mantuvo en un domicilio, mientras los padres negociaban el rescate. Finalmente, el padre del muchacho tuvo que viajar a Buenos Aires para pagar el rescate.

José fue liberado sano y salvo.
El muchacho logró rehacer su vida y salir adelante, dejando atrás aquella pesadilla. Su familia se repuso.
Eso sí, el caso quedó llamativamente impune y es una de las tantas manchas de la Justicia provincial. En aquel momento, los secuestros eran de competencia provincial.
Los investigadores de ese entonces vincularon el rapto del chico a la banda del secuestrador Martín “el Porteño” Luzi, hoy preso otra vez.
De hecho, siempre se deslizó que aquel caso habría sido uno de sus primeros golpes importantes.
Sin embargo, la causa judicial quedó sumida en la nada misma.
Golpe comando y secuestro
Todo sucedió en la madrugada del miércoles 24 de julio de 2002.
Con el dato de una supuesta alta cantidad de dinero existente en el departamento de la familia, una banda de varios delincuentes llegó al edificio de Buenos Aires al 315.
Tenían copias de las llaves obtenidas por un o una entregadora.
No tuvieron problemas los delincuentes en entrar al departamento y sorprender al matrimonio y a sus tres hijos, quienes dormían.
Usaron capuchas, armas y guantes. Fueron violentos.
Quien manejaba las cosas (la madre de la víctima siempre apuntó al “Porteño” Luzi) comenzó a exigir dinero entre amenazas. “Este es un asalto, depende de ustedes que se haga bien o mal”, dijo el cabecilla.
Como no hallaron el botín, se contentaron con $ 20 mil (era un alto monto para la época) y miraron al empresario. “Te voy a dar donde más te duela, porque vemos que no reaccionás”, dijo el capo de la banda.
Sin dudar, tomaron al chico, le dijeron que se abrigara y se lo llevaron cautivo y en silencio por el ascensor.
El resto de la familia fue encerrada en el baño. “Quedate tranquilo. Todo va a salir bien. Yo te voy a sacar de esta”, alcanzó a gritarle el padre.
Los secuestradores se llevaron uno de los celulares de la familia. “A las 9 de la mañana, te llamamos para coordinar”, ordenó el cabecilla.
Con toda impunidad, la banda y su víctima subieron a una camioneta. Se cree que rumbearon hacia un aguantadero de barrio Acosta.
Esa noche, la Policía fue alertada. El por entonces gobernador José Manuel de la Sota padecía el primer golpe delictivo en serio en su gestión.

Angustia y liberación
Tal lo pactado, a las horas, el jefe de los secuestradores se comunicó con los padres de la víctima. El mensaje era claro: había que juntar $ 300 mil, viajar a Buenos Aires y pagar desde un tren en movimiento.
El secuestro se produjo en medio de una febril oleada de casos extorsivos en la Argentina, principalmente en Buenos Aires. Fue el primero, a su vez, de secuestros graves que iban a ocurrir en Córdoba, siempre vinculados a la banda de Luzi.
Durante 60 horas, el chico estuvo secuestrado en un domicilio en la capital cordobesa, mientras sus padres negociaban su liberación.
En medio de todo, policías de la recientemente creada división Antisecuestros asesoraban a la familia.

El padre de José tuvo que viajar a Buenos Aires, y, luego de un extenuante itinerario con cambios de trenes, dejó un paquete con el dinero. “Volvé a Córdoba, ya vas a tener novedades”, le dijeron por celular.
A las horas, su muchacho fue liberado en la periferia sur de Córdoba. Alguien lo bajó de un auto en un camino de tierra y con un trapo tapándole la cabeza.
La familia volvió a respirar. Y viviría un tiempo más en ese complejo.
Investigadores de la Policía, a todo esto, capturaron a varios sospechosos poco después tras una serie de redadas y allanamientos.
Sin embargo, y de manera llamativa, con el paso del tiempo la causa judicial comenzó a quedar en nada y a venirse abajo, al tiempo que los acusados fueron sobreseídos.
Luzi caería más tarde, pero por otros secuestros. Y hasta se escaparía de una cárcel como Bouwer.
De manera llamativa, el secuestro de calle Buenos Aires 315 quedó sumergido en la impunidad.