En Córdoba capital, el Fuero Penal Juvenil tiene cuatro juzgados. Tres están a cargo de mujeres, y el cuarto aún está vacante.
Uno de esos juzgados, el de Daniela Bianciotti, resolvió el mes pasado la absolución de un joven a quien llamaremos Lautaro, quien cometió un intento de robo a mano armada. En el juicio se determinó que la pistola no estaba cargada.
Por el caso, Lautaro estuvo detenido un mes en un instituto de menores. Luego se dispuso un régimen de prueba en libertad. Las reglas eran seguir en la escuela, hacer capacitación laboral, trabajos comunitarios, no consumir drogas ni alcohol ni ausentarse de su casa por la noche y, fundamentalmente, no tener ningún nuevo episodio delictivo. Lautaro lo hizo, y la Justicia le brindó una nueva oportunidad.
Aunque existe un proyecto en ese sentido, todavía no hay estadísticas de la Justicia que nos indiquen cuántos adolescentes atravesaron situaciones similares y cuál fue el resultado de los procesos que los abordaron. La historia de Lautaro, representativa o no de la mayoría de los casos, es, al menos para él y su familia, uno de los momentos más importantes y decisivos de su vida y, quizás, de su futuro.
Caer en el delito
Lautaro va a cumplir 19 años y vive con su papá. Es hincha de Belgrano, trabaja como servidor urbano, y hace changas de electricidad. Está terminando el último año del secundario y ayuda en un comedor comunitario. En su tiempo libre, pinta la casa de su abuelo. Aunque no sabe tocar la guitarra, dice que le hace bien escuchar su sonido: “Es como si algo dentro de mí se elevara”.
Quien conozca a Lautaro hoy difícilmente se imagine que se trata de un joven que estuvo detenido, y que intentó robar con una pistola en la mano. Pero así fue.
Hace dos años, cuando todavía tenía 16, Lautaro estaba en un momento difícil de su vida. “Siempre tuve un lado A y un lado B”. Mientras en el colegio andaba bien, y hacía lo necesario para estar al día, afuera del colegio las cosas eran muy diferentes. “No escuchaba a nadie de mi familia y actuaba por impulso. En la calle me sentía perseguido, como que la gente me miraba, me sentía distinto, como sapo de otro pozo”, comenta.
Desde que sus padres se separaron, él vivía con su abuela paterna. Pero cuando tenía 14 años, su abuela falleció de cáncer y Lautaro sintió que todo se derrumbaba. Lautaro cuenta que su abuela era una persona que significaba mucho para él. “La extraño todos los días”, agrega.
A la par de algunos otros jóvenes, Lautaro empezó a robar. “Fui de a poco haciendo cosas que me llevaron a ese lugar. Andaba mucho tiempo en la calle, ratereando. No me sentía contento. Ese es el mundo en el que estaba atrapado”, comenta.
El padre de Lautaro también había estado preso, pero él nunca se fijó en él como un modelo. “Cuando lo visitaba en la cárcel, pensaba hasta cuándo lo tendría que ir a ver allí, quería que saliera, que trabajara de lo que sea, pero que esté conmigo”.
La primera noche que estuvo detenido, se le vinieron muchas cosas a la cabeza. “Cuando me desperté, a la mañana siguiente, había un montón de pibes que se levantaban llorando. Querían estar en su casa, querían trabajar, pedían cartulinas y plasticolas y les hacían algún cartel a sus madres o sus hermanas”, describió.
Un infierno
Lautaro estuvo en el instituto de menores apenas un mes, pero dice que fue suficiente para darse cuenta de a qué lugar había llegado su vida, con quiénes se había relacionado, qué era lo bueno y lo malo, y qué tenía que hacer al salir de allí.
La primera noche que estuvo detenido, se le vinieron muchas cosas a la cabeza. “Cuando me desperté, a la mañana siguiente, había un montón de pibes que se levantaban llorando. Querían estar en su casa, querían trabajar, pedían cartulinas y plasticolas y le hacían algún cartel a sus madres o sus hermanas”, describió.
Lautaro cuenta que el lugar es una postal del abandono, no solo de las instalaciones, sino fundamentalmente de los adolescentes. “Es terrible cómo viven los chicos dentro del instituto. No hay contención. Las personas que van a trabajar, luego se van y te cierran el candado y no te brindan una charla, no te hablan ni nada”, reclamó.
“Cuando les preguntaba qué hacían ahí, me contaban sus historias, y me decían que sentían que se asfixiaban, que querían volver con sus familias”, explicó el joven.
Salir del delito
La ley penal juvenil establece que en casos como el de Lautaro hay dos instancias. El juicio en el que se determina la responsabilidad penal por el hecho (en el caso de Lautaro se lo declaró culpable), y luego se realiza una proceso de prueba para ver si el joven se puede resocializar y se lo absuelve, o si se le hace cumplir la pena. En este caso, se estableció un régimen de libertad condicional por un año y medio.
“Cuando salí elegí trabajar, no discutir con mi familia sino poner una sonrisa y conversar las cosas, tratar de que ellos recuperen la confianza en mí, porque desde que me pasó eso me sentí como que ellos habían perdido el amor conmigo”, comenta.
A pesar de que al principio no quería ir a un psicólogo, Lautaro conoció a Paula y a Viviana, psicólogas de la Senaf, que fueron una gran contención para él: “No me tomaban como un caso más, me mostraron las cosas de otra forma. Me dí cuenta de que las personas podían ser de otra forma y yo también podía ser de otra forma. Me mostraban que yo tenía un potencial. Me incentivaban y me transmitían confianza”, recuerda.
Caminar con esperanza
Esta semana, Lautaro fue absuelto y ya no está bajo el régimen de tutela de la justicia. Sus planes son terminar la escuela y conseguir un mejor trabajo que le permita ir a vivir solo, y encontrar alguien con quien unir fuerzas y salir adelante. Con su trabajo ya se compró una moto para ir a trabajar y al colegio.
“Quiero ser buena persona, quiero trabajar. A veces me cuesta porque ando sin un peso en el bolsillo, pero sé que Dios va a tener una consideración de mi esfuerzo”, dice.
Lautaro no cree que su historia sea especial: “Si se hiciera el mismo trabajo que están haciendo conmigo con un montón de chicos, se darían cuenta de cómo la sociedad está dejando de lado eso. Hay un montón de pibes con buenos pensamientos. La mayoría tiene ganas de cambiar su vida y salir adelante”.
