La “pipazo”, una droga altamente adictiva, barata y letal, conocida en otras provincias como paco, volvió a encender desde hace semanas las alarmas en Córdoba, preocupando a la comunidad y a quienes trabajan en la primera línea contra las adicciones.
El sacerdote Mariano Oberlin, desde el corazón de barrio Müller, describió un panorama “alarmante” ante el crecimiento exponencial de su consumo, que está “creciendo cada vez más”.
Esta droga, un subproducto de la cocaína con un alto nivel de impurezas, está ligada a una ola de violencia y vulnerabilidad extrema, siendo señalada como un factor común en crímenes atroces como los de Brenda Torres y Milagros Basto.
El “pipazo”: una sentencia de muerte en pocos meses
La jefa de Toxicología del Hospital de Urgencias, Andrea Vilkelis, explicó que el pipazo provoca daños devastadores en el organismo.
Sus consumidores enfrentan infartos, ACV, pérdida severa de peso y un deterioro general que puede reducir su expectativa de vida a entre seis meses y un año.
El Padre Oberlin detalló en Telenoche (El Doce) que la droga se fuma en pipas improvisadas, utilizando incluso codos de cañería de agua y virulana como combustible, lo que añade el peligro de inhalar vapor de metal.
Esta forma de consumo es “mucho más nociva”, afecta gravemente los pulmones y genera una adicción mucho más rápida debido a su efecto inmediato y corto.
Los consumidores a menudo presentan pérdida de los dientes delanteros y problemas pulmonares, con casos de falla multiorgánica que los llevan a la internación y, a menudo, a la muerte.
Familias desesperadas, recursos saturados
La problemática desborda los esfuerzos de contención en comunidades como barrio Müller, en la ciudad de Córdoba.
El Padre Oberlin lamentó que, aunque intentan dar respuestas, “el crecimiento de los casos los supera”.
“Son cada vez más los que vienen”, afirmó, indicando que en ocasiones ya no tienen camas disponibles, obligándolos a negar el ingreso a quienes buscan ayuda.
Un “cuello de botella” se forma cuando las familias, desesperadas, buscan auxilio para un hijo o un familiar, pero la persona adicta no quiere salir.
“Si la persona no quiere salir, no podemos hacer nada”, explicó Oberlin, evidenciando la falta de herramientas para abordar estas situaciones tan complejas.
Un problema de fondo
Consultado sobre cómo frenar este avance, el sacerdote profundizó en la raíz del problema.
Señaló que hay una “cuestión de fondo que tiene que ver con el consumismo en el que vivimos”.
La barrera entre el consumo legítimo y el destructivo se rompe, y aunque trabajar en esto es un objetivo a largo plazo, en lo inmediato, la prioridad es “acompañar, en la medida en que se pueda”.
Oberlin hizo un llamado a un compromiso social más amplio, destacando que, si bien “el Estado tiene su parte”, la comunidad también debe acompañar.
Reconoció el desánimo que a veces genera no ver los frutos deseados o que estos no sean consecuentes con el esfuerzo invertido.
Sin embargo, insistió: “Humanamente algo hay que hacer”, incluso cuando no se tenga la certeza de que alguien saldrá adelante.
Su propia experiencia personal, al acompañar a su hermano durante su lucha contra el cáncer, refuerza esta convicción: “Uno acompaña, aunque sepa que el final es inevitable, por una necesidad humana de estar presente”, señaló.
A pesar de las dificultades, el Padre Oberlin sostiene la esperanza de que “muchos chicos logran salir”, lo cual es el motor para continuar la lucha.