Las relaciones entre ambos estaban definitivamente quebradas. Hacía tiempo que se habían evaporado.
Quizá fueron las constantes caídas preso por parte del joven.
Quizá fue su adicción a las drogas.
Quizá fue porque, cada tanto, desaparecían cosas de la casa vaya a saber si para afrontar las compras de las dosis o para qué.
Quizá fue porque los roces eran constantes y no había vuelta atrás.
Quizá fue por todo eso junto.
Lo concreto es que entre el muchacho y su padrastro la relación se había vuelto nula. Y el hombre terminó echándolo de la casa.
Hay realidades que en determinados infiernos terminan provocando el peor de los desastres. Quizá eso fue lo que sucedió en esa casa de paredes de color bordó.
Aquella madrugada, Hugo Aguiló logró meterse de manera subrepticia en la vivienda donde supo vivir hasta poco antes y terminó asesinando a su padrastro, Hugo León.
Lo atacó en la cama. Fue a puñaladas. Usó una cuchilla que manoteó de la cocina.
En la morgue contaron 13 puntazos en el cuerpo de la víctima. El mortal había dado en su corazón.

La madre del muchacho y pareja de León estaba en la misma casa. También una nena de 10 años.
Ambas quedaron con secuelas psicológicas. Sobre todo la pequeña.
Sucedió el lunes 12 de febrero de 2024 en una vivienda de barrio Alberdi, en la ciudad de Córdoba.
Unos 18 meses después, llegó el turno de la Justicia.
Hugo Aguiló había llegado al banquillo de los acusados de la Cámara 12ª del Crimen de Córdoba con el peor de los pronósticos: homicidio calificado por la alevosía. Así lo había entendido una fiscalía de instrucción de Violencia Familiar.
Eso representaba una pena de prisión perpetua.
La acusación daba cuenta de que el joven había atacado a su padrastro mientras dormía en la cama.
Lo habría sorprendido sin posibilidad de respuestas.
Sin embargo, hubo un punto central que hizo que el fiscal de Cámara, Mariano Antuña, desistiera del agravante de esa “alevosía”.
La ley dice que en el homicidio por alevosía el atacante aprovecha la indefensión de la víctima para asegurar el resultado. Evita riesgos para sí.
El ataque implica una traición: el victimario se asegura de que la víctima no podrá defenderse.
La prueba que anuló la alevosía
Hugo León no estaba dormido cuando fue atacado aquel lunes a las 4.30 de la madrugada. O, por lo menos, hubo dudas insalvables de que lo haya estado.
¿Cuáles? El hombre recibió al menos 13 puntazos: 10 de los cortes fueron en sus brazos y manos.
Se trataba, entendió el fiscal de Cámara Antuña, de heridas defensivas ante quien se le había abalanzado con la cuchilla.
El hombre intentó defenderse como pudo hasta que recibió las tres estocadas en el tórax que finalmente lo terminaron matando. La letal le atravesaría el corazón.
Además, el fiscal entendió que el atacante no actuó con premeditación: aquella madrugada.
El joven mató a su padrastro con lo primero que encontró: una cuchilla de la cocina. No había llevado nada consigo cuando se mandó al hogar por la parte trasera.
Derrumbada la figura de la alevosía, el fiscal entendió que el caso debía reencuadrarse como un mero homicidio simple: una persona que mata a otra.
Y así lo planteó el acusador ante los jueces y ante el jurado popular y, con la venia de la parte querellante (otro hijo del hombre asesinado) en la Cámara 12ª del Crimen.
En una suerte de juicio abreviado, el joven homicida terminó recibiendo una pena menor: 15 años de cárcel.
La pena deberá ser cumplida por completo porque es reincidente.
Confesión y perdón
Hugo Aguiló fue atrapado pocos días después del asesinato.
Una brigada de Homicidios de la Policía le venía siguiendo los pasos desde el primer día.
Esa madrugada, tras matar a su padrastro de 13 puñaladas, el joven se puso la capucha del buzo sobre la cabeza, limpió la hoja de la cuchilla en un pantalón colgado de una soga y la arrojó luego a un baldío.
No tuvieron problemas los policías en ubicarlo y esposarlo.
Cayó en la casa de su novia en barrio Guiñazú. Los investigadores sienten que el joven los esperaba.
Jamás se resistió. Ese día volvió a la Cárcel de Bouwer y no salió más.
Nunca hubo dudas de que él había sido el asesino.
Es que Hugo León, su padrastro, había alcanzado a nombrarlo aquella madrugada antes de morir. Se lo dijo a su pareja (y madre del muchacho), quien entró desesperada a la habitación cuando escuchó los gritos.
“Fue el ‘Willy’, fue el ‘Willy’ el que me atacó...”, alcanzó a decir.
Algo similar llegaría a contar aquella madrugada la pequeña de 10 años, hermanastra del asesino.
La criatura quedó en un shock que todavía perdura. Las psicólogas desaconsejaron que le tomaran testimonio en Cámara Gesell.
Ya en el juicio, el homicida pidió perdón en medio de la sala y confesó haber matado a su padrastro.
Y hasta brindó detalles.
Su medio hermano, hijo de la víctima, fue querellante en esta historia.
El joven no pudo estar en Tribunales. Siguió el debate desde Bouwer, donde está preso. Y quedó conforme con la forma en que se caratuló todo el drama y los 15 años de condena.
“Yo te perdono ‘Willy’. Espero que alguna vez te perdone la nena”, alcanzó a decir el muchacho.
No fueron pocos los que tragaron y quedaron en silencio.