Hasta hace pocos días, poco y nada se sabía de los dos guardias de seguridad presuntamente involucrados en el brutal asesinato de Brenda Torres, la joven de 24 años cuyo cuerpo fue desmembrado y arrojado en bolsas de residuos en distintos puntos de barrio Chateau Carreras, en la zona norte de la ciudad de Córdoba.
Por este crimen, el fiscal Horacio Vázquez imputó a Gustavo Lencina (53) y a Cristian Aranda (38) por homicidio doblemente agravado por el vínculo y por mediar violencia de género, figura que enmarca el caso como un presunto femicidio.
De acuerdo con la información que poseen los investigadores, ambos hombres se habrían quedado con uniformes de cooperativas de seguridad y ofrecido sus servicios a terceros, quienes los contrataron para tareas de vigilancia en edificios y otros lugares cercanos a la calle Hornero al 574, la vivienda que compartían en barrio Chateau Carreras.
Allí, en el fondo del patio, se hallaron enterrados el torso y la cabeza de la víctima.
Brenda, que desde niña deambulaba por esas calles, quedó atrapada en la adicción al “pipazo”.
Dormía en la calle. Robaba objetos pequeños en patios o viviendas para venderlos rápidamente y conseguir mil pesos, el precio de una nueva dosis. La noche del jueves 24 de julio, según investigan, aceptó una invitación de Lencina y Aranda para entrar a la casa de Hornero.
En circunstancias aún bajo investigación, habría sido atacada y asesinada en ese domicilio.
Para ocultar las pruebas, los sospechosos habrían desmembrado el cuerpo. Peritos indicaron que para esa tarea se habría utilizado una cuchilla filosa, sin dientes, y que uno de los acusados tenía destreza en ese manejo por haber trabajado años atrás en un frigorífico.
Quiénes eran Lencina y Aranda, según sus compañeros de trabajo
Fuentes que compartieron empleos con ellos en distintas cooperativas de seguridad aceptaron hablar con La Voz, bajo estricta reserva de identidad.
Ambos eran conocidos en el ambiente de la seguridad privada por su paso intermitente por distintas empresas.
Lencina trabajó en 2022 durante algunos meses en una firma.
Luego se fue a otra empresa durante casi un año, y regresó brevemente en 2023, sin llegar a las tres semanas de servicio.
Aranda tuvo un derrotero parecido: unos cinco meses en 2023, después un tiempo fuera, y un breve regreso ese mismo año en la misma empresa cooperativa que su tío.
El patrón era errático: cumplían períodos cortos, se iban y luego reaparecían en otras cooperativas.
Según uno de los administradores de una de las cooperativas, cumplieron con los requisitos obligatorios para ejercer como vigiladores: certificado de buena conducta, antecedentes de reincidencia y delitos sexuales en cero, controles físicos y demás.
Todo les daba en regla.
“El tiempo que estuvieron conmigo no fue mucho. Ellos son tío y sobrino. Nunca protagonizaron incidentes graves. Eran tipos que llegaban a horario, cumplían consignas y no daban tantos problemas. Pero el tío, Lencina, era más cascarrabias, decíamos que era de la ‘vieja escuela’”, dijo uno de sus pares.
Hombres comunes, pero objetos de reproches: los sospechosos del crimen de Brenda Torres
En la descripción de quienes los conocieron, Lencina aparece como un hombre “rústico, corpulento, algo desaliñado, que prefería tareas al aire libre o en predios amplios”.
“No tenía el perfil para puestos en edificios con trato constante con vecinos. Aranda, en cambio, era más centrado y dialogante, un tipo con el que se podía hablar”, dijeron los consultados.
“Eran hombres comunes. Dos buscavidas que, cuando no tenían trabajo fijo, buscaban hacerlo por su cuenta, a veces usando ropa de cooperativas donde habían pasado”, dijo otro de sus compañeros.

Existe un circuito informal de la seguridad privada, explicaron, donde hay vigiladores que se ofrecen directamente a barrios o boliches, sin cumplir todos los requisitos legales.
En estos casos, cobran menos que una empresa formal. “No me sorprendería que ellos estuvieran trabajando así en los últimos meses”, agregó otro entrevistado.
En cuanto a Lencina, si bien todos dieron por cierto que era un hombre centrado, se registraron algunos reclamos por parte de los clientes del servicio que prestaba.
“Le hablaba con brusquedad a algunos vecinos y tenía un lenguaje inapropiado. En algunas oportunidades hacía chistes ‘machistas’, que el resto de sus compañeros tomaba de mal modo. También hacía comentarios inapropiados sobre el cuerpo de las mujeres”, comentaron.
La vida y el final de Brenda Torres
Brenda era la menor de nueve hermanos. Creció en un hogar con múltiples carencias económicas y, ya de adolescente, comenzó a consumir “pipazo”, una mezcla de restos de cocaína, marihuana, bicarbonato y otros químicos, fumada en pipas improvisadas.
Su padre, Roque Torres, la recuerda como “una chica muy buena” a la que las drogas cambiaron por completo. “Nunca se dejó ayudar. Estaba atrapada”, dijo con dolor.
Brenda dormía en plazas, pasillos o patios abiertos.
Robaba objetos pequeños –una olla, una toalla, ropa– para venderlos y comprar una dosis de esta droga. Algunos vecinos de barrios como Villa El Tropezón, Villa Urquiza y La Favela la conocían bien. “El pipazo pierde a los jóvenes, pero a las mujeres mucho más rápido”, advirtió Teresa, referente comunitaria de esa zona.

El jueves 24 de julio, Brenda fue vista por última vez en la calle. Esa noche, según testigos, se la vio entrar con dos hombres a la casa de Herrador.
El hallazgo y las pruebas sobre el crimen de Brenda Torres
Las alarmas se dispararon el viernes 25 de julio, cuando un sereno encontró una bolsa con brazos humanos en un descampado de avenida Ramón Cárcano, a metros del estadio Kempes.
Tres días después, operarios hallaron otras bolsas con piernas, en la misma avenida.
El 2 de agosto, un allanamiento en la vivienda de Lencina y Aranda reveló algo igual de macabro: el torso y la cabeza de la joven enterrados en el patio.
La pista clave fue una motocicleta 110 que el tío y el sobrino utilizaban para moverse por la ciudad. El vehículo fue registrado por cámaras de seguridad cuando circulaba por los puntos donde aparecieron los restos.
El reclamo de justicia de la familia de Brenda Torres
El padre de Brenda no oculta su indignación. “Fueron unos chacales que se aprovecharon de ella. Fue un femicidio”, afirmó.
La abogada de la familia, Daniela Morales Leanza, sostiene la misma postura: “Brenda estaba en una situación de gran indefensión y desigualdad frente a sus agresores. No tenía cómo defenderse”.
“Quiero que se sepa toda la verdad, por mi hija y por sus hijos. Lo que viví no se lo deseo a nadie”, dijo Roque Torres, quebrado, recordando el momento en que, sin saberlo, manipuló una bolsa con parte del cuerpo de su hija en un basural.