“El remate ha concluido”, gritaba uno de los miembros de “La Trenza” en cualquier momento y todos los postores se levantaban y se iban. Tal era el dominio de la sala y tan “dibujados” quedaban los martilleros ante los métodos que aplicaba la organización que ellos manejaban la acción por encima del rito que marcaba el funcionario.
Estos profesionales se quejaban porque no podían controlar a la banda que utilizaba un sinnúmero de métodos opresivos para desalentar a los postores y quitarles a ellos el manejo de la subasta judicial. También quedó en evidencia en el juicio –que el martes condenó a 20 de los 22 acusados de integrar la asociación ilícita– que los secretarios de los juzgados civiles poco o nada hacían o podían hacer para frenar este accionar.
Las denuncias fueron sostenidas a lo largo de años sin que nadie pusiera freno a los hoy condenados a prisión. Marcelo Pratto, presidente del Colegio de Martilleros declaró en el juicio y resumió los pesares que soportaron cuando querían dirigir una subasta.
La organización tenía dos “bandas” que podían trabajar juntas y coordinadas o “compitiendo” entre sí en las subastas.
Ambas agrupaciones eran lideradas por Walter José Bucheme y Ernesto Ariel Cuestas.
“El modus operandi de esta gente era ‘apretar’”, sostuvo Pratto luego de relatar a mediados de 2021.
Cómo lo hicieron
El copamiento de los remates fue gradual y cada vez más difícil de controlar. Según los testimonios, primero comenzaban con presiones suaves: la sala era ocupada por personas muy mal vestidas, en malla, musculosas y ojotas. Algunos miembros de la agrupación iban muy mal vestidos y ostentaban gestos de mala educación. Feos olores, peores modales y todo tipo de acciones de mal gusto eran desplegadas para incomodar a los asistentes.
Siempre según lo ventilado en el juicio, luego comenzaban a bajarle la cotización al bien subastado. Los “comentarios” hablaban de una casa llena de humedades, un alquiler con un inquilino que no se iba, una vivienda usurpada y toda una serie de “defectos” que desalentaban a cualquier inversor prudente. Con esto, en algunos minutos la sala quedaba casi vacía y sólo quedaban los miembros de “la Trenza”.
Pero si alguien se quedaba, se le sentaban a ambos lados y comenzaban a “apretarlo”. “Andate” o “Te vamos a hacer c...”, eran algunas de las “sugerencias” susurradas al comprador desprevenido.
Las autoridades trataron de llevar un registro de los asistentes a los remates, como forma de control, pero eso cayó pronto en manos de La Trenza que sabiendo quiénes eran, comenzaron a presionarlos antes de llegar a la sala.
Se comentó entre los martilleros que le decían a la secretaria del tribunal que aguardara un momento para que le dieran el nombre del comprador. Muchas pujas se hacían a través de un comitente o usando un celular para pujar por un cliente que les pagaba sus “servicios”, según lo que se ventiló en el juicio.
Otras veces, después de comprar el bien a precio vil, hacían un segundo remate o “tirada” entre los miembros de la banda. Luego, el “adjudicatario” volvía a la sala y lo inscribía a su nombre.
En numerosas ocasiones, los martilleros se quejaron de que los tribunales no hacían nada por resolver lo que sucedía en las salas donde los inescrupulosos eran “amos y señores”. Pratto aseguró que las secretarias eran intimidadas y que “nunca” fue un juez a la sede de los remates.
Amenazas
El titular del colegio profesional señaló que sufrió el apriete de miembros de “la Trenza” y señaló que los hijos de Cuestas lo amenazaron de muerte.
Otro martillero aseguró que sufrió el apriete de uno de los líderes que, a viva voz, le recriminó que no lo molestara. Para demostrar su poder, dijo que le gritó: “¡Yo soy el dueño del circo y ustedes (los martilleros) son los monos!”.
