Fernando Albareda finalmente fue citado para contar su verdad, ahora como el principal sospechoso del crimen de su madre, Susana Montoya, víctima de un crimen ocurrido el pasado 1° de agosto en barrio Ampliación Poeta Lugones, de la ciudad de Córdoba.
La sesión se llevó a cabo este viernes y fue virtual. El fiscal a cargo, Juan Pablo Klinger, lo citó bajo esta modalidad para evitar el traslado de quien permanece detenido en la cárcel de Bouwer desde el pasado jueves 8 de agosto.
Albareda, que en su primera condición de testigo había denunciado el hallazgo del cadáver de su madre en el patio de la casa el viernes 2, y próxima a un mensaje intimidante escrito en la pared, ahora, en condición de imputado, sólo se limitó a negar su responsabilidad en los hechos y se abstuvo de seguir declarando.
Desde su entorno aseguraron que ahora revisará las pruebas que lo incriminan junto a su abogado.
Según el informe preliminar de la autopsia, a Montoya la estrangularon con una soga y luego le partieron la frente con un palo. Para la fiscalía, fue el propio Fernando el que ingresó al domicilio y cometió el crimen.
Finalmente, el fiscal Klinger decidió ampliar la imputación de Fernando Albareda a homicidio calificado por el vínculo, por alevosía y por codicia.
Albareda, en cambio, desde el comienzo divulgó acusaciones contra “fuerzas oscuras” que anidarían en la Policía de Córdoba. En palabras del acusado, la estructura policial “no fue depurada desde la última dictadura militar”.
Dijo en varias oportunidades, antes de ser detenido, que miembros de la Policía podrían estar involucrados en este asesinato y pidió Justicia por su madre y protección para su familia.
Su discurso se sostuvo principalmente gracias a dos elementos. El primero es que su padre, Ricardo Fermín Albareda, fue víctima de esa misma dictadura, según resolvieron los jueces de la causa conocida por su apellido.
El 25 de septiembre de 1979, cuando cumplía funciones como subcomisario de la Policía, Albareda padre fue secuestrado y asesinado por personal del Departamento 2 de Informaciones de la misma fuerza policial (D2). Su muerte se ejecutó en el Centro Clandestino conocido como “casa Hidráulica”, a la vera del lago San Roque.
Ahora el Gobierno de la Provincia llevó a cabo una reparación de legajo que implica el pago de una suma millonaria a favor de la familia de Albareda. La viuda iba a recibir una parte de ese resarcimiento, que corresponde por ley a todo miembro de la Policía que cae en funciones, tal como sucedió con el subcomisario, y no por su condición de desaparecido o víctima de la dictadura.
Pero esa cifra de dinero aún no había sido cobrada. Ahora debía repartirse en partes iguales entre los dos hijos vivos de la mujer asesinada y los nietos de parte de su otra hija, que en el pasado se quitó la vida.
El otro elemento que funcionó como andamiaje del discurso de Fernando Albareda, al menos durante las primeras horas del crimen, fue la aparición de un mensaje intimidatorio escrito en una pared, a los pies del cadáver.
“Los vamos a matar a todos. Ahora vamos por tus hijos”, decía y firmaba como “#Policía”. Sin embargo, una prueba caligráfica requerida por el fiscal concluyó que la grafía de Albareda coincide con la de la escritura.
Giro en la causa
Una ristra contundente de pruebas, según mencionaron fuentes de la investigación, llevaron a Klinger a tomar la decisión de imputar al hijo de la víctima.
Para colmo, agregaron, con el paso de los días esa cantidad de indicios se fueron haciendo cada vez “más grandes y más sólidos”.
Una cámara ubicada en la esquina de la calle Caminos al 3800, donde se produjo el crimen, mostraría la camioneta de Albareda estacionada el jueves 1° de agosto, entre las 20.30 y las 23, horario en el que, según los forenses, se produjo el crimen.
Luego, la fiscalía logró reconstruir el itinerario completo que habría hecho Albareda desde que salió de su casa, a bordo de esa misma camioneta, hasta llegar al domicilio de su madre. También lo tienen en el recorrido inverso, cuando presuntamente volvió a su hogar familiar.
Según testimonios de la familia de Albareda, el jueves 1° de agosto había salido, en ese mismo horario, a la casa de un socio suyo a cerrar un negocio. Sin embargo, nadie pudo decir dónde vivía ese socio ni a qué hora había salido o vuelto el acusado.
En la casa de Montoya se encontraron huellas de Albareda y se obtuvieron células de la piel en los lápices de labio que habría utilizado el asesino para escribir el mensaje intimidante en la pared. Los pesquisas sostienen que la información genética es compatible con la de Albareda.
La puerta de la casa no estaba forzada, por lo que, para la fiscalía, la madre de Albareda le habría franqueado el ingreso. Él habría ingresado y cuando la mujer salió a darle de comer a los perros (esta información está relacionada con unos vidrios de platos que se encontraron en el lugar), el asesino la estranguló, de espaldas, con una soga.
Los perros no ladraron. La mujer no gritó ni se defendió, a pesar de tener un porte corporal que le hubiera permitido oponer resistencia.
Finalmente, el propio hermano de Fernando, Ricardo Albareda, fue el primero en decirle al fiscal que debía sospechar del imputado.
Con el paso de los días las sospechas de Ricardo se fueron consolidando y actualmente sostiene con seguridad que a su madre la asesinó su hermano.
“En el velatorio hubo una conversación entre Ricardo y su sobrino, el hijo de Fernando, que pidió por favor que no haya sido su propio padre el asesino”, contaron fuentes allegadas a la familia.
Ricardo, a través de su abogado Juan Pablo Bastos, solicitó ser querellante en la causa, cosa que el fiscal aceptó.
