Ezequiel Cabrera ya está en su casa. Hace tres semanas una ambulancia lo transportaba al Hospital de Urgencias de Córdoba. Su estado era desesperante y estaba inconsciente. El pronóstico era reservado y el diagnóstico grave: fractura de cráneo y politraumatismos.
También tenía un neumotórax, una perforación en un pulmón que requirió una cirugía urgente para eliminar la presión que le impedía respirar.
Cerca de las 5 de la madrugada de aquel 9 de abril, el joven de 17 años había caído al fondo del túnel de plaza España y se sabía poco respecto a qué había provocado su caída. De a poco, se fue conociendo más sobre el hecho.
Según fueron relatando sus amigos, esa noche habían ido a un boliche de Nueva Córdoba en calle Larrañaga, entre Ituzaingó y Buenos Aires.
Cuando el local cerraba, un grupo de jóvenes comenzó a enfrentarse a golpes con algunos otros en la puerta de la disco. Se trataría de una patota identificada como “los Gitanos”, a quienes los jóvenes ya conocían por altercados anteriores en distintos eventos de la noche cordobesa.
Habló Ezequiel, el chico que cayó al túnel de Plaza España
Uno de los jóvenes a los que la patota golpeaba era amigo de Ezequiel. Así fue que este intervino para separar. Luego, todos salieron corriendo. El adolescente corrió 150 metros hacia Chacabuco.
A pesar de la penumbra de la hora, las cámaras identifican que era perseguido por al menos dos varones. Al llegar al viaducto de plaza España, Ezequiel cayó.
Volver a la vida
Sólo 20 días después, le dieron el alta y volvió a casa.
Para todos, Ezequiel es un milagro. En el living de su casa de barrio Talleres Oeste, recibe a la prensa, a vecinos y a montones de amigos que se acercan a ver cómo está.
Habla y, de a poco, recuerda lo que sucedió esa noche. pero fundamentalmente se emociona con las muestras de afecto de sus compañeros del Instituto Manuel Lucero y de miles de otras personas que comenzaron a seguirlo en sus redes sociales.
Sus padres, de cerca, lo cuidan. La alegría los desborda y tienen por qué. Las esperanzas de sobrevivir eran ínfimas. Sin embargo, hoy parece que Ezequiel va a volver a su vida normal.
Familia y amigos esperan que sea sin secuelas.
Drogas, armas y violencia
A Ezequiel le gustan las artes marciales. Durante cuatro años entrenó kick boxing con el “toro” Visotsky.
Sabe pelear y le gusta, pero tiene muy claro que lo que aprendió, no es para resolver sus conflictos.
“Respeto mucho a mi deporte”, dice y aclara: “Si (alguien) se me hace el malo, prefiero quedar como un cobarde, pero no voy a pegarle, soy un chico calmado”.
“Nunca usé el deporte para pegarle a alguien, o jugar de manos”, asevera.
“Me gusta salir, pasarla bien, tener recuerdos inolvidables y, a la salida, ir a un bar y comer unas medialunas. Volverme a mi casa tranquilo de que la pasé bien con mis amigos”, afirma.
Pero esa madrugada, los planes de Ezequiel cambiaron.
El joven señala que en el boliche al que fue había drogas y armas.
“No revisan a la gente. A la salida, me amenazaron que me iban a matar, me mostraron arma de fuego y yo corrí hacia el puente porque corría riesgo mi vida. Tenía miedo de que me maten”, le dice a La Voz.
El joven también resaltó que en el lugar “había policías uniformados que no se metieron”.
“Le pegaron a un amigo entre 10 y ni los policías ni la seguridad que había dentro del boliche hicieron algo. No actuaron en ningún momento. Por eso terminé como terminé. Gracias a dios no me metieron un tiro”.
“El tema de drogas y armas en los boliches es algo habitual. En Córdoba está normalizado esto”.
Miedo
Ezequiel dice que siente miedo.
“Creo que en Córdoba está muy normalizado esto de que chicos de 17 años en adelante salgan armados, con drogas, a buscar peleas, a robar. Está normalizado que te quieran sacar la vida por un teléfono. Me pasó que a una amiga la quisieran drogar para hacerle cosas, violación o algo más grave. Es una cosa de locos Córdoba”, dice el muchacho. Y agrega: “Con 17 años, casi me arrebatan la vida”.
Ezequiel no recuerda con detalles cómo terminó cayendo al túnel.
Sí tiene presente que era perseguido por muchos y que lo habían amenazado de muerte. “Lo que recuerdo es que yo no salté... Esta gente dijo que yo me había querido suicidar... Pero no es cierto. Tampoco estaba alcoholizado”, afirma.
“Ver a mis padres llorar, me partió el corazón. No le deseo a nadie que lo llamen a las 7 de la mañana para decirle que su hijo no tiene posibilidades de vida. Lo peor que me pasó fue ver a mis padres destrozados, desvelados al lado de mi cama, rezando todos los días para que yo esté bien”, expresó entre lágrimas.
El aguante de la rampa 17
“Lloré”, dice y se emociona al recordar lo que fue despertarse del coma y ver todos los mensajes de sus amigos.
“Pasé días llorando, porque me hicieron videos diciéndome que no me iban a dejar solo. Cerca de mi habitación había un balcón. Un día pasé por ahí y los pude ver, todos juntos, haciéndome el aguante desde el estacionamiento”, afirma, emocionado.
“Te esperamos”, decían otros de los mensajes de sus amigos y compañeros que habían montado un verdadero campamento en el exterior del hospital. “No alcancé a llegar a mi casa, que ya había cinco de mis amigos en la puerta. Se habían enterado de que me dieron el alta”.
“Ahora son la banda de la rampa 17″, afirma y muestra un obsequio que le hicieron con unas estrofas de una canción de la banda Airbag. “No queda nadie en la ciudad pero por vos me quedo acá”, dice el cuadrito que incluye una foto de sus amigos haciendo “el aguante”.
“Influencer”
Cuando se supo de la caída de Ezequiel, se dijo que el joven era un influencer, lo que fue desmentido por sus familiares y amigos.
Sin embargo, sus seguidores en las redes sociales se dispararon en las últimas semanas. Hoy, más de 12 mil personas ven y comparten sus publicaciones.
“Soy un chico normal que comparte sus historias, pero ahora estoy pensando en hacerme influencer, para promover que la gente salga tranquila”, señala y afirma: “Tengo un amigo que subió historias hablando sobre las peleas que suceden afuera y adentro de los boliches”.
Regresar
Ezequiel estuvo muy cerca de no contarla.
Él mismo lo reconoce y se emociona. Volvió a su casa pero sigue con rehabilitación. Mientras espera una prótesis para su cráneo, debe cuidarse de no enfermarse, de los ruidos fuertes y de las emociones intensas.
Hoy sólo quiere volver a la vida, a su vida. Trabajar, asistir al colegio, ir al gimnasio y, fundamentalmente, juntarse con sus amigos. Este domingo, ya tienen organizado un asado.
