Hasta hace un par de horas, el hombre vivía en un sencillo monoambiente de un complejo de barrio. Separado de su pareja, cada tanto tenía que cuidar a la pequeña hija. El resto del tiempo, se dedicaba al formidable negocio que lo apasionaba por completo: los celulares.
Oriundo de Jujuy, había llegado a Córdoba para estudiar, capacitarse y salir adelante en la crisis.
En la Universidad Tecnológica Nacional de Córdoba había llegado al tercer año de la carrera de ingeniería electrónica. Además, era técnico.
El jueves, las cosas cambiaron y para mal para Américo G. (39).
Una comisión policial derribó su puerta, secuestró unos 700 celulares de todo tipo y marca, cientos de ellos presuntamente robados, además de una compleja aparatología para reparar y hacer andar esos aparatos.
Una tecnología que tienen pocos.
Los investigadores policiales y judiciales están convencidos de que Américo – o “el Ingeniero”, como lo llamaban algunos, manejaba un “laboratorio” dedicado a reparar y activar celulares presuntamente robados, para luego revenderlos.
Américo está sospechado de manejar uno de los laboratorios más importantes de los que funcionan en la ciudad de Córdoba y alrededores.
Consideran los pesquisas que el hombre había montado un importante negocio y era presuntamente, a la vez, un engranaje de peso entre las distintas células delictivas dedicadas al robo de I-phones y celulares de distinta gama, y la reventa.
Los pesquisas de la División Brigadas Civiles de la Policía provincial llegaron hasta su departamento en barrio Alto Alberdi, en la Capital, siguiendo precisamente el rastro de un celular sustraído por motochoros a una chica en esa zona.
Ahora, Américo permanece detenido en el Establecimiento Penitenciario Nº 9 de Córdoba.
El fiscal Guillermo González lo acusó por el presunto delito de encubrimiento agravado, por el momento.
Está claro que, a partir de ahora, se abre una compleja pesquisa en torno a este hombre. No se descarta que, conforme avance la causa, puedan caer más sospechosos involucrados.
Fuentes del caso señalaron que “el ingeniero”, más allá de algunas sospechas, prácticamente no estaba en los radares de nadie. Siguiendo el rastro de ese celular robado y la pesquisa que se armó posteriormente, se dio finalmente con él.
Lo que se encontró en su monoambiente ubicado en un complejo edilicio de calle Padre Lozano, a metros de 27 de Abril en Alto Alberdi, sorprendió a los investigadores.
Nadie se imaginaba el volumen de celulares que se terminaron hallando.
La sospecha judicial es que gran parte son aparatos sustraídos ya sea en arrebatos, asaltos o manoteos en eventos, sobre todo de noche.
“El tipo vivía en un monoambiente rodeado de celulares, cientos de celulares, unos 700 celulares... Y computadoras y aparatos muy, muy sofisticados para arreglar teléfonos, desarmarlos, armarlos, como así también para volver a activarlos. Tenía un escáner de rostros”, comentó una alta fuente de la causa.
“Ese hombre no puede desconocer lo que tenía y hacía. No puede aducir que era un mero taller de celulares. Él sabía que eran celulares robados... Hay una investigación detrás que lo respalda”, añadió otra fuente.
Los voceros indicaron que el hombre maneja un amplio conocimiento de la tecnología de los celulares y, según la sospecha, había aprendido a ver “la veta del negocio”.
Laboratorio de celulares
En los últimos años, el robo de celulares se volvió un fenómeno delictivo imparable. Con el accionar de motochoros, principalmente, cientos de teléfonos son sustraídos de manera constante en las calles.
Como parte de un negocio, los aparatos entran al “mercado negro” para su reventa. En ese marco, las leyes de la oferta y demanda hacen su juego y los aparatos sustraídos se revenden a mitad de precio del que se comercializa en un shopping.
En la cárcel, la misma oferta y demanda hace que un celular cueste cuatro veces más.
Volviendo a los celulares robados, algunos son revendidos por internet, otros en locales comerciales (en la Galería Norte funcionaron muchos negocios dedicados a esto y por años), mientras que otros van a parar a laboratorios que funcionan en departamentos o casas de familia.
En esos sitios, trabajan especialistas que aprendieron a “abrir” esos aparatos y hacerlos revivir para luego comercializarlos. Por lo general, no necesitan publicidad.
Funcionan en un boca a boca.
“Los tipos que activan celulares robados no necesitan publicidad. No les hace falta. Ellos laburan en un boca a boca que se extiende en el ambiente”, comentó un pesquisa.
El “ingeniero, creen los pesquisas, había aprendido a arreglar celulares y se volvió tan bueno en lo suyo que encontró “la veta en el negocio”.
En su negocio.
De acuerdo a las sospechas, el hombre se dedicaba a darles vida a esos teléfonos procedentes de las calles de Córdoba.
En algunos casos, se cree, los “resucitaba” con aparatología específica que él mismo tenía para que sean revendidos. En otros, los desarmaba y lograba que esas piezas luego sean colocadas en aparatos rotos o destruidos. En otros casos, siempre según las sospechas, lograba hacerse de piezas costosas para revenderlas”.
“No, no era un taller de celulares rotos. Él sabía que eran aparatos robados. Los activaba, los desarmaba y los volvía a preparar y activar para ser revendidos”, remarcó una fuente.
Los pesquisas saben que si tiran del hilo de esta causa, emergerán muchas, muchas más cosas.