Durante los últimos 10 años, el sintagma “dolo eventual” ha sido pronunciado infinidad de veces en los Tribunales provinciales. Decenas de víctimas de crímenes viales vienen reclamando que se castiguen con esa acepción de figura penal las lesiones y los homicidios en calles y rutas, para agravar penas de conductores que actuaron más allá de la imprudencia, de la negligencia o de la impericia.
Desde el Foro de Familiares de Víctimas de Siniestros Viales y desde otras organizaciones y particulares, se pidió en numerosas causas que llegaron a juicio una sanción más “adecuada” a la idea de que no es posible probar la “representación mental” que se hizo el victimario sobre la capacidad lesiva de su conducta antes de herir o matar a otras personas.
Tragedias viales con conductores ebrios, temerarios o irrespetuosos de toda norma de tránsito fueron encuadradas en los fallos judiciales como homicidios culposos, como si esas personas que tuvieron alguna o varias de esas “conductas” no hubieran tenido la pericia suficiente para evitarles el dolor irremediable a personas y familias.
Recientemente, cuando todos suponían que había un cambio de paradigma o de mirada en la “tradición” de la Justicia cordobesa, con la condena a nueve años de prisión a Alan Amoedo por la “tragedia de la Circunvalación”, los fundamentos de esa sentencia aclaran que se trata de un caso especial, porque una persona le advirtió al conductor que si estaba tan borracho podía provocar un desastre.
Mientras sigue imponiéndose la idea de la representación mental sobre otras concepciones más “modernas”, como el dolo normativo (como lo es violentar deliberadamente las normas de tránsito), en la presente semana se escuchó una sentencia por “gatillo fácil” en la que el policía que mató a un civil a través de una puerta terminó aliviado de una prisión perpetua gracias a la consideración de que actuó con dolo eventual.
Ocho jurados populares y los jueces técnicos entendieron que el cabo de policía Navarro imaginó que detrás de la puerta estaba José “Beco” Ávila y que no le importó disparar con su pistola nueve milímetros. Se presume que los jurados desestimaron el dolo directo entendiendo que no se trató de un disparo sobre seguro.
Siempre se trata de encontrar coherencia al razonar y hallar criterios uniformes a la hora de evaluar algún fenómeno. Por eso, llama la atención que para algo tan grave como la epidemia de crímenes viales se planteen exigencias muy elevadas para que los delitos se agraven porque el dolo eventual no configura. Y también sorprende que el mismo “dolo eventual” sea el que sirva de atenuante para juzgar la conducta de un policía que mata a una persona desarmada y sin motivo.
Parece que la vara con la que se miden algunos hechos no es la misma: muy exigentes para algunos casos, muy contemplativos para otros.
Sin embargo, el resultado en ambos casos termina siendo el mismo: el dolor de los familiares que piden justicia y, tras pasar por Tribunales, terminan frustrados.
