¿Qué sentido puede tener la palabra “justicia” para una familia que perdió a su hijo menor en manos de secuestradores que lo torturaron tres días y lo mataron a golpes? ¿Puede alguna organización humana superar la tragedia y, al menos en parte, aliviar el dolor generado por hechos provocados por semejantes? ¿Semejantes?
Desprecio, saña, crueldad, encono, premeditación, alevosía… Nada faltó en el siniestro final de la joven vida del adolescente transerrano Santiago Aguilera.
En las últimas horas, la Justicia federal condenó a prisión perpetua a quien lo captó, lo entregó y supuestamente planeó el secuestro extorsivo que le dio al chico el peor final.
En el juicio, se demostró que Walter Gil (25) había entregado a Santiago, pero no pudo haberlo matado, ya que estaba detenido cuando el joven murió y su cuerpo fue tirado a un basural.
El otro juzgado, Julio Ramírez (32), recibió una condena de cuatro años por encubrimiento.
¿Quién mató a Santiago? ¿Quiénes lo torturaron? ¿Por qué lo atormentaron impiadosamente? ¿Dónde fue su cautiverio? ¿No hubo pruebas de peso contra Ramírez?
Estas y otras preguntas dejó sin responder una investigación que ha sido cuestionada desde varios sectores vinculados con el caso. Incluso la familia de la víctima demandó penalmente al fiscal Enrique Senestrari, en una causa que ya tiene curso en la Justicia federal.
El caso más cruento de Traslasierra
El caso se recuerda como el más cruento en la historia de los hechos policiales de Traslasierra.
La región, hasta no hace tanto considerada como la menos insegura de Córdoba, se vio conmocionada por el alevoso asesinato. Innumerables manifestaciones para reclamar justicia se realizaron en estos casi tres años en distintos pueblos.
El fiscal federal Senestrari se instaló en Traslasierra a horas de la desaparición de Santiago.
Un rastrillaje exhaustivo se hizo en los 500 metros que rodeaban la casa del paraje Chuchiras. “Parecía que buscaban un cadáver; el fiscal se enamoró de la hipótesis de que Santiago se había ido por su voluntad”, dijo Carlos, el padre de Santiago, quien meses después demandaría a Senestrari y pediría su apartamiento de la causa.
El día 2 se detuvo a Gil, pero este no habló. Mientras Santiago sufría el peor cautiverio, no se tomaron decisiones adecuadas.
Los vecinos vieron que no se controlaron caminos ni rutas, ni se investigó a todos, ni se consultó más a policías y conocedores locales.
Un angustiante misterio persistió por tres días, hasta que apareció una respuesta atroz: a la quinta jornada, un lugareño, por casualidad, encontró el cuerpo desfigurado de Santiago en el cauce seco de un arroyo.
Estaba a seis kilómetros de donde se lo había buscado. Era el aciago domingo 21 de agosto de 2022. Habría sido asesinado a golpes el día anterior.
Santiago Aguilera Allende tenía 18 años y era el alma alegre de cuanta reunión integraba. Enérgico, inteligente, seductor, impertinente.
Había crecido con dificultades propias en una familia sin problemas económicos. Se había amigado con un padecimiento físico. Cuando estaba bien, era imparable. Tanto que su padre quiso pensar que a las torturas del final las habría sufrido menos que alguien “normal”, por contar con un alto umbral de dolor.
“Lo parí dos veces”, decía Mónica Allende, su madre. En 2013, la mujer le dio un riñón para que viviera.
Santiago nació el 13 de marzo de 2004 con una insuficiencia renal crónica, que lo llevó por incontables cirugías hasta lograr cierta estabilidad vital. Estaba terminando su secundaria y ya les había dicho a sus padres que no iba a estudiar porque quería trabajar. Por las tardes, colaboraba en el corralón de su padre, donde conoció al hoy condenado Gil. Santiago es recordado por sus amigos por su alegría, sus cantos, sus bailes.
Su final trastocó la vida de la familia y el ánimo de la comunidad. Su madre no pudo trabajar más. Su hermana dejó sus estudios en Córdoba. Su padre se dedicó a pedir Justicia
“Además de la ausencia de Santiago, duele no saber la verdad”, dijo hace poco el padre del chico.
En diciembre de 2024 detuvieron a otros cuatro jóvenes que estarían involucrados en la causa.
La esperanza de la familia y de toda Traslasierra es que, cuando vayan a juicio, se encuentren otras piezas de un rompecabezas hasta ahora armado de manera parcial. Con una parcialidad que sigue doliendo y que hoy a nadie conforma. Más si se le sigue buscando un sentido válido a la palabra “justicia”.
