Alojado en un pabellón especial de la Cárcel de Bouwer e imputado por graves cargos penales que van desde supuestas lesiones calificadas a amenazas y coacción, transcurre sus días el hasta hace unas horas funcionario “héroe” que tenía la provincia de Córdoba.
Diego Gustavo Concha fue un bombero voluntario que llegó a conducir la Dirección General de Defensa Civil de Córdoba y a sentarse en la mesa chica de autoridades cada vez que había una emergencia.
Concha terminó tras las rejas y con una seria imputación penal, luego de que su expareja lo denunciara por una presunta secuencia de malos tratos físicos y psicológicos en los últimos tiempos, en Punilla.
Uno de los casos más graves es, según la denuncia, la vez que la habría amenazado con su pistola. Otro, cuando la habría perseguido con el auto por una ruta. Otro, cuando le habría dicho que le iba a quemar el coche. Justo él, un bombero.
Un fiscal dispuso su detención. Reymundo Barrera ordenó el arresto por la gravedad de las denuncias y por el riesgo de que entorpeciera la pesquisa. La fiscal Paula Kelm volvió de sus vacaciones y tomó la causa. Su primera medida fue ratificar que Concha siga preso.
Mientras no cesa el impacto de la noticia, en el Gobierno se llamaron a silencio. Nadie habla. Ni siquiera para defenderlo. Ya sobró con el “banquinazo” que representó el tuit del Ministerio de Seguridad cuando adujo “motivos personales” al aceptar su renuncia.
De confirmarse la investigación, lo de Concha no sería un caso aislado en Córdoba. Se convertiría en otro funcionario que cae por haber cometido violencia de género, cuando no violencia sexual.
Desde hace años se conocen casos de funcionarios políticos, judiciales y policiales que vienen siendo imputados o enjuiciados por un amplio abanico de violencia machista.
Uno es el renunciado fiscal Gustavo Marchetti, a quien mandaron a juicio cuando aún tenía fueros (aunque él da pelea con apelaciones) por haber supuestamente amenazado a su exesposa. “Vas a terminar como Nora (Dalmasso)”, le habría dicho. Otras causas involucran al juez Francisco Flores, acusado de gravísimos cargos de supuesta violencia de género; al funcionario judicial Eduardo Garzuzi, involucrado en un grave caso de presunta trata; a Mariano Cipolla, encargado de una unidad judicial, que fotografiaba a mujeres bajo sus faldas.
A todo esto, hace horas hubo una demanda colectiva ante el Tribunal Superior de Justicia por violencia de género en distintas áreas. Integrantes de equipos técnicos denunciaron discriminación y maltrato laboral de tipo psicológico.
¿Y la Policía provincial? Sobran los casos de oficiales (de bajo y alto rango) que cometieron una amplia gama de terribles episodios de violencia de género. ¿Hace falta recordar que ya hubo tres femicidas de uniforme en pocos meses? ¿O que dos altos jefes fueron a juicio por violar a subalternas, mientras que otro deberá responder por amenazar a una ex?
Días atrás, un jefe municipal fue multado y desplazado por violencia laboral y de género, mientras que el titular de un CPC fue acusado por una empleada.
Si algo caracteriza a la violencia de género es la transversalidad.
Esta problemática social cruza de manera horizontal los estratos sociales. Quizá no debiera llamar la atención que funcionarios sean violentos tanto en sus lugares de trabajo como cuando vuelven a casa.
Sin embargo, allí radica un serio problema: hablamos de varones que llegaron a ser funcionarios, ocupan cargos públicos, superaron (supuestamente) exámenes o concursos y debieran velar por el bien común, con sueldos pagados por la sociedad.
No obstante, ejercen la peor de las violencias.
No alcanza con sancionar la ley Micaela y cumplir con un curso para el currículum y posar para la foto.
A todas luces, es necesaria una capacitación integral, sistémica y permanente en todos los estratos. Y controles, muchos controles. Tanto controles como prevención. Algo tan importante como acompañar a las víctimas cuando se atreven a denunciar. Algo tan importante como denunciar cuando quien está al lado sufre a un violento.
Si no, seguirán pululando y replicándose estos lobos con piel de funcionarios.
