“Estoy frustrado porque uno se esfuerza día a día y pasan estas cosas... Me cortan las piernas. Te esforzás todos los días y, cuando podés comprarte algo, las cosas te duran muy poco. Es mucha la inseguridad”. Esto dice Míqueas, mientras se lamenta por la moto robada por motochoros y por la que aún está pagando cuotas.
“Pasó en segundos; nos llevaron mucho. El auto, el dron, la computadora, los equipos… Se robaron todo lo que habíamos logrado comprar para trabajar. Nos quedamos sin nada”. Así se queja Lucas, tras el violento asalto sufrido con su pareja a manos de delincuentes.
“Te matás laburando, pagás impuestos, peleás contra la crisis, vienen y te roban las herramientas de trabajo. ¿Cómo se sigue?“. Quien habla es Ignacio, luego de ver su taller mecánico saqueado.
Apenas tres testimonios que se agregan a la imparable cadena de lamentos calcados y repetidos por parte de damnificados de robos en los últimos tiempos en Córdoba.
Es el otro costado, tan naturalizado por muchos y muchas, de una inseguridad que galopa a paso sostenido y que acumula bravos episodios en los barrios.
De manera permanente se escuchan y se conocen voces de víctimas plagadas de angustia, rabia e impotencia por haber perdido eso tan vital: las herramientas de trabajo claves para hacer, ser y desarrollarse. Dicho de otro modo, para vivir o sobrevivir.
Y la angustia, la rabia y la impotencia se potencian frente al tantas veces obsceno destino de fondos por parte de autoridades para cuestiones tan menores como gastos protocolares, regalos y otras asignaciones sin sentido.
Es cierto, primero está la vida. Y hoy se ha vuelto un consuelo sobrevivir a un delito y poder contarla.
Sin embargo, perder las herramientas que son un sostén para familias enteras conforma un golpe certero para cualquiera. Hablamos de sueños, realidades y esfuerzos hechos trizas por eso: el delito.
La inseguridad es cosa seria. Y mucho más para quien, de un día para el otro, lo pierde todo o casi todo por culpa de un Estado que no termina de proteger y de una Justicia que tantas veces se queda en discursos.
Y si a las fábricas pequeñas y medianas se les hace complejo rehacerse tras un robo, qué decir de los emprendimientos más pequeños y austeros, como talleres, despensas, carnicerías y otros comercios que tras un ilícito pierden la fuente básica para seguir.
Qué decir de taxistas, de remiseros, de choferes de aplicaciones y hasta de particulares que sufren el robo de sus vehículos, los que en el mejor de los casos aparecen desmantelados o incendiados, cuando no chocados por ladrones que escapan de la Policía. Como si fuera tan simple cobrarle al seguro para empezar de nuevo.
¿Y los deliveries? ¿Y todos aquellos a quienes no les quedó otra que rebuscársela con la entrega de comidas o paquetes, a cambio de unos billetes, y que sufren los robos de motos y de bicis? Vehículos que tantas veces los están pagando en cuotas y que en un plumazo desaparecen.
Ni hablar de aquellos que, por vicisitudes de la vida y la crisis, debieron reinventarse y trabajan desde sus hogares y cuando vuelven a casa se encuentran con una ventana reventada. La computadora e implementos invertidos para reinventarse desaparecieron.
Los casos no tienen freno. Los padecimientos tampoco.
Cuántos lamentos ahogados venimos escuchando desde largo tiempo en Córdoba. Cuántos lamentos más sobrevendrán.
Para peor, desesperados, muchos vecinos deciden meterse en tugurios para negociar a cambio de dinero el “rescate” de lo suyo, aun con el riesgo de sufrir algo peor.
Ya llegó el momento de que, a nivel estatal y oficial, se cree (o se discuta la posibilidad de crear) una repartición de ayuda en serio a la víctima de la inseguridad. Una dependencia que sostenga, colabore, ayude a quien perdió mucho en un robo. Una ayuda que tiene que llegar rápido y bien.
Hay un programa provincial que brinda algunos créditos para emprendedores. Es eso: un préstamo, por no mucho dinero y para ser devuelto en cuotas. Un cierto empujón, pero acotado a un número fijo de interesados.
Quizá desde esa matriz se pueda encauzar un ente o programa de apoyo concreto para quienes perdieron mucho por culpa de una inseguridad que, casualmente, es responsabilidad también del Estado.
