No, para nada. En absoluto se equivocó el adolescente cuando, tras pensarlo un segundo, sentenció: “Córdoba es una cosa de locos. Es una cosa de locos”.
Lamentablemente, quién mejor que Ezequiel Cabrera para trazar esa radiografía con lo que se vive y se padece por estos lados.
Este pibe de 17 años vio la muerte bien de cerca. Y la esquivó.
Fue luego de caer al túnel de plaza España, semanas atrás, cuando escapaba de una patota de enajenados en el corazón de Nueva Córdoba, otra de las tantas barriadas de Capital que pareciera zona liberada por las noches. Sobre todo, por las madrugadas.
Ezequiel no se anduvo con vueltas al opinar con La Voz sobre la noche cordobesa, esa maldita noche cordobesa que, desde hace años, viene cacheteándonos y escribiendo drama tras drama.
No se equivocó Ezequiel.
Primero, porque él sobrevivió a esa locura de violencia.
Segundo, porque precisó de qué manera hay y se ven droga (mucha droga) y armas (muchas armas) en manos de cualquiera en esa noche.
Tercero, porque supo describir a sus 17 años cómo todo eso aflora a la vista de todos, incluso delante de policías que parecieran mirar hacia otro lado.
A la luz y a la sombra de lo que se ve y se padece en tantos barrios, con tanta droga y armas, habrá que darle la razón.
El demencial ataque contra Ezequiel ocurrió una madrugada de sábado, a comienzos de abril.
Parece mentira, pero en cada uno de los siguientes fines de semana ocurrieron gravísimos episodios de violencia en Córdoba protagonizados por personas enajenadas. Fueron hechos tremendos.
Un domingo de madrugada, tres policías de civil patotearon dentro y fuera de un baile a un pibe en barrio Talleres Este. Lo señalaban por haberles robado, supuestamente, un celular caro. Como no lo “recuperaron”, entre golpes y aprietes le robaron otro celular caro y le sacaron las zapatillas como castigo.
Otro domingo de madrugada, el robo de un celular en una fiesta en barrio Parque Las Rosas derivó en una pelea. Resultado: un supuesto ladrón acabó acribillado a balazos por un policía de civil que le reclamaba un celular y que también fue herido.
El pasado domingo de madrugada, otra fiesta, ya en Río Cuarto, terminó en otra pelea a pura trompada y patadas. Fue cuando la bebida se acabó. Un joven quiso escapar en moto y terminó muerto de un tiro por la espalda. ¿Edades? La víctima, 29 años; el acusado, 23.
Hay más. Ese mismo domingo de madrugada, una pelea en un baile cubano, pleno Centro capitalino, terminó de la peor manera. Uno de los contendientes cayó al piso de cabeza y murió. Era expolicía. Tan expolicía como quien le pegó y ahora está preso. Violencia enajenada.
No es algo de ahora.
Peleas, ataques, venganzas, discusiones mal resueltas y que terminan de la peor manera vienen dándose y repitiéndose desde hace tiempo en la larga noche cordobesa, esa noche que se vuelve caldo de cultivo para cualquier cosa.
A veces, esa violencia se alimentó con alcohol. Otras, con la cocaína estirada. Otras, con todo eso junto. Otras, fue violencia en sí y esa debacle social a la que entramos hace rato.
Esa violencia detona en un baile, un boliche, una fiesta, un bar, una plaza, una casa. O a metros del Palacio Ferreyra y el Buen Pastor.
Y si esa violencia enajenada no detona en una pelea a las trompadas, a las pedradas, a los botellazos o a los balazos, detona en otra gran penosa forma de matarnos: el andar sobre ruedas.
Esa violencia enajenada se traduce en desprecio por la vida ajena (y propia también), ya sea en una calle, en una avenida, en una ruta.
Pareciera que no importan los muertos y los lisiados de estos años. Que no importan las familias destruidas. Que no importa tanta sangría causada por el tránsito de las noches y las madrugadas de Córdoba.
No. No se equivoca Ezequiel.
