El 17 de marzo último, Marcos González (34) fue detenido cuando llegaba a su casa de barrio Liceo Primera Sección, de la ciudad de Córdoba. En la vereda, estaban estacionados una camioneta Volkswagen Amarok y un auto Alfa Romeo de alta gama.
Un fiscal de Buenos Aires había solicitado su detención. Se lo acusaba de integrar la banda del “Zurdo” Ramón Antonio Asís (41), perseguida por grandes robos a ricos y famosos en la zona de Nordelta, partido de Tigre.
Otros tres cómplices, también cordobeses, habían sido capturados en febrero. Según la causa, habían alquilado una casa en el barrio privado Los Castores, en Nordelta, a la que usaban como “centro de operaciones”.
Sin embargo, aquel viernes de marzo, cuando González fue detenido en Liceo, el fiscal no libró la orden para allanar su casa. Y como ya era viernes y comenzaba la siesta, todo se pospuso para el lunes siguiente.
Entonces, se ordenó que el fin de semana un policía de la comisaría 17ª quedara de custodia, parado frente a la vivienda. Fue durante esas 48 horas que alguien reventó un vidrio, ingresó en la casa y robó lo inconfesable.
La familia de González denunció que se llevaron 180 mil pesos, pero los investigadores aseguran que el monto en realidad fue millonario.
El lunes 20 de marzo, el policía que debió custodiar y no lo hizo, en su descargo dijo que se había dormido y el fiscal Raúl Garzón ordenó detenerlo por cohecho, ya que sospecha que cobró una cifra de cinco dígitos para mirar hacia otro lado.
¿A qué viene todo esto? El martes último, temprano, un conocido delincuente cordobés, Sergio Martín Acosta (31), publicó en la red social Facebook, bajo el seudónimo “Martín Dillinger” (en referencia al ladrón de bancos de Estados Unidos que se hizo famoso en la década de 1930), una denuncia que generó demasiado revuelo en la Jefatura.
Aseguró que hace dos jueves fue conducido hasta el tercer piso de la Central de Policía, donde un grupo de uniformados le ofrecieron liberarle una zona para que robara una sucursal bancaria.
Y agregó una serie de fotos suyas en la misma sede policial.
Tanto el Gobierno provincial como la Policía le restaron crédito a la versión de Acosta. Aseguraron que había ido a Jefatura para denunciar a policías que supuestamente lo hostigaban –algo que luego no hizo– y que todo terminó en una farsa.
Y se agregó que Acosta es muy conocido en el interior de la fuerza no sólo por su grueso prontuario plagado de robos calificados, tenencia de armas y resistencia a la autoridad, sino también porque varias veces fue un “buchón” (alguien que suministra información a los investigadores azules).
Párrafo aparte para la Justicia cordobesa, que por estos días ocupa demasiado tiempo para dirimir sus luchas de poder sin lograr explicar cómo personajes de este tipo continúan en libertad con tantas causas abiertas.
En medio de esta serie de denuncias y desmentidas, otra vez quedó al descubierto que la mueblería policial continúa a pleno: otra cama más.
Porque todo el ruido que generó Acosta de inmediato fue utilizado en medio de la inagotable puja interna que tiene la fuerza.
En su raid mediático, este delincuente cargó duro contra el jefe de Robos y Hurtos, comisario Miguel Capdevila, al que trató de “traidor” sin dar mayores explicaciones.
Aunque en las últimas 48 horas hubo rumores de que Capdevila iba a ser apartado, desde la Policía se confirmó que continuaba en su puesto, aunque ahora se nombró a un nuevo jefe por encima de él.
Fuentes que conocen de sobra el funcionamiento de la institución aseguran que detrás de este último episodio hay un inmenso pase de facturas por aquel robo en barrio Liceo.
Es que aunque nadie lo denuncie jamás, se insiste con que allí había una cifra millonaria.
Y que fueron policías los que sabían de ese dato y activaron el atraco, con toda una cadena de complicidades que ahora intenta develar el fiscal Garzón.
Esta es la real disputa de fondo, cuentan, que existe en torno a este último escándalo interno.
De nuevo, policías sospechados de estar en ambos lados de una línea que parece cada vez más difusa.
