Mataron a Pablo. En barrio Ampliación San Jorge era un vecino conocido, querido. “Un tipazo”, comenta un vendedor de pan casero cuando nos acercamos a la casa en la que vivía.
Pablo Altamirano tenía 36 años. Fue asesinado de un disparo en el abdomen por dos presuntos motochoros que habrían intentado asaltarlo. El hecho ocurrió en la madrugada del miércoles 13 de abril, cuando realizaba su turno como playero de una estación de servicios de Villa Corina, a 10 cuadras de su domicilio, en el norte de la ciudad de Córdoba.
Pablo vivía con Anabel (42), su pareja, y sus cuatro hijos. El más pequeño es Santino (9), fruto de la relación de ambos, pero “para él no había diferencias, los cuatro eran sus hijos”, dice la mujer.
La zona es popular y populosa. Los lotes son pequeños y las viviendas se apilan una con otras. La inseguridad es tan cotidiana que para sus vecinos es parte del paisaje.
“Inseguridad hay en todos lados”, dice Anabel y agrega: “Hemos tenido algunos robos de celular, me han abierto algunas veces el auto, pero nada como esto. Lo otro es normal, o normal para uno, uno ya lo vive como normal”.
“Un padrazo”
Anabel, emocionada, describe a Pablo como “un padrazo”. Al nombrarlo, sus manos se cierran, y sus ojos se inundan. “Vivía para nosotros”, dice. Hace algunas semanas se había comprado una camioneta grande, para poder salir de paseo con toda la familia. Ese fue siempre su sueño, afirma su mujer.
Anabel y Pablo estaban juntos hace 11 años. Él trabajaba en la estación de servicio Santa Lucía, en Villa Corina, de 22 a 6 de la mañana. Siempre iba a trabajar a las 21.30 para que sus compañeros pudieran volverse antes a su casa.
Santino, el hijo menor de ambos, va a cuarto grado. Todos los días, su papá lo levantaba y lo llevaba a la escuela. “De Santino se ocupaba Pablo. Lo llevaba y lo traía, porque yo trabajo en ese horario. Si había reuniones de padres, él era quien asistía. Era un papá totalmente presente, siempre”, indica la mujer.
La trágica noche
El 12 de abril pasado, festejaban los 23 años de uno de los hijos de Anabel. “Guardame torta”, fue lo último que le oyeron decir antes de salir por última vez hacia su trabajo.
Horas más tarde, sus hijos, que estaban en la puerta de la casa, ingresaron con la mala noticia. “Quedate tranquila”, le dijeron a la mujer, “a Pablo le metieron un tiro. Lo quisieron asaltar, pero está todo bien”.
Anabel salió afuera y allí estaban los remiseros que solían acompañar a Pablo en la estación de servicio, para no dejarlo solo en sus turnos de madrugada. Los choferes le aseguraron a la mujer que Pablo estaba bien, que mientras lo trasladaban al Hospital de Urgencias hablaba con ellos.
Anabel y sus hijos partieron inmediatamente al hospital. En todo momento ella pensó que Pablo saldría adelante de la situación, porque “él es grandote”. “Nunca imaginé que iba a pasar esto”, reflexiona.
En el Hospital de Urgencias, una doctora les dijo que la bala le había pegado en la arteria aorta, que se había desangrado por dentro y que había hecho dos paros cardíacos. Del primero lo habían sacado, pero aún no salía del segundo.
Anabel no sabe cuánto estuvo esperando en el lugar, perdió la noción del tiempo. Sólo recuerda que más tarde, esa misma madrugada, los médicos salieron a decirle que Pablo había muerto.
El abrazo de Pablo
Al volver a su casa, la preocupación de Anabel era explicarle lo sucedido a su hijo más pequeño. Finalmente, ese mismo día, esperaron que Santino se despertara y le hablaron. “Su padre era todo para él, iban juntos a todos lados”, por eso “queríamos dejarlo que durmiera tranquilo el último minuto de su vida normal”, afirmó su mamá.
Al recibir la noticia, el pequeño comenzó a llorar. Santino fue con sus hermanos y su mamá al velorio. Él había dicho que no quería ver a su papá, pero lo llevaron porque no tenían con quién dejarlo. “Le dijimos, papá está allá, no te acerques. Desde su altura, lo veía como si estuviera durmiendo”, dice su mamá. En un momento de distracción de todos, se acercó al cajón, miró a su papá, le dejó una flor, y se alejó.
No asistió al sepelio, pero Santino le mandó a su papá una escultura de plastilina hecha por él mismo, como las que hacía desde que tenía tres años. Desde esa noche, empezó a dormir con una remera de su padre, porque “dice que lo abraza”, afirma su madre.
Anabel dice que en su casa no se deja de hablar de Pablo. “No queremos que desaparezca. Para nosotros es como si estuviera durmiendo, como que él sigue acá”, indica.
Seguir adelante
“Creo que no voy a volver a tener la vida de antes. Tengo cuatro hijos y tengo que seguir adelante por ellos. A Santino le suelo decir: la mamá va a llorar cuando se sienta mal, porque a la mamá le duele acá en el alma. Y de la única forma que se me pasa, es llorando. Cuando termine de llorar, voy a volver a estar bien por un tiempo. Pero déjenme llorar, donde sea”, sostiene.
“Pablo me dejó una responsabilidad muy fuerte. No es fácil cubrir el espacio que deja. Ahora me toca hacer de mamá y de papá. Es re difícil, no sé hacerlo”, indica.
Anabel recuerda a Pablo como un “buen tipo, pero antes que nada, un buen padre”. “Cuando falleció, uno de mis hijos se me acercó, me agarró la mano y me agradeció por permitirles conocer a Pablo”.
“Yo se que él sabe muy bien con quién dejó su hijo. Sé que está en paz y tranquilo, porque sabe que yo doy todo. Acá a nadie le va a hacer falta nada”, agregó.
Dos detenidos
La investigación por el homicidio de Pablo Altamirano tiene a dos jóvenes vecinos de la zona presos. Según el fiscal Raúl Garzón, ambos hermanos habrían sido los motochoros y los acusó por homicidio en ocasión de robo.
El abogado de la familia, Carlos Nayi, dijo que solicitará el cambio de la carátula. Reclamará homicidio “criminis causae”, un delito que se configura cuando el delincuente mata para “preparar, facilitar, consumar u ocultar otro delito o para asegurar sus resultados o procurar la impunidad para sí o para otro o por no haber logrado el fin propuesto al intentar otro delito”.
En caso de confirmarse la imputación y ser encontrados culpables, los acusados tendrían una sola sanción posible: la prisión perpetua.
