Las frutillas congeladas son un recurso habitual en muchas cocinas por su practicidad y disponibilidad todo el año. Son ideales para muchas recetas, pero si se consumen sin cocinar, pueden contener microorganismos que la congelación no elimina.
En el caso de frutas congeladas que se consumen directamente tras descongelar, la aplicación de calor puede ser una barrera preventiva eficaz frente a posibles patógenos.
Congelación: conserva, pero no desinfecta
Según la FDA, la congelación detiene temporalmente el crecimiento de bacterias, virus y parásitos, pero no los destruye. Al descongelar, estos patógenos pueden reactivarse, especialmente si el alimento no recibió un tratamiento térmico previo. Brotes de hepatitis A y norovirus han sido vinculados a frutas rojas congeladas en casos puntuales.
Además, el nivel de riesgo puede variar en función del origen del producto y de cómo se haya manipulado y procesado, siendo mayor en productos importados que no han sido sometidos a tratamiento térmico en origen.
La apariencia engaña: no confíes solo en el envase
El aspecto limpio y la sensación de seguridad que ofrece un alimento congelado no garantizan la ausencia de riesgos.
Estudios advierten que la confianza en la presentación no debe reemplazar las buenas prácticas de higiene, sobre todo en alimentos que se consumen sin cocinar.
El poder del calor para eliminar patógenos
El tratamiento térmico consiste en calentar el alimento a una temperatura y tiempo adecuados para reducir o eliminar microorganismos dañinos.
Aunque no hay una temperatura oficial para frutas, la cocción es efectiva contra patógenos comunes en alimentos.
Recomendación experta: hervir un minuto para mayor seguridad

Catarina Flink, microbióloga sueca, aconseja hervir las bayas congeladas —fresas, frambuesas, arándanos— durante un minuto para eliminar virus resistentes como el norovirus. Esta medida es especialmente importante para niños, personas mayores o con sistemas inmunitarios debilitados.
Qué hacer si no se consumen de inmediato
Las fresas hervidas pueden enfriarse y guardarse en refrigeración o volver a congelarse, siempre respetando buenas prácticas de manipulación para evitar contaminación posterior.