Los mercados no le creen al Gobierno. Así de simple podría explicarse lo que está pasando desde hace mes y medio en el plano cambiario y financiero. El Merval a 1.400 puntos está regalado; los bonos públicos y las acciones de las empresas argentinas se derrumbaron, y el ministro de Economía, Luis Caputo, entró en guerra abierta con los bancos. Les subió los encajes al 60% que se pueden integrar con bonos, para asegurarse una alta participación en la subasta. Así, el Tesoro convalidó tasas del 75% para las Letras más cortas y todo indica que así será hasta que pasen las elecciones de octubre.
“Riesgo kuka 100%”, dice el ministro, y acá en Córdoba, su segundo en Economía, José Luis Daza, insistió en que la economía está mucho más robusta que en otros períodos electorales: la inflación está bien anclada a la baja, el pase de la apreciación del peso a los precios ha sido casi nulo, no hay riesgo de crisis financiera traumática y el compromiso con el superávit fiscal sigue inamovible.
La macro viene bien, pese a las turbulencias. Si bien la actividad se enfrió desde julio, se sabía que eso iba a pasar porque el mandato es mantener baja la inflación. No hay manera de que la inflación siga descendiendo si se desbanda el tipo de cambio. En ese altar macro hay lugar sólo para la inflación y nada más que para la inflación. Es inédito atravesar una campaña sin “plan platita” ni estímulos de consumo para nadie.
El jueves, en la Bolsa de Comercio, donde estuvo Daza, había empresarios que decían que aun con el 3% mensual el electorado iba a estar contento. Textual, alguien dijo: “No entiendo tanto esa obsesión de matarla tan rápido, se podría haber ido más despacio en el tramo final y mantener más viva la actividad económica”.
¿Qué pasó? ¿Qué pasó de repente que el mercado duda, que los bancos se retoban, que el empresariado contradice el manual de Caputo?
La explicación es una: por primera vez se advierte que no está tan claro que los Milei puedan ganar las elecciones más que cómodos. Ha quedado en el centro de la polémica la única persona de la que Javier Milei no se va a desprender jamás: su hermana Karina. No sólo aparece implicada en los polémicos audios por las presuntas coimas en Discapacidad, sino que está en estas horas bajo tela de juicio su estrategia electoral: el oficialismo está pagando caro su rechazo visceral a armar listas con aliados en cada provincia.
Este lunes podrían haber estado celebrando la victoria junto a Juan Pablo Valdés, pero Karina (y los primos Menem) fueron partidarios del purismo más absoluto. Y con esa bandera sólo les fue bien en la ciudad de Buenos Aires, cuando sorprendió Manuel Adorni en el primer lugar.
En Corrientes, en 2023, Milei había ganado con el 53% de los votos y Sergio Massa, casi con el 47%. Es más, en la primera vuelta Massa había cosechado el 37% y Milei había quedado segundo con el 30%. El libertario Juan Pablo Almirón quedó cuarto este domingo, con el 10% de los sufragios.
Primera lección: la marca Milei no es trasladable a cualquier potus, como solían decir en las filas de La Libertad Avanza. Es cierto que una elección a gobernador no es exactamente comparable con las legislativas del 26 de octubre, pero todo va marcando la cancha. En Santa Fe, La Libertad Avanza quedó tercera con un 23%. En Formosa, también tercera. En Misiones, segunda, pero lejos de pintar el mapa de violeta, como esperaban. La factura cae sobre Karina.
Provincia de Buenos Aires
Ahora la mirada recae en las votaciones de la provincia de Buenos Aires el próximo domingo, una elección muy particular porque es la primera vez en la historia que Buenos Aires vota separada de la nacional, porque sus ocho secciones electorales son más populosas que medio país junto, porque no está claro el nivel de participación (y si el ausentismo le será favorable a Axel Kicillof) y, sobre todo, por la incógnita del impacto directo que tendrá el caso coimas en el votante.
En el oficialismo dan por hecho que salen segundos, pero la pregunta es por cuánto. Una muy mala elección para los libertarios en la provincia de Buenos Aires sería perder por 10 o más puntos. Una elección aceptable sería perder por entre cinco y 10 puntos, evaluando bien en qué sección se pierde más, y una buena elección es quedar a menos de cinco puntos de diferencia.

No obstante, todas las fichas están puestas en las legislativas de octubre. En la Rosada hablan de un 42/45% de los votos, suficiente para conseguir un tercio y mantener los vetos en el Congreso, consolidando así el apoyo político que dispararía un rally financiero con ingreso de capitales, baja del riesgo país y acumulación de reservas.
La confianza en el Gobierno cayó 13,6% en agosto y tocó el punto más bajo en la era Milei. Los analistas dicen que nunca nadie ha perdido elecciones por casos de corrupción, pero sí se pierden si se teme que la cosa no funcione. Las tasas ridículamente altas tienen un correlato directo en quien pretende comprar algo en cuotas, aunque se entusiasme con las tasas que están pagando las billeteras virtuales por tener plata en cuenta.
La estabilidad cambiaria y la desinflación dependen de una medicina muy dura: tasas altísimas y un freno marcado en la actividad. El Gobierno eligió eso apenas asumió y sigue aún con esa receta. No se ha movido un renglón, confiado en que las urnas le darán la razón. Pero el mercado advierte que no todo puede estar yendo de acuerdo al plan.