La pelea encarnizada que libran desde hace algunos años Marcos Galperin y la banca tradicional esconde cuestiones mucho más profundas que los argumentos que se disparan ambos bandos.
Ahora, Mercado Pago acusa a 36 bancos de haberse cartelizado para crear en conjunto la billetera Modo, que desalienta la competencia. En 2019, la Comisión de Defensa de la Competencia determinó que ostentaban posición dominante y fueron obligados a desarmar Prisma, el dispositivo que capturaba las compras en los comercios. Y, hace unos meses, los bancos patalearon para reclamar el uso libre del QR, que era de Mercado Pago.
Es una nueva forma de hacer negocios que responde a una era en la que la intermediación, tal y como fue concebida en el siglo 20 y en parte del 21, voló por los aires. La tecnología es la protagonista excluyente. Todos los eslabones de la cadena tienen interés en que el proceso funcione, y las regulaciones que otrora dominaron la escena financiera quedaron obsoletas o, simplemente, se volvieron testimoniales. Hasta el rol del Estado como intermediario y gran árbitro quedó perimido.
Veamos. Todo empezó cuando en la gestión de Mauricio Macri se dio el mismo estatus a las cuentas bancarias (CBU) que a las cuentas virtuales (CVU). Hasta entonces, Mercado Libre permitía que los vendedores que hacían operaciones en la plataforma dispusieran del dinero en un gran circuito cerrado: todas las personas que operaban en Mercado Libre. Cuando se permitió reemplazar la catarata de números con un alias y el mundo bancario con el virtual pasó a tener conexión directa, el modelo de negocios (inicialmente marginal) estalló y Mercado Pago se convirtió en la obsesión de Galperin. Todo estaba por hacerse en la Argentina y la región.
Hasta entonces, la bancarización en el país alcanzaba apenas al 40% de la ciudadanía: quienes a duras penas podían demostrar ingresos en blanco. Ni los jubilados querían. Había un ejército de excluidos –cuentapropistas, profesionales, artesanos, vendedores ambulantes condenados a moverse en efectivo– que quedaban marginados de los beneficios que otorga ser parte de un sistema financiero, como calificar para un préstamo, tener tarjeta de crédito, contratar seguros y armar un scoring crediticio que apuntale negocios. Encima, durante años el negocio de los bancos estuvo en prestarle al Estado, con lo cual el interés real de atender las necesidades financieras de la población tendió a ser cero. Ni cajeros automáticos ponían.
Fue una especie de venganza de los excluidos. Millones de movimientos de montos menores, esos que siempre los bancos habían despreciado. La carpeta crediticia y el oficial de negocios no hicieron falta en este sistema, porque la tecnología arma el puntaje del usuario. A más transacciones, mayor inclusión financiera. ¿Que no puede prestar plata? ¿Que no puede tomar depósitos? ¿Que no tiene autorización para hacer intermediación financiera? ¿Que no puede remunerar cuentas a la vista? ¿Quién lo dice? ¿El lobby bancario, que intentó por años cooptar al Banco Central? La realidad los pasó por encima. Los bancos pretenderían que las fintech no manejaran plata. Imposible, la revolución ya está en marcha.
La choripanera que aceptaba QR en las marchas fue un manotazo a la mandíbula de quienes vieron en Galperin al ventajita que a la primera de cambio se mudó a Uruguay. No se puede detener; a la gente le sirve.
Precisamente, el QR fue la gran pegada de Mercado Pago: un lector desde el celular que vincula la plata de la gente con las cuentas del comercio. Chau, bancos; chau, plásticos; chau, “casta” financiera. Ahí, con el teléfono que todo el mundo tiene en la mano.
Larga disputa
También hay que decirlo: Galperin no es una carmelita descalza. Las comisiones son altas y los bancos fueron a Defensa de la Competencia para pedir que el sistema de QR fuera interoperable. Es decir, que los clientes bancarios pudieran pagar así, pero sacando plata de una cuenta bancaria y no de Mercado Pago. Galperin no quería porque alegaba que todo el sistema había sido desarrollado por su empresa. Suspendió por un tiempo el cobro con tarjetas bancarias asociadas a Mercado Pago y los bancos fueron a pedirle al Gobierno que diera de baja el Debin, alegando razones de seguridad. El Debin vuelve locos a los bancos: el cliente entra a Mercado Pago (o similares) y desde ahí puede ingresar la plata que tiene en una cuenta de la banca tradicional. La gente “chupa” todo el tiempo su plata de un lado a otro, porque en una caja de ahorro Galperin te paga 36% anual y los bancos, cero.
La cosa se organizó así: Mercado Pago tuvo que abrir su QR a todo el sistema, el Debin sigue funcionando y se acordó el reparto de comisiones entre quien pone el QR y la app que captura la transacción. Mientras tanto, los bancos se abroquelaron detrás de Modo y denunciaron a Galperin por “integración vertical”. Dicen que tiene la vaca atada, porque quien compra por Mercado Libre paga con Mercado Pago y no con Modo u otra billetera virtual. Lo curioso es que Modo también hace abuso de su integración vertical, porque con la app puede ver y operar con las cuentas de todos los bancos y no con Mercado Pago.
Galperin ahora patalea porque dice que los bancos arreglan promociones con los comercios que dejan afuera a Mercado Pago y que, en el fondo, volvieron a cartelizarse todos juntos detrás de Modo. Es la pelea de nunca acabar. El “libre” del loguito amarillo adquiere un significado trascendental en esta pulseada y le agrega condimento político al desvelo desregularizador de los libertarios.
Hay en la Argentina 42 millones de cuentas fintech. El ecosistema tiene 330 empresas, con 30 mil empleos. Con un dato contundente: el 65% de las transacciones en la Argentina va desde un CVU o viene desde un CVU. Con V corta, lo que significa que no hay un banco presente, sino una fintech. Eso significa que tarde piaron: la revancha está en marcha.
