Todas las encuestas, con sus matices, revelan que seis meses después de la asunción de Javier Milei a la presidencia, la mayoría de los ciudadanos cree que en un año la economía estará mejor que ahora. Lo inédito de esa expectativa es que la encarnan, en general, quienes hoy reconocen estar en una “mala” situación económica personal.
Los peronistas se enojan con la gente porque dicen que a Milei le perdonan todo. Los libertarios están convencidos de que los peronistas no los van a dejar gobernar. Y los radicales a veces creen lo primero y a veces, lo segundo. Es más, a veces perdonan y en otras ocasiones meten palos en la rueda. En el PRO todavía buscan digerir cómo es que un outsider les arrebató –y vaya cómo– el discurso del cambio. Todos están atontados.
En el medio, una enorme mayoría espera que esta vez la cosa funcione, aun a costa de Milei. Y quiero poner el acento en esto: aun a costa de Milei.
Primero, porque en el horizonte no hay, al menos por ahora, una opción política que pueda erigirse como alternativa a La Libertad Avanza. Todo es más de lo mismo. Y quienes se ven como potables para 2027, primero tienen que probar que pueden gobernar con éxito sus provincias.
Segundo, porque quienes creen que las formas de verdad importan están haciendo un enorme esfuerzo por despejar la catarata de cosas que dice Milei de lo que efectivamente hace o quiere hacer.
Mauricio Macri fue un gran respetuoso de los códigos republicanos y del arte de la negociación, pero lo desplumaron: los gobernadores se lo comieron vivo y no pudo hacer en serio una reforma de fondo.
En qué hay consenso
¿Qué importa más, entonces? ¿Que guarde la corrección política o que haga los cambios que todos quieren? ¿Será necesario tragarse este sapo? ¿Por cuánto tiempo?
¿Y cuáles son los cambios que tienen hoy cierto consenso?
Que hay que bajar el nivel de gasto público. Que lo que el Estado malgasta por un lado es porque se lo sacó al sector privado por el otro.
Que el relato del Estado presente terminó siendo un gran verso, porque fue acompañado de políticas inviables, que terminaron volando por los aires a sectores que tardarán años en recuperarse. Por caso, la salud: el Congreso votó más de 70 leyes para ordenar que se debían cubrir tratamientos, pero sin indicar cómo se financiaría eso.
Que el gasto público no debe ser el motor del crecimiento. La inversión tiene que venir del sector privado y luego vendrá el crecimiento en serio.
Que no sirve estimular artificialmente el consumo a fuerza de anabólicos o “planes platita”, porque eso se paga con inflación. Y vaya cómo. En 2023, los pesos quemaban, y lo que te regalaban en luz, agua, turismo para ricos y subsidio de impuestos se gastaba en el restaurante o recital. Conclusión: 211% de inflación y 45% de pobres, además de arruinarse todos los precios relativos, lo que ahora otro gobierno no peronista busca corregir.
Los gritos y la gestión
Milei es un tipo que grita; que se piensa como mesiánico; que acusa al Congreso de ser un nido de ratas; que se mofa de todos; que destrata hasta a sus íntimos. En el fondo, más allá de los votos prestados de Juntos por el Cambio, no le debe nada a nadie. No tener un gobernador o intendente propios puede ser un problema estructural, pero también una fortaleza.
Resulta chocante la manera en la que busca construir su poder, a los gritos, con sólo dos personas de su confianza, sin dar explicaciones, sin pensar en la gestión de gobierno. Pero es probable que a esta altura del partido todos coincidamos en que Milei es el fruto de una sociedad que engendró el “así no va más”.
No es Milei el que enarbola una motosierra: fue la sociedad la que pedía eso a los gritos, y encontró en Milei la horma de su zapato. Este fue capaz de conectar como nadie con ese desencanto social, con la desesperanza profunda de quienes alentaron a sus hijos a irse a vivir al exterior y ahora anhelan el regreso.
La profunda crisis económica fue el campo fértil para que tuviera consenso el durísimo ajuste que afectó el semestre: la actividad económica cayó 8%; el consumo, 4%; el salario, 25%. El Presidente rotuló la situación con un “no hay plata” y la gente lo entendió. No se puede imprimir más billetes de arriba.
Milei demostró un talento muy particular e insondable para los códigos viejos de la política. Quizá sea apenas una etapa necesaria y pasajera: el único capaz de llegar con el cuchillo hasta el hueso, yendo hasta el fondo, sin importar los modales. Lo que peronistas, kirchneristas, radicales y hasta los dirigentes PRO de paladar gris ven como un sapo al que hay que tragar. ¿Y si sale bien? ¿Y si los ciudadanos validan de nuevo?
Para eso, el Gobierno deberá disponerse a meter los pies en el barro y encaminar la gestión, lo que incluye la puesta en marcha de la demorada “ley bases” y del paquete fiscal. Porque aun cuando Milei habla de “destruir el Estado” –asimilando que es un eufemismo que refiere a querer achicarlo–, eso requiere pericia, mucha pericia en la gestión. Y con seis meses ya cumplidos, es lo que le falta desplegar.
