En la introducción a su libro Los ingenieros del caos, Giuliano Da Empoli recurre a una imagen potente: es el mes de febrero de 1787, Goethe acaba de llegar a Roma y se aloja con nombre falso en un apartamento anónimo de la Vía del Corso para descansar unos días su celebridad.
Pronto lo sorprende el rumor callejero: unos personajes disfrazados con ropas excéntricas y máscaras de doble faz se mofan de todo.
Es el Carnaval: no un festejo que las autoridades concedan, sino una fiesta que el pueblo se ofrece a sí mismo. La fiesta de la insolencia, la expresión fugaz de un sentimiento incontenible que no respeta jerarquías y por momentos encumbra un rey alternativo, una impostura del vulgo.
El cierre de las listas de candidatos tiene para los adictos a la actividad política una tensión parecida a esa sublevación profana.
Corriendo contra el reloj, los encumbrados y los arribistas, los honorables y los tahúres, se trenzan en una danza frenética hasta que la medianoche fatal les dice basta. Quedan echadas las cartas sobre la mesa, como la resaca de serpentinas y máscaras del Carnaval.
Las listas inscriptas en todo el país para la elección de octubre confirman algo esperado: una dispersión acentuada. No sólo porque esa diáspora de la oferta electoral es típica de los comicios legislativos, sino porque este año operan dos novedades instrumentales: la suspensión de las Paso y la instauración de la boleta única.
Ambas novedades están en el vórtice del clima de época. El Estado desreguló la actividad política al suspender las primarias con voto compulsivo. Al mismo tiempo, les restó poder a los oficialismos al atenuar la cancha inclinada de la boleta tradicional.
Estos cambios no fueron concesiones generosas de las organizaciones políticas sino una imposición de la realidad. Fue por el colapso de las coaliciones con las cuales se organizó el sistema tras la crisis de principios de siglo. Una nueva crisis impuso los cambios. El resultado observable en la oferta electoral es una dispersión de esquirlas.

Pero esa proliferación de astillas no alcanza a ocultar una tendencia nítida: la polarización en dos bloques genéricos. Algunos analistas describen esa polarización delineando dos bloques de rechazo cruzado: antimileístas y antikirchneristas.
Otros sostienen que en realidad sólo quedó un eje entero: el del oficialismo que lidera Milei, desafiado por quienes se le oponen, un archipiélago de expresiones diferentes carentes de un liderazgo único.
La conformación de la oferta electoral es un primer dato, bastante provisorio, de la nueva fisonomía del sistema político. Al rasgo definitivo lo cincelarán las urnas.
Recuerda Da Empoli que los revolucionarios franceses abolieron en su momento la celebración del Carnaval: la Revolución había logrado el derrocamiento; para qué seguir con la farsa. Habían organizado la sublevación del vulgo: su celebración es el voto.
Entre la polarización genérica de la oferta electoral y la dispersión percibida en la pluralidad de listas, tallará la definición del voto. O del no voto, si la tendencia a la abstención inorgánica se acentúa en octubre.
Dinastías
Otro dato para el análisis es la conformación nominal de la oferta. Se detecta una tendencia. De un itinerario de descomposición: de las coaliciones caídas provienen los partidos agonizantes y de estos sobreviven viejos clanes ajados.
Buena parte de esa implosión se debe a un factor central: el emergente de la crisis de representación es Milei. Y Milei busca organizar un partido, desde su posición dominante. Su modelo no es el de coaliciones. Desafía a sus antiguos aliados y a sus adversarios con la idea -acaso el espejismo- de un nuevo bipartidismo.
La oferta de Milei tiene un sesgo nítido: quiere en el Congreso legisladores que primero levanten la mano para aprobar los proyectos del Ejecutivo y luego -más bien opcional- los lean. Sus adversarios en el peronismo carecen de argumentos para objetar el catecismo de la autoridad vertical.
En la empresa de constituir un partido propio, Milei delegó poder en su hermana Karina y ella se sirvió de un clan desheredado del peronismo. Esa novedad condujo a algunos a distinguir entre el neokirchnerismo del último gobierno peronista y el neomenemismo del Gobierno actual.
Es una simplificación que los hermanos Milei subestiman. Están convencidos de que el desempeño del plan económico ya sentó las bases de una nueva dinastía con su nombre. El sueño de todos los que duermen vela en Olivos.
No es un destino definitivo. Hace días se conoció la historia de un nieto célebre de Fidel Castro. Se llama Sandro, vive entre lujos en la Zona Cero de La Habana. Ese núcleo de privilegio y misterio donde están sepultados los fuegos revolucionarios del pueblo cubano. Le gusta exhibirse en redes, ostentar una vida capitalista.
Sandro busca seducir a sus seguidores con videos breves; como su abuelo intentaba, con discursos de tres horas.
No hay clan que dure cien años.