Daniel Passerini entendió que su gestión en la Municipalidad de Córdoba necesitaba entrar a boxes de inmediato. Cambiar las piezas de lo que no funciona como se pretende siempre es menos costoso que fundir la máquina en medio del camino. Desde hace meses, Passerini veía varias señales de alerta en el tablero. Valoró que el momento para parar y volver a arrancar era este.
La acción de sacudir la estructura desde arriba tiene consecuencias que pueden ser positivas, pero deben ser aprovechadas; de lo contrario, cambian de signo y se vuelven en contra.
Con este paso, Passerini recupera centralidad política y poder de mando sobre sus principales colaboradores. En términos de Cristina Kirchner, podría decirse que el intendente entendió que hay “funcionarios que no funcionan” y los eyectó. A otros les dio una segunda oportunidad y quedaron bajo revisión. Un detalle resalta tras el sacudón en el Palacio 6 de Julio: los removidos son, mayoritariamente, dirigentes heredados de la gestión capitalina que lideró Martín Llaryora. El área de Ambiente ejemplifica con claridad ese cambio.
Como en toda reestructuración, hay ganadores y perdedores. Los passerinistas consideran que la nueva etapa es más propia que la anterior. Si eso será mejor o peor para la gestión, se verá en unos meses.
En el Panal se bajó un mensaje uniforme: las decisiones las tomó Passerini “sin intervención ni opinión del gobernador”. No hubo ni un peronista con cargo que se saliera de ese libreto. Hay quienes ponen en dudan ese desapego. “Los comandos dobles están condenados al fracaso”, repite Llaryora como máxima desde que era intendente de San Francisco.
Los cambios y el ajuste, que no había hecho en esta magnitud hasta el momento, también le dan al intendente un recurso discursivo que no tenía hasta ahora. “No podés pedirle a los vecinos un ajuste si no lo hacés primero vos”, admite, sin eufemismos, un integrante del equipo municipal.
En paralelo, la zaranda que Passerini pasó a su propia administración no deja de ser una admisión de errores y falencias. El intendente gastó balas de una cartuchera que no es infinita, lo que lo obliga a ser prolijo y le quita márgenes de error hacia adelante.
El reseteo que está imprimiéndole a su administración, con cambios de nombres, achiques y fusiones de áreas ejecutivas, tiene como objetivo central evitar que termine de instalarse una idea que aparece encubierta en todas las encuestas que miden su labor en estos casi 16 meses de mandato: que la ciudad, en términos generales, está peor que antes de su asunción. Su lucha decisiva es evitar que se consolide esa impresión.
Esa percepción es nociva no sólo para Passerini; también alcanza de manera directa a Llaryora. El gobernador les dijo a los cordobeses en 2023 que la garantía de continuidad de la gestión que los vecinos valoraron ampliamente con su voto era poner en manos de Passerini los destinos de la Capital. Ese fue el contrato electoral que expuso Llaryora. Y es lo que está en peligro de ruptura si el intendente falla en su gestión.

Llaryora depende de eso y necesita que a Passerini le vaya bien. Sin una administración medianamente exitosa en la principal ciudad de la provincia, las posibilidades de lograr la reelección se le achican, independientemente de su propio desempeño en la Provincia.
Desde que asumió, el gobernador no ha parado de dar señales en línea con reconquistar al interior que votó mayoritariamente a Luis Juez hace menos de dos años. La foto del martes junto a 400 intendentes es elocuente en ese plano.
El problema ahora es que surgió un riesgo indeseado: la Capital. Lo que parecía la garantía para la continuidad del proyecto de poder puede pasar de ser fortaleza a talón de Aquiles.
Recursos, gestión y riesgos
Passerini tiene argumentos económicos para explicar un deterioro que es común en las principales ciudades de la Argentina. Basta con ver, por ejemplo, la caída de la imagen de la gestión del PRO en Caba, un bastión que siempre se caracterizó por ser modelo para otras grandes urbes.
El recorte de fondos nacionales a cero para el transporte es un agujero insoslayable que padece la Capital. También la millonaria deuda externa contraída por Ramón Mestre y heredada por el propio Llaryora, que durante su paso por la Capital pateó hacia adelante esos compromisos.
Passerini no puede quejarse en público de estar pagando algunos de esos costos que fueron los que posibilitaron que hoy ocupe el principal despacho de la Municipalidad. En cambio, no oculta su molestia con quienes intentan reducirlo a ser un simple empleado de Llaryora. “Daniel es socio y parte central de este proyecto político. Quien no lo entienda, se tendrá que ir dando cuenta. Que su estilo sea menos confrontativo no significa que no vaya a defender lo que se ganó”, remarcan muy cerca del intendente.
Tanto en la Municipalidad como en el Centro Cívico hay conciencia plena de los riesgos que implican para el oficialismo que la Capital no traccione como lo hizo en 2023. Creen, además, que los resultados del plan de obras que lanzó el municipio empezarán a rendir frutos desde finales de este año y durante todo 2026, en la antesala de la campaña para los comicios del año siguiente.
Es la misma receta que les funcionó hasta ahora, pero ahora hay un detalle: para repetir los resultados en las urnas, en la Capital no se puede fallar.