Vladimir Putin todavía estaba celebrando la desmesura de su triunfo electoral en medio de la guerra que desató al invadir Ucrania. Aniquilando adversarios y fraguando las urnas, consiguió ganar con el 87 por ciento de los votos. Pero el festejo se tiñó de sangre. Un comando terrorista del Estado Islámico (Isis, por su sigla en inglés) provocó al menos 137 muertos. Putin quiso orientar las culpas mirando hacia Occidente, aunque exhibió a cuatro tayikos torturados con rasgos que no parecían ucranianos.
Pese a haber sido investigado por el asalto al Capitolio con el cual abandonó el poder, Donald Trump está convencido de que en enero próximo volverá triunfante a la Casa Blanca. Compite con el anciano demócrata Joe Biden desde que la Corte Suprema de Estados Unidos lo habilitó como candidato, y camina confiado a las elecciones. Pero no tanto: por primera vez un expresidente norteamericano deberá afrontar un juicio penal en su contra. Desde el 15 de abril, tendrá que enfrentar 34 cargos de falsificación de registros comerciales para ocultar el giro de 130 mil dólares para comprar el silencio de la actriz porno conocida como Stormy Daniels, por una denuncia que esta le hizo durante la campaña presidencial de 2016.
Podría continuar la enumeración de ejemplos, la conclusión será la misma: el mundo en el que Argentina está intentando resolver su enésima crisis está revuelto hasta la médula y no hay razones para esperar un devenir predecible. Javier Milei ha resuelto, en ese azar insondable, jugar todos los días el rumbo de su gobierno a suerte y verdad. Confía en que los resultados de su plan de contingencia para bajar la inflación le renueven la confianza ciudadana que trae desde las elecciones y todavía mantiene.
Rodrigo Valdés, director regional del FMI, le elogió a Milei como un “progreso impresionante” que la inflación esté cediendo antes de lo esperado, pero también le advirtió que tiene que mejorar “la calidad del ajuste fiscal”. Un resultado obtenido con recursos precarios: suspensión de pagos, licuación de jubilaciones, paralización de la economía.
En especial, desde el FMI le sugieren a Milei darles a sus reformas económicas algún sustento político más sólido que la volatilidad de la opinión pública. Obtener leyes que todavía no pudo sacar del Congreso y evitar nuevos conflictos que no le conviene abrir. A contrapelo de esa opinión, Milei (que ya tenía un litigio abierto con el Parlamento) abrió un nuevo frente de combate contra la Corte Suprema de Justicia.
El pleito con el Congreso era acaso inevitable. Viene abierto desde el momento de la elección, que designó un presidente ultraminoritario en las cámaras legislativas. En palabras del politólogo Natalio Botana: un “parlamentarismo de facto”, improvisado por los votantes. En cambio, el enfrentamiento con la Corte es un conflicto provocado por Milei por razones no explicadas.
Tormentoso
Pocas veces se ha visto el caso de un candidato a la Corte Suprema de antecedentes tan frágiles como los del juez Ariel Lijo. En una serie de artículos publicados por el diario La Nación, los periodistas Carlos Pagni, Hugo Alconada Mon y Candela Ini describieron –con datos que hasta el momento no han sido refutados por nadie– una serie de actividades y vínculos que, más que la proposición de Lijo para la Corte, ameritarían la apertura de un juicio político para evaluar su desempeño actual como juez federal.
Con datos certeros, obtenidos de una investigación judicial en curso, Pagni informó todo un itinerario de acciones patrimoniales de la familia Lijo. Desde la apertura de una cuenta bancaria en España para recibir cifras millonarias en dólares a través de sociedades off shore, ligadas a su vez a fideicomisos (una ingeniería que debería llamar la atención de los organismos dedicados a la prevención de lavado de activos), hasta el desarrollo de una empresa de seguros que benefició al juez que investigó a Lijo por enriquecimiento ilícito. En un proceso donde a Lijo lo defendió el abogado Mariano Cúneo Libarona, actual ministro de Justicia. Pagni difundió (porque consta en un expediente público) hasta el número de la cuenta suiza donde cualquier juez responsable podría investigar el patrimonio de Lijo.
Es inconcebible que Milei haya desconocido este historial de su candidato a ocupar una silla en el máximo tribunal de la Nación. Sólo caben dos opciones: o lo propuso a sabiendas de estas calamidades éticas porque cerró un acuerdo con la oposición que domina la mayoría del Senado de la Nación, o lo hizo sólo como un capricho para contrariar las expresiones de rechazo que razonablemente han surgido desde distintos foros interesados legítimamente en el accionar de una Justicia transparente.
Lo paradójico e incomprensible del caso sería que exponga su imagen pública en la postulación menesterosa de un candidato “pura sangre” de la casta que repele. Si consigue los votos para Lijo, habrá sido para beneficiar a la casta. Si no los consigue, su derrota habrá sido por defender a la casta.
Existe, además, otro costado sombrío de este proceso oscuro. El actual juez de la Corte Ricardo Lorenzetti es vinculado en casi todos los análisis de la postulación de Lijo como un actor presuntamente relevante en la decisión que tomó Milei. Es comprensible que Lorenzetti no se expida sobre la trayectoria borrascosa de “Stormy” Lijo. Es esperable, en cambio, que diga algo sobre su propia actuación en esta trama.
En lo que a la Corte respecta, Lijo está a la espera de su silla. Pero Lorenzetti ya está ocupando la suya, con las severas obligaciones que conlleva.
