El presidente Javier Milei propuso en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso un reseteo profundo de la forma de concebir la política en Argentina, que incluye barajar y dar de nuevo en el sistema económico que reinó en los últimos 25 años.
Reiteró los mismos conceptos del 10 de diciembre (íbamos camino a la híper; 15 puntos de déficit fiscal y cuasifiscal; 11.200 millones de reservas negativas), pero le agregó cuatro variantes adicionales.
El modelo estatista es empobrecedor y hay que achicar el Estado. Sostiene que el alto gasto público, el déficit fiscal agravado, la deuda y la emisión monetaria deterioraron la vida de los argentinos. Por eso pide en el “pacto de mayo” volver a un gasto público máximo de 25 puntos del producto interno bruto, como fue el promedio en la década de 1990. Hoy está cerca del 40%. Habló “de orgía de gasto público” y trató a los gobernadores de “degenerados fiscales”. Pero no sólo eso: con 72 días en el gobierno, denunció que no se trata de impericia, de que el Estado no sólo no controla, sino que controla mal.
Fue más allá: denunció que el sistema hoy montado sobre el Estado está hecho para favorecer a algunos pocos, con privilegios por derecha o por izquierda. Insistió en que el sistema está diseñado para que en todas las dependencias haya un intermediario que cobra un retorno, que siempre vuelve al bolsillo de los políticos.
“Seis de cada 10 argentinos son pobres, mientras la mayoría de los políticos, como muchos de ustedes, son ricos”, dijo frente a la asamblea legislativa. Ese mandato de cambio, de reducir los privilegios de la política, es para él innegociable. Y a diferencia de otros intentos de cambio, como en 2015, cuenta esta vez con el mandato de la gente. Esa conclusión que reinaba en 2023 de “así no va más” es la que hoy sostiene a Milei. Tiene que lograr que la cosa vaya diferente; como hasta ahora no.
No está pensando en la reelección. “No vivimos por la política, no vivimos de la política, no tenemos ambición de poder”, lanzó en el recinto. Milei llegó a presidente sin deberle nada a nadie, con excepción del PRO de Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Su condición de outsider es novedosa también en ese sentido: enrostró a los políticos que está dispuesto a pagar todos los costos políticos necesarios, aun los que no le correspondan.
“Si el precio de arreglar este país es caer al ostracismo, allí me encontrarán, con orgullo”, afirmó. Música para los oídos peronistas, que disfrutan de la fiesta y le endilgan la cuenta al que sigue.
“A diferencia de ustedes, que están pensando en su propia elección o en sus propios intereses, nosotros sólo pensamos en defender la causa de la libertad y brindarles un futuro de prosperidad a nuestros hijos”, dijo.
No está claro si la proximidad de octubre de 2025 modificará tan despojadas declaraciones, pero la disposición a pagar todos los costos políticos que implican reformar leyes laborales, sindicales, previsionales, impositivas y comerciales nunca se ha visto, menos en quien tiene apenas un puñado de legisladores para semejante empresa.
Dijo que los libertarios no gobiernan “para ser populares”, porque la popularidad –como pasó en los últimos 20 años– empuja a los gobiernos a postergar las medidas difíciles, pero necesarias. Esa audacia, muchas veces temeraria, es inédita en la política argentina. Quizá algo de eso haya tenido Néstor Kirchner, pero desde la izquierda.
Los invitó a la mesa. Milei ya demostró que es capaz de dejar a los gobernadores a pan y agua (cortó ATN, subsidios al transporte, cajas previsionales, fondos específicos, deudas pendientes) y que si no entienden el mandato de cambio, el látigo podría seguir funcionando. Reglamento a rajatablas o a la Justicia, que tiene sus tiempos. Y justamente tiempo es lo que necesita el Gobierno.
Se mostró, a su manera, dispuesto a bajar la confrontación política si los gobernadores, expresidentes, congresales y fuerzas vivas se avienen a firmar un décalogo para el crecimiento. Abrió la puerta del diálogo. Faltan detalles, pero busca congelar el conflicto hasta el “pacto de mayo” y, mientras tanto, ofrece reponer el capítulo fiscal a cambio de la aprobación de la “ley de bases”. Habrá que ver qué queda en limpio de todo eso, pero en los casi tres meses que faltan hasta el eventual pacto tiene margen para que se den otros anuncios relevantes, como el levantamiento del cepo, la inflación de un dígito o la recuperación del crédito.
Es consciente de que el bono social se acaba. A los “ciudadanos de bien” les pidió paciencia y confianza. No habló de tiempo, pero dijo que falta poco para levantar el cepo, por caso. Los economistas calculan al menos dos meses durísimos por delante hasta que la rueda pueda moverse de nuevo. Podrían concatenarse varios hechos: ingreso de los dólares de la cosecha, apertura de las importaciones, apoyo más vigoroso del FMI, baja de la inflación, alguna victoria en el Congreso con el DNU o la “ley de bases”. Claro que para entonces puede ya haber crujido el empleo y la esperada recomposición salarial estar muy demorada.
“Pero volvió a aparecer la palabra esperanza en el discurso público”, señala el especialista en consumo Guillermo Olivetto. El especialista considera que Milei tiene un bonus track en su luna de Milei, porque dijo que prometió motosierra y es lo que está haciendo, y porque aseguraba en campaña que el ajuste era inevitable y la gente lo votó sabiendo que era inevitable. “Hasta mayo, tiene que meter algunos hits”, dice. El combate a los privilegios de la casta va en ese sentido.
Necesita tiempo: ahora la meta es el “pacto de mayo”. Pero lo que importa hasta entonces es el camino, más que la meta en sí.
