Alberto Fernández y Cristina Kirchner han empujado al país a una catástrofe económica de proporciones todavía insondables pero en la cual, sin ninguna duda, sufrirá lo peor la mitad de la población que ya cayó bajo la línea de pobreza. El dólar paralelo cruzó la barrera de los mil pesos. Los precios de los alimentos y servicios básicos se alinearán más pronto que tarde con ese valor. No hay ninguna posibilidad concreta de que el salario los alcance en lo inmediato.
El país se hunde y las dos principales autoridades del país se esconden como ratas por tirante. Temen dar la cara por el desastre social que han perpetrado.
Pronto dejarán de hacer el daño que están haciendo, al menos desde la investidura que ostentan desde 2019. Será el 10 de diciembre próximo. Ni un día más ni uno menos. ¿Estarían en condiciones de hacer algo para no prolongar la agonía? Sí: exigirle ahora a su ministro de Economía y candidato a la Presidencia de la Nación la doble renuncia a su cargo en el gabinete y a su postulación electoral, para de inmediato iniciar un diálogo y ordenar la transición a un nuevo gobierno.
Cualquier decisión inferior a la doble dimisión de Sergio Massa no serviría de nada. Massa ha demostrado ser un maniático del poder, capaz de incendiar todo el país con tal de satisfacer su ambición personal. Sabiendo que la economía nacional no estaba en condiciones de ensayar el más mínimo derroche, se lanzó a un festival de dádivas y despilfarro de fondos públicos para comprar votos.
Se dedicó a emitir moneda espuria, sin respaldo, a plena consciencia de que así fogonearía una inflación desbocada, para azote intencional sobre la mesa de los más pobres, en un país devastado. Mientras el dólar se enfilaba hacia la barrera de los mil pesos, Massa cantaba anteayer en una estudiantina de alcahuetes, indiferente al sufrimiento de toda la población.
¿Podrían Alberto Fernández y Cristina Kirchner –unidos por la patria, como dicen estar– tomar esa única decisión racional y posible que les queda para evitar tragedias mayores a una ciudadanía que se subsume en la angustia? Podrían (el universo es infinito y también innúmeras las probabilidades), pero no lo harán. Alberto Fernández es un personaje indigno, hombre de paja y trapo cuya palabra apenas serviría para que la mantee el pueblo como a pelele en carnestolenda.
Cristina Kirchner sí podría, pero está ocupada en otras cosas. Sólo tiene tiempo, dedicación y energía para atender las causas judiciales derivadas del par de décadas cleptocráticas en las que regentó el país. El tiempo ha pasado y las evidencias salieron a la luz. Son tantas y tan contundentes que vuelan del bolso al yate y del yate al bolso.
Ayer, nomás, la Corte Suprema de Justicia de la Nación desbarató varias chicanas procesales que pergeñó la vice para demorar los juicios. Entre las decisiones que tomó el máximo tribunal de la Nación, hay una que vuelve a exponer la ética personal de la vicepresidenta: la Corte entendió que se volvió cuestión abstracta la recusación de Cristina Kirchner contra el juez Carlos Bonadio en la causa por la supuesta comisión del delito de ocultamiento de documentos históricos, tras el hallazgo de una carta autógrafa del general José de San Martín a Bernardo de O’Higgins, y un “prontuario” de Hipólito Yrigoyen con sus actividades desde 1906 a 1910.
Esos documentos fueron secuestrados en un allanamiento ordenado por Bonadio, recusado por la defensa de la vice hasta llegar a la Corte. Al día siguiente de que ingresó el expediente al máximo tribunal, Bonadio falleció. Nunca se despejó una duda: ¿para qué quería tener Cristina entre sus objetos de colección un “prontuario” de Yrigoyen?
Socios
Alberto, Cristina y Massa seguirán con su juego incendiario porque desde 2021 dieron por perdida la elección de este año, salvo que lograran la colaboración de algún emergente que los ayude a fisurar la base política de la oposición. Ese socio es Javier Milei, al que le proveyeron parte de la estructura dirigencial de la cual carecía, mientras en cada aparición pública Cristina Kirchner lo levantaba como referente antagónico.
La colaboración más reciente de Milei ha sido su decisión de echarle nafta al fuego económico prendido por Massa. Primero votó en el Congreso a favor de la irresponsabilidad fiscal de Massa, rogando que “cuanto antes se traslade a precios”. Luego jugó a la aceleración de la corrida cambiaria. Dijo que una imaginaria dolarización sería tanto más factible cuanto más suba sin control el dólar paralelo. Sin aclarar que esa aceleración del dólar destruirá los ingresos de trabajadores y jubilados. Finalmente, recomendó a los depositantes vaciar los depósitos del sistema financiero. Con toda lógica, puede aducirse que el dólar a mil pesos es también el “dólar Milei”.
¿Absuelve esa declaración incendiaria de Milei, a Massa y al Gobierno que generó el desastre económico presente? En absoluto. ¿Absuelve a Milei de su responsabilidad como candidato el colapso que generaron Alberto, Cristina y Massa? Tampoco.
No se puede –salvo con una ética lábil– comparar la responsabilidad pública de Milei con la de cualquier ciudadano común que opina en el almuerzo familiar que convendría extraer un depósito a plazo fijo. Ese ciudadano, con su opinión individual, no tiene el poder de influencia para promover una corrida bancaria. Milei sí tiene ese poder.
Para quienes vacilen ante esta afirmación, convendría recurrir a la opinión que el propio Milei hizo pública el 12 de agosto de 2019. Días en los que la derrota de Mauricio Macri ante Alberto Fernández en las Paso había disparado una corrida cambiaria. “El único que puede parar esto es Alberto Fernández, anunciando un equipo económico sólido. Sin embargo, ello conspira contra su objetivo electoral”, escribió Milei en la red social que entonces se llamaba Twitter.
