Hubo un momento, 15 días después del sorpresivo triunfo de Javier Milei en las Paso, en el que parecía que al peronismo de Córdoba las cosas no podían salirle mejor. El único PJ del país no encolumnado detrás de la candidatura de Sergio Massa observaba cómo el nuevo tablero político le insinuaba una oportunidad que parecía única.
La chance de un triunfo arrasador del ultraliberal en primera vuelta era vista desde Córdoba como una posibilidad inmejorable para que Martín Llaryora encontrara terreno despejado para su anhelo de traspasar las fronteras provinciales. El plan tenía como directriz central “liberar” al peronismo del “secuestro” –así lo planteó Juan Schiaretti durante su campaña– perpetrado por el kirchnerismo y mostrarse como alternativa de un PJ moderno y federal.
El peor escenario que se trazaba por esos días era el de un Massa con sobrevida cuanto máximo hasta el 19 de noviembre. La hipótesis siempre fue que al postulante y ministro de una economía detonada en todas sus variables le sería imposible ganar en el balotaje. Para el tándem cordobés, la ventana de oportunidad era cuestión de tiempo.
Sin embargo, sólo dos meses después, el paisaje se revirtió por completo. La impensada victoria de Massa en las generales volvió a ponerles límites a las expectativas de Llaryora y a las de Schiaretti, sin trabajo desde el 10 de diciembre.
Cerca del gobernador electo, hay conciencia del cambio. Los mismos que proyectaban un salto relativamente pronto e irrefrenable a las marquesinas nacionales replantearon el largo del tranco. Tras el cambio de escena, entendieron rápido que las cartas que repartieron las urnas el 22 de octubre no salieron como se quería en función del juego proyectado.
“Llaryora supo ese mismo domingo a la noche que deberá concentrar todos sus esfuerzos en gestionar bien la provincia. Tendrá que repetir lo que hizo en la Capital. El plan nacional y presidencialista no se archivó, pero ahora quedó en pausa y eso podría extenderse por varios años si Massa gana”, admite un llaryorista ultra.
No sólo la reversión lograda por Massa enturbia la proyección nacional del gobernador electo. La reconfiguración del nuevo mapa de liderazgos del peronismo nacional ya tiene a un protagonista con lugar destacado para lo que viene: Axel Kicillof gobernará ocho años seguidos Buenos Aires, la provincia que define las elecciones nacionales. Massa es el único que puede arrebatarle al bonaerense ese lugar. Para eso, el tigrense aún debe ganar el balotaje que se disputará en 17 días.
La duda y los riesgos
Desde el triunfo de hace poco más de dos semanas, el ministro-candidato se transformó en una incomodidad andante para Llaryora.
El mano a mano entre el peronista y el ultraliberal Milei por la presidencia tuvo en Córdoba el efecto esperado: es incontenible la presión de dirigentes del PJ de adherir a la candidatura del otrora socio político de José Manuel de la Sota y, más acá en el tiempo, del propio Schiaretti, aunque ese proyecto fracasó en 2019 antes de ver la luz.
Hay decenas de dirigentes del PJ enrolados en Hacemos por Córdoba que ya hicieron público ese apoyo. La mayoría consultó antes de pronunciarse. Ninguno fue frenado, ni lo será. La regla rige de las segundas líneas para abajo. Pese al permiso tácito, hay quienes, de todos modos, prefieren la cautela, en línea con el silencio prescindente de Llaryora y de Schiaretti, ambos de oportuna gira por el exterior.
Tanto en la Municipalidad capitalina como en el Panal hacen el mismo razonamiento: “No podemos poner en contra nuestra a la mayoría de nuestro propio electorado, y más si el que está enfrente es Massa, a quien nosotros señalamos como K”, se razona casi a dúo en ambos lugares, bajo la creencia de que el economista ahora asociado con Mauricio Macri hará una elección “histórica” en la provincia.
Pero, al mismo tiempo, hay inquietud por cómo podría ser la convivencia en caso de que Massa suceda a Alberto Fernández. Llaryora está al tanto de que deberá gestionar en medio de un ajuste que se presume doloroso, gane quien gane. Y Córdoba no será ajena a los sacudones financieros que proyectan todos los pronósticos.
Para colmo, Llaryora tiene un problema adicional, que deviene de la competitividad de ambos candidatos: puede ser presidente cualquiera. Eso hace que un posicionamiento pragmático hacia uno de los dos se torna riesgoso. Hasta es difícil apostar a ganador. La encerrona es completa.
Además, y para completar el cuadro desafiante que enfrenta el intendente capitalino, Luis Juez decidió apostar a lo seguro en Córdoba, convencido de que no hay nada peor que Massa. Lo hizo aunque haya caracterizado a Milei de monstruo Frankenstein o de Drácula –nunca dijo cuál de los dos era– y pese a haber dicho que el economista necesita de un eficaz administrador de tranquilizantes para mantenerlo en eje.
Ese posicionamiento de Juez –otra vez alineado a Macri– es otro obstáculo para Llaryora, que parece determinado a no moverse de la prescindencia pública que marcó Schiaretti y en la que ambos coincidieron en las largas horas de viaje que compartieron por Medio Oriente.
Massa estará en la provincia la semana próxima. Llegará con convenios por firmar y con promesas de gobernar a favor de los cordobeses. Toda una dosis extra de incomodidad para Llaryora.
