No conozco sobre la faz de la tierra otro sistema mejor para organizarnos como sociedad que la democracia. Y lo afirmo de manera categórica, aunque tiempo atrás haya expresado y con total convicción, que en cuatro décadas la democracia no nos había alcanzado para cumplir los sueños de bienestar, de progreso y un país digno para todos.
Por esa expresión fui poco menos que defenestrado, duramente criticado, pero casi ninguna de las voces alzadas en mi contra se ubicó en la perspectiva de mi afirmación.
Muy pocos señalaron que la democracia no es un artefacto vacío. Y que para su vigencia debe consolidarse y ser exitosa.
Porque la democracia no es una noción aislada. Por el contrario, para su éxito debemos entender qué se trata de la democracia y nosotros. Y para que compartamos y abracemos esta idea, el presente de Argentina no puede ofrecernos un ejemplo mejor.
Afrontamos un capítulo trascendental de nuestra democracia, el presente de crisis que vivimos puede desencadenar una elección histórica hacia un cambio y bienestar.
Pero eso ocurrirá si entendemos que la alternativa es democracia y nosotros con plena participación.
En la fecha de votación y cada día de los cuatro años que sobrevienen. Sin participación no hay cambios. Nos hemos reiterado en ejercer esa democracia de cheques en blanco. En la que elegimos presidente, vice, diputados, senadores... y al otro día esperamos que el milagro suceda mientras el sueño se va convirtiendo en pesadilla.
Así, con la mayoría de los gobernantes y dirigentes políticos por un lado, y los ciudadano lejos de la participación y del país del bienestar que anhelamos, transcurre este tiempo.
Apartados del sueño y de la esperanza, y muy cerquita o viviendo en plena pesadilla. Y vivir en la pesadilla de la actual crisis nos fue alejando de esa idea y vigencia de la democracia y nosotros.
Entonces, el éxito de la democracia se nos puso lejos.
Porque la democracia creo, como dije, no es un aparato vacío. Se constituye de valores. Como la libertad. Pero qué libertad pueden disfrutar y ejercer los ciudadanos que dependen de un plan social que les entrega el dirigente político y lo extorsiona cuando llega cada jornada democrática.
Qué libertad puede disfrutar el ciudadano si para para ir a trabajar pone en riesgo su vida o si permaneciendo en el país quizá ponga en duda su futuro, la democracia y nosotros puede llegar a ser exitosa si consolidamos valores como la convivencia, la tolerancia y el diálogo.
Y no hay dudas que por vivir tanto tiempo lejos de la esperanza y muy instalados en microcentro de la pesadilla nos hemos vuelto intolerantes, Y muchas veces los propios gobernantes y algunos candidatos han incitado a ser intolerantes, a despreciar el diálogo, imponiendo que el bienestar y éxito del país es obra de un genio o de una iluminada, y jamás del ejercicio de la convivencia, del diálogo, de los consensos, de la racionalidad.
No hay dudas de que a través de estas cuatro décadas hemos logrado consolidar una democracia sin interrupciones. En la que los elegidos cumplen su período de gobierno y eso marca que las instituciones todavía están ahí. En su lugar.
Siguen en pie a lo largo de todo el territorio del país. Eso es una conquista que nos distingue en el continente. Pero en muchos aspectos, no hemos participado lo suficiente para evitar que esa democracia se vuelva vacía, raquítica.
Y por estos días el destino de argentinos nos pone otra vez frente a una tremenda crisis, pero también frente a una formidable oportunidad de imponer nuestra participación. Porque, como dije antes, no hay cambio si no participamos. En Democracia siempre tendremos la oportunidad de participar y cambiar para ello debemos vivir una democracia con espíritu, humanidad, solidaridad y alma. Y hoy también es el momento.
