Desde que asumió como el primer papa latinoamericano, Jorge Bergoglio intentó sacudir las estructuras del Vaticano. Quiso una Iglesia más cercana a los pobres, menos obsesionada con la moral sexual y más comprometida con las causas sociales.
Pero desde el comienzo encontró resistencias. Viejos cardenales, burócratas de la curia, sectores conservadores y hasta figuras públicas lo desafiaron, incluso desde dentro de la Santa Sede.
El papa que incomodó desde el primer día
El papa Francisco incomodó desde el instante en que apareció en el balcón de San Pedro. No usó la cruz dorada ni los lujosos zapatos rojos. Se presentó simplemente como “el obispo de Roma” y pidió al pueblo que lo bendijera a él. Renunció a vivir en el palacio apostólico y se mudó a la residencia Santa Marta. Usó lenguaje sencillo, se mostró accesible y denunció con fuerza el “clericalismo” y la “Iglesia autorreferencial”.
Esos gestos, celebrados por muchos fieles, fueron vistos con recelo por muchos en la cúpula vaticana. Había sectores que no solo estaban incómodos con su estilo, sino que temían perder privilegios, poder e influencia.
La reforma de la curia y el poder de los “intocables”
Uno de sus primeros objetivos fue reformar la curia romana, el núcleo burocrático del Vaticano. Francisco buscó descentralizar decisiones, reducir gastos, transparentar manejos financieros y dar más poder a las conferencias episcopales.
Pero no todos lo permitieron. El Banco Vaticano (IOR), envuelto en escándalos desde hacía décadas, resistió los cambios. Aunque el Papa avanzó con auditorías y limpiezas internas, las maniobras de resistencia incluyeron filtraciones, sabotajes y presiones.
Algunos cardenales, como Angelo Sodano, exsecretario de Estado, simbolizaron ese aparato de poder reacio al cambio. Sodano tejió alianzas internas y protegió figuras cuestionadas. Otros, como Gerhard Müller, exprefecto para la Doctrina de la Fe, también se enfrentaron al rumbo que Francisco intentó imponer.
La guerra doctrinal: moral, aborto y comunión
Los cambios más discutidos no fueron económicos, sino doctrinales. El Papa impulsó una mirada más pastoral que normativa, sobre todo en temas como el divorcio, las uniones civiles o la homosexualidad.
La exhortación "Amoris Laetitia“, publicada tras dos sínodos, habilitó la posibilidad de que algunos divorciados vueltos a casar pudieran comulgar. Fue un escándalo para sectores tradicionales. Cuatro cardenales -Walter Brandmüller, Raymond Burke, Carlo Caffarra y Joachim Meisner- firmaron las famosas “dubia”, una carta pública donde exigieron aclaraciones y acusaron al papa de confundir la doctrina.
Fue un hecho inédito: cardenales enfrentando abiertamente al pontífice. Aunque la mayoría del clero mantuvo silencio, el episodio reflejó una fractura interna profunda.
La sombra de Benedicto XVI
La inédita convivencia entre un papa reinante y uno emérito también generó tensiones. Aunque Benedicto XVI se mantuvo mayormente en silencio, su figura fue usada como símbolo de la “Iglesia auténtica” por los opositores a Francisco.
Cada gesto, carta o declaración de Joseph Ratzinger fue interpretado políticamente. Y si bien ambos mantuvieron una relación respetuosa, muchos aprovecharon esa dualidad para marcar diferencias doctrinales y atacar al sucesor desde la nostalgia conservadora.
Francisco y la derecha
En los últimos años, Francisco también enfrentó críticas del ala ultraconservadora global. Líderes católicos cercanos a Donald Trump o Jair Bolsonaro lo acusaron de marxista, de “vendido al globalismo” y de impulsar una agenda progresista incompatible con la doctrina.
En Argentina, en especial cuando fue candidato a Presidente, en entrevistas y en redes sociales, Javier Milei acusó al papa de tener una “visión del mundo cercana al comunismo” y llegó a decir que era “el representante del Maligno en la Tierra”. Esa frase provocó una fuerte reacción dentro del propio mundo católico y político.
Milei cuestionó que Francisco hablara tanto de los pobres sin denunciar lo que él considera “el fracaso del Estado y del socialismo”. Dijo que “el papa no entiende de economía” y que “su discurso empobrece”. En más de una ocasión, lo llamó “zurdo”, “nefasto” y “personaje impresentable”. También lo acusó de reunirse con dictadores y de tener una agenda globalista.
Uno de los ataques más duros vino del arzobispo Carlo Maria Viganò, exnuncio en Estados Unidos, quien en 2018 lo acusó de encubrir abusos sexuales y pidió su renuncia. Aunque las acusaciones no se sostuvieron, marcaron un intento claro de golpear al papa desde sectores internos alineados con la derecha religiosa.