Martín Llaryora pide que le pongan el contador en cero. Lo dijo ya varias veces de manera textual desde que lo eligieron gobernador. Quiere que desde el 10 de diciembre se considere un nuevo ciclo en Córdoba, pese a haber llegado a ese lugar de la mano de la fuerza política más exitosa desde lo electoral en la historia provincial y enancado en toda una estructura de poder construida en más de dos décadas.
El gobernador electo no desea compartir marquesina con José Manuel de la Sota y con Juan Schiaretti y pretende la titularidad única de una nueva razón social.
También ha sido bastante claro respecto de que, de la misma manera que la Municipalidad de Córdoba fue un trampolín de un solo mandato para el salto a la gobernación, su próximo cargo debe servir como plataforma para intentar escalar a la máxima magistratura nacional.
El deseo fundacional y el presidencial son legítimos, sin duda alguna, pero no dependen sólo de una cuestión enunciativa. La historia está llena de ejemplos de dirigentes con ansias de poner el kilómetro cero con su llegada y terminan como un mojón más en una larga ruta.
Lo de la proyección nacional tiene una lógica y proviene de ese desafío que significa que la segunda provincia del país ha tenido gobernadores de contundente éxito electoral para adentro y casi nula proyección para afuera, al menos en las urnas.
Pero en un país que empieza cada semana sin saber cómo estará todo el viernes, y que se encuentra en medio de un proceso electoral, pensar en el siguiente parece ficción de mala calidad.
La invitación al retiro
Llaryora quiere un destino diferente a su antecesor, quien, después de tres períodos no consecutivos y de ser el gobernador más votado de la historia, va hacia las urnas nacionales sin otra aspiración que pasar el módico piso del 1,5% de las primarias.
“Les pido a los cordobeses que Juan pueda sortear este primer escollo, que no es fácil”, dijo esta semana el intendente saliente de la ciudad de Córdoba, en su condición de nuevo jefe del peronismo cordobés.
Parece un respaldo, pero es otra señal de despedida. Llaryora está diciendo abiertamente que a lo único que puede aspirar Schiaretti es a superar la prueba de las Paso con los votos de Córdoba.
Ya van varias. Arrancaron en la larga noche del 25 de junio, entrada la madrugada del 26, con la “generación que se retira”. Siguieron con el “contador en cero” para el peronismo cordobés.
Se acentuaron en los festejos del triunfo municipal capitalino, cuando con sus “pituquitos de Recoleta” Llaryora le vetó a Schiaretti la sociedad que viene construyendo con el porteño Horacio Rodríguez Larreta.
Llaryora sintió más propio ese resultado holgado municipal que el ajustado provincial que lo tuvo como candidato. Es que se hizo cargo de esa campaña y el propio ganador, Daniel Passerini, lo reconoce abiertamente.
Que sea el segundo intendente del interior que gana en forma consecutiva la Municipalidad de Córdoba no es una simple coincidencia: es todo un mensaje hacia dentro del peronismo.
El intendente electo parece el primero en reconocer el nuevo liderazgo. Conocedor de años de los recovecos del PJ, Passerini se subordinará a esa jefatura sin descuidar alguna impronta propia, a partir de ser el único, después de Llaryora, que ganó algo en serio encabezando una boleta en este turno electoral.
La relación entre gobernador e intendente capitalino siempre será algo difícil de vaticinar en Córdoba. La historia está cargada de ejemplos en todo sentido.
Una historia que tal vez no se ponga en cero el 10 de diciembre próximo.
