A grandes rasgos, en los dos principales comandos de campaña se hacen más o menos las mismas preguntas. Y estas tienen que ver con cuánto impactan en el ciudadano medio, en el votante indefinido que hay que ir a buscar, los gestos políticos fuertes de las últimas horas, como el armado de las listas o los actos de lanzamiento de campaña.
Las respuestas son diversas y tienen que ver sobre cómo le fue a cada uno. Pero hay una aproximación a ciertas conclusiones: son hechos que tienen una dimensión muy fuerte en la esfera de lo partidario y lo que lo rodea, pero que a la larga no terminan siendo neutros para el resto de la ciudadanía, por aquella vieja enseñanza de que toda gota moja.
Ni sobredimensionado como lo ve un dirigente, ni intrascendente como puede sostener una persona de a pie.
Una campaña es una construcción de hechos de relevancia diferente, en la cual la mayoría de las cosas reafirma la decisión de quienes están decididos. Y queda esa siempre compleja tarea de tratar de captar la adhesión de quienes no se decidieron.
¿Cuántos cordobeses conforman este segundo universo? Ni la más científica de las mediciones puede resultar del todo precisa a más de siete semanas de una elección.
Respecto de quienes están decididos, cada comando tiene su propio cálculo, que debe ser tomado siempre con la relatividad de que proviene de una parte más que interesada.
El oficialismo de Hacemos Unidos por Córdoba sostiene que comenzaron formalmente la campaña con una diferencia clara sobre la oposición de Juntos por el Cambio, en torno a los dos dígitos.
Enfrente, hablan de un escenario de paridad y de contexto incierto.
Un consultor nacional que estuvo estos días en Córdoba se reunió con empresarios de primera línea y cuando le preguntaron sobre sus mediciones para la elección de gobernador, dijo que no podía revelar números porque su cliente –a quien no identificó– se ponía inquieto.
Fuera de libreto
Lo cierto es que asoma una campaña intensa, con los dos principales actores, Martín Llaryora y Luis Juez, dispuestos a pelear palmo a palmo cada tramo que nos separa del 25 de junio.
Los dos reciben largas sugerencias de sus comandos de campaña sobre cómo comportarse y a qué libreto ceñirse. Pero los dos, pese a las profundas diferencias de estilo que tienen, cuentan con algo en común: son bastante indisciplinados respecto de seguir los guiones de campaña.
El temperamento y la verborragia de los dos pueden transformarse en fortaleza para salirse de la trama pautada y suscitar atenciones clave, o convertirse en una debilidad que los exponga a errores no forzados.
Ya Juntos por el Cambio tuvo su primer traspié con ese traumático cierre de listas y la contradicción de Juez de mostrarse como disruptivo, pero privilegiar lo más convencional y arcaico de la rosca partidaria.
La inversión del peronismo en fórmulas extrapartidarias asomó como una novedad, pero aún no está claro si tendrá efectos electorales concretos.
Juez logró revertir el paso en falso del fin de semana con un palco compartido de los tres precandidatos nacionales de Juntos por el Cambio, aunque Llaryora armó un acto en horas para dividir pantallas. En campaña, al que gobierna las cosas se le suelen facilitar, tanto por la disponibilidad de recursos como por la unificación de liderazgos.
Ese ordenamiento que da el poder lo sigue padeciendo la oposición cordobesa, que tiene ahora como desafío mostrar que está intacta la sociedad de Juez con Rodrigo de Loredo, candidato a intendente capitalino. Los gestos públicos se mantienen, pero hay señales de que la sintonía no es la misma de hace unos meses.
La campaña será carta contra carta. El efecto de quienes quedaron adentro y de quienes no fueron contenidos aún no puede ser dimensionado. El gran interrogante es cómo les entrará cada uno a esas cuestiones que, desde lo partidario, no suelen ser tan gravitantes y tienen un alto impacto social, como las definiciones ante las urgencias ciudadanas en medio de una crisis.
