En el oleaje de incertidumbre que desató el estruendo político por la prisión confirmada de Cristina Fernández emergen, como boyas en la tormenta, algunas certezas. Una de ellas: la diputada Natalia de la Sota irá por su reelección. Lo hará con o sin el abrigo del PJ cordobés. Y, hoy por hoy, todo indica que será sin él.
El gobernador Martín Llaryora no puede contenerla. La razón es simple y poderosa: el filo opositor de la legisladora nacional contra la gestión libertaria de Javier Milei es demasiado cortante para las manos del cordobesismo, que aún no decidió confrontar directamente con la Casa Rosada.
El martes pasado, Natalia de la Sota dio un paso trascendente: comenzó a despegarse del espacio político que su padre, el fallecido exgobernador José Manuel de la Sota, forjó como legado en Córdoba. No fue un impulso ni una reacción instintiva. Fue fruto de una meditación profunda con su equipo.
En ese contexto, la diputada nacional alzó la voz para cuestionar el fallo de la Corte Suprema de Justicia, a un mes de la oficialización de las listas bonaerenses, en las que Cristina Fernández había confirmado su regreso como candidata. Aunque no usó esas palabras de manera textual, su mensaje fue claro y concreto: para De la Sota, la expresidenta es una perseguida política.
Para sensibilidades curtidas como la de Juan Schiaretti, eterno antagonista del kirchnerismo, esa definición fue un límite. Selló el quiebre en lo personal, y esencialmente en lo político, con la hija del exgobernador.
Con Llaryora, el contexto es otro. Aunque lo niegue ante los micrófonos, en el interior del oficialismo todos saben que su repulsión hacia el kirchnerismo no es ni por asomo tan visceral como la de Schiaretti.
El vínculo entre Llaryora y De la Sota, aunque frío, existe. Un contraste nítido con Schiaretti, con quien la diputada no cruza palabra desde mayo de 2022.
Como suele decirse –y no sin razón–, en política nada es lo que parece. Una eventual candidatura de De la Sota por fuera del esquema llaryorista podría leerse como una ruptura total. En realidad, no es tan así.

A riesgo de caer en la reiteración, hay que decirlo: al gobernador le inquieta poco el resultado de las elecciones legislativas de octubre. Su norte está en 2027, en la ansiada carrera por su reelección.
Desde el Centro Cívico intentan bajar la espuma. Una postulación de De la Sota fuera del cordobesismo no los desvela.
Los operadores del oficialismo ya trabajan con la certeza de que ella buscará renovar su banca este año, aunque los llaryoristas intentarán conseguir una promesa tácita –un pacto no escrito– de que en 2027 se integre al proyecto de poder que lidera Llaryora.
La pulseada grande aún está lejos, pero los delasotistas ya alimentan esa posibilidad. En política, la previsión suele ir de la mano del pragmatismo: Natalia de la Sota no tiene intención de disputarle el poder al gobernador, al menos por ahora. Y si en la gran final de dentro de dos años el dilema es entre Llaryora y un candidato bendecido por Milei, la diputada no tendrá dudas: se aliará con el gobernador.
Esa convicción es, por ahora, la única certeza que serena los ánimos en el Centro Cívico.
Posicionamiento
Además de estar convencida de que debe conservar su banca por una opción propia –porque el oficialismo, simplemente, no la convocará–, Natalia de la Sota ha tomado otra decisión: no será candidata del kirchnerismo.
Sostiene buen diálogo con Sergio Massa y con referentes cordobeses del Frente Renovador, pero su camino será el propio. No usará la bandera del massismo para su campaña.
Aun así, los delasotistas saben que su respaldo a Cristina Fernández y su vínculo personal con Massa no pasarán inadvertidos. En una campaña caliente, desde el cordobesismo tratarán de pegarla a los K y al exministro de Economía del fallido gobierno de Alberto Fernández.
“Natalia representará una idea de lo que debe ser el verdadero peronismo”, dijo alguien que la conoce de cerca. “No la que representan hoy Llaryora, Schiaretti, ni Cristina. Antes de su trágico final, su padre había empezado a dialogar con el kirchnerismo. No era para ser candidato de Cristina, sino para construir una unidad nacional del PJ sin hegemonías, para enfrentar al macrismo. Parecía una tarea titánica, pero la estaba intentando”.
Los llaryoristas desdramatizan el avance de De la Sota. Tal vez porque saben, en el fondo, que cuando llegue la hora de la verdad, contarán con ella en la pulseada por el poder provincial.
Pero si Natalia se lanza, como todo indica, será otro ladrillo en el muro que Schiaretti levanta para no tener que competir en octubre.
El exgobernador sabe –y se lo repiten como un mantra los consultores porteños que él más escucha– que De la Sota puede sacar una buena porción del electorado. Votos que se le restarán al cordobesismo.
Desde el kirchnerismo, también prometen presentar lista. Más fragmentación. Más ruido en el PJ. Justo cuando Llaryora necesita que la dispersión se concentre en la vereda opositora.
Quedan 65 días para el cierre de listas. Ese 17 de agosto marcará el pulso de las urnas el 26 de octubre. Todo puede pasar. Por ahora, lo único que une a cordobesistas y a opositores es la preocupación. Porque nadie, absolutamente nadie, tiene la pelota dominada.