Érase una caverna de agua sombría el cielo. Juntos por el Cambio pasó de los rayos y centellas contra Elisa Carrió a prometer que todo volverá a su cauce como calma lugoniana tras la tormenta pasajera. Delicia serenísima de la tarde feliz.
Les ocurre como a la joven que se sorprendió en TikTok por el despilfarro de sus amigos. Esos que tiran los pesos al aire porque se devalúan con cada hora que pasa y pretenden desconocer, de ese modo, el aluvión de la crisis que se les viene encima: “Somos la generación de fingir demencia”.
Pero no desaparecerá el mundo porque dentro de un hoyo oscuro abra sus ojos confiados el optimismo del avestruz. Un estudio de opinión pública realizado por la consultora Management & Fit sobre dos mil casos en todo el país, entre el 29 de julio y el 11 de agosto, revela algo esperable: 79,2% de los encuestados tienen una mirada retrospectiva desfavorable a la situación económica; 58,7%, expectativas negativas a futuro.
Esas cifras explican el colapso de la imagen de Alberto Fernández: más de un 70% lo rechaza. Está en el piso de la tabla de los dirigentes nacionales. Tal vez por eso algunos se ensañan con el desprestigio del Presidente argentino, aun más allá de las fronteras.
“Pelele, títere, jalabolas”, le dijo en Venezuela el diputado chavista Pedro Carreño, y el representante argentino en Caracas, Oscar Laborde, lejos de pararlo en seco, lo cortejó en su embajada. Laborde depende del canciller Santiago Cafiero, el albertista de mayor rango que sobrevivió en el gabinete.
Y el nicaragüense Daniel Ortega lanzó: “Con un presidente así en la Celac, da vergüenza estar en la Celac”.
Fisura en la oposición
También hay, en ese combo de expectativas desfavorables y rechazo a la gestión de gobierno, una fisura que se hace evidente en el campo de la oposición.
Cuando se pregunta a los encuestados qué rumbo debería tomar el oficialismo en el actual contexto político, un 32% opina que deberían adelantarse las elecciones del año próximo, y un tercio similar (30,3%), que debería convocar al diálogo a la oposición, para acordar un plan de salida a la crisis.
Cuando se cruzan estos datos con la identificación por partidos en la última elección, quienes votaron al oficialismo se inclinan ahora por ese consenso de urgencia. Y quienes votaron en contra, por la aceleración del proceso electoral.
Pero dentro del universo de quienes se identifican como votantes de Juntos por el Cambio, un 43,8% reclama una posición más firme y menos dialoguista, y un 31,7%, más colaborativa y de diálogo, para evitar la profundización de la crisis. Son dos bloques bastante parejos.
El sondeo se hizo cuando ya estaba en marcha la apuesta del Gobierno a una tibia recomposición de expectativas con la designación de Sergio Massa en Economía. Es decir: la combinación del agravamiento de la crisis con la última apuesta del oficialismo a su recuperación política le plantea al electorado opositor (y, por lo tanto, a su dirigencia) un dilema que se le viene encima.
Ese dilema puede sintetizarse con crudeza del siguiente modo: puede colaborar (si no con diálogo, al menos con cautela) para evitar el naufragio final del Gobierno; o puede tensar la cuerda para que decante definitivamente el fracaso del oficialismo. Son dos posiciones antitéticas que, por ahora, conviven adentro del espacio opositor, pero no podrán seguir así por mucho tiempo.
Tensar o dialogar
Son dos diagnósticos diferentes de la crisis. Unos creen que es tan grave que el país sólo puede salir de ella con un diálogo amplio. Otros creen que ese diálogo sería una trampa tendida por quienes provocaron la crisis, para hacer fracasar a sus adversarios. Como esa diferencia central no está resuelta, también entran en contradicción el reclamo de adelantar las elecciones y la especulación de dirimir esas diferencias en las Paso. Que acaso en ese adelantamiento podrían desaparecer del mapa.
Por la misma causa, no aparecen los planes alternativos que los dirigentes opositores dicen estar pergeñando en sus usinas de pensamiento. Algunos dicen que esa alquimia está lista. Pero no conviene difundir la receta porque se corre el riesgo de que el actual gobierno la termine licuando en su implosión de expectativas. Otros dicen que ese plan sencillamente no existe ni existirá, porque los alquimistas de la coalición son tan disímiles como los referentes que los dirigen, y piensan distinto sobre demasiadas cosas. Todas importantes.
En la emergencia, el discurso público de la principal oposición se ha transformado en un metalenguaje, en algún punto parecido al de la etapa Massa del oficialismo: en el Gobierno hacen anuncios sobre inminentes anuncios. En Juntos por el Cambio prometen planes para elaborar planes.
Como si, ante la crisis, la salida recomendable fuese fingir demencia.
