El cierre de campaña para las primarias no se modificó por un gesto respetuoso de la dirigencia política ante un hecho conmocionante como el asesinato de una niña de 11 años. Fue, más bien, por la incapacidad de sostener discursos coherentes y fundados ante una situación que está lejos de ser excepcional, sino casi normalizada.
Morena Domínguez es, penosamente, una víctima más en un país transido por la marginación, por la narcocriminalidad y por la complicidad estatal en los más diversos estamentos.
Lejos está de ser algo lo suficientemente inesperado como para esas poses compungidas de campañas perfectamente guionadas. Buena parte de los argentinos sale todos los días a trabajar, a estudiar o a lo que sea sabiendo que es alta la probabilidad de que regrese sin sus pertenencias o, directamente, que no regrese.
Si, en realidad, algún candidato hubiese tomado la decisión seria de conmoverse ante semejante hecho, debería haber guardado silencio absoluto hasta el domingo. O sea, no hacer ninguna expresión en redes, cancelar las entrevistas periodísticas y pedirle de manera expresa a la Dirección Nacional Electoral que baje la publicidad que le corresponda en las pocas horas que quedan de campaña.
Cancelar un acto al que van sólo militantes y convencidos no parece ser un gran gesto de desprendimiento. Por lo que se vio, más que suspender las campañas, las modificaron.
Bien sabemos que la búsqueda de votos se realiza por carriles que muchas veces no son públicos y están fuera de los períodos legales de campaña. El ejemplo de lo que pasó en la ciudad de Córdoba está bien fresco en el recuerdo.
Las Morena
La dimensión de la muerte aberrante de Morena parece estar dada por lo geográfico y por lo temporal. Más allá de ese tiempo y espacio, hay otras Morena y familias de Morena esparcidas por el país.
Loriana Tissera tenía 14 años cuando la mataron de un tiro en la cabeza para robarle un celular en Villa Azalais, en la ciudad de Córdoba. No se recuerdan muchas expresiones compungidas de funcionarios que después son candidatos.
¿Hay muchas diferencias entre lo que pasa en el conurbano bonaerense y lo que ocurre en unos cuantos barrios de la ciudad de Córdoba?
Ese fenómeno de autores de espeluznantes hechos violentos que son varias veces reincidentes no distingue jurisdicciones. Puertas giratorias para cárceles desbordadas con procesos a cargo de funcionarios judiciales que siguen con bastante comodidad el devenir de las causas que tienen a cargo.
Funcionarios judiciales que están a salvo de esa primera reacción ciudadana en general dirigida a las fuerzas de seguridad y a los funcionarios del Ejecutivo. Y, además, están a salvo de la voluntad ciudadana en cada renovación de mandato.
No hay casi antecedentes de fiscales o de jueces que hayan pedido disculpas por haber liberado a un delincuente que al poco tiempo mató a una persona.
Por todo eso, no hay demasiadas chances de que la muerte de Morena en los días previos de una votación nacional genere cambios de fondo.
Volvamos a mirar a Córdoba. Se discutió mucho en toda la campaña sobre seguridad. Y, pasadas ya las elecciones, los hechos son cada vez más complejos, con bandas cada vez más organizadas.
Y un Poder Judicial que sigue en otra dimensión. Porque una Justicia que lleva ya nueve meses sin hacer un simple peritaje de cómo ocurrió un choque automovilístico con tres víctimas, protagonizado por la tercera autoridad de la provincia, no asoma como una garantía para dar una batalla en serio contra este atroz flagelo de la delincuencia en sus más variadas formas.
