Cristina Fernández no podrá ser candidata, de por vida. Más allá del ferviente anhelo de su feligresía –que sueña con un regreso épico y redentor “a lo Lula”–, la condena ratificada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación la sacó del ring de manera definitiva. No obstante, aunque el fallo le imponga prisión domiciliaria, su influencia persiste: densa, intacta, como una sombra que no se esfuma en el PJ nacional.
En la otra orilla del tablero, luego del fracaso del PRO en su bastión porteño, el futuro político de Mauricio Macri, artífice del histórico triunfo sobre el PJ en 2015, aparece menguado.
El ocaso parece haber tocado la puerta del dirigente-empresario que alguna vez desafió el poderío kirchnerista en su apogeo. Hoy su figura parece apagarse y hay riesgo de que el partido que fundó sea deglutido por el avance libertario.
En los últimos 15 años, Cristina y Macri compartieron el centro de la escena, como dos polos que se necesitaban para existir. Hasta que apareció Javier Milei. Su irrupción, hace apenas dos años, fue un vendaval que trastocó el tablero político.
Con Cristina Kirchner fuera de la pulseada electoral y Macri en franco retroceso, el mapa político se reconfigura.
Lo que emerge es un escenario en construcción, fértil en posibilidades y plagado de incógnitas. Y Córdoba no es la excepción.
“Sin Cristina y con Macri en decadencia, ahora todos hablan con todos”, resumió -con sorna- un peronista cordobés que frecuenta Buenos Aires, la principal cocina de la política argentina.
En esta nueva etapa, el único actor que parece avanzar con rumbo nítido es Milei. El Presidente tiene una brújula ideológica clara, aunque su única vía de legitimación es la gestión.
Si logra domar la inflación y encender el motor de la economía, su camino se despejará. Pero algunos datos duros encienden alarmas: la recesión es persistente y la desocupación crece. Son nubarrones oscuros en el horizonte de la gestión libertaria.
Por ahora, Milei disimula las grietas de su plan económico con el estrépito político que provocó la detención domiciliaria de CFK.
Una jugada que, en términos simbólicos, lo enfrenta a la mujer que más poder amasó desde Eva Duarte de Perón, la eterna “Evita” para los peronistas.
Los libertarios se juegan mucho en las legislativas de octubre. Necesitan engrosar su número de bancas en el Congreso para convertir ideas en leyes y consolidar su extraño modelo anarco-capitalista.
Las encuestas los favorecen. Lo incierto es si ese caudal alcanzará para construir una mayoría legislativa firme y duradera.
La estrategia de confrontación constante que Milei eligió como sello de su gestión le suma enemigos a cada paso. Y con Cristina fuera del ruedo, aunque todavía influyendo –nadie sabe hasta cuándo– desde su departamento-celda, un reagrupamiento del PJ parece posible.
El impacto de la exclusión de la exmandataria es tan potente que incluso en el entorno de Martín Llaryora algunos sugieren –en voz baja– que el gobernador podría volver a mirar hacia el peronismo con ojos menos escépticos.
Esto no implica que abandone su apuesta cordobesista, que tiene una expresión nacional todavía incipiente: el partido Hacemos, creación de Juan Schiaretti con el apoyo de Llaryora.
Hasta hace poco, imaginar un acercamiento fluido entre Llaryora y referentes del peronismo nacional parecía una quimera. Hoy eso no suena descabellado.
El cordobesismo sigue siendo la estrategia de Llaryora para intentar asegurar su continuidad en la provincia. Pero el gobernador nunca dejó de soñar con proyectarse a nivel nacional, aunque no lo admitirá ahora.

La “avenida del medio” que transita Schiaretti es, por ahora, un sendero angosto. El exgobernador está convencido de que el peronismo ya no es opción.
Llaryora, en cambio, no lo descarta como alternativa en el futuro lejano, siempre y cuando el kirchnerismo retroceda. Esa, quizá, sea su diferencia más sustancial con Schiaretti.
Otras urgencias
Llaryora no le saca la mirada al ajedrez nacional. Pero su tablero inmediato está en Córdoba. La eventual sucesión de Cristina en el PJ puede redefinir el escenario político. Aunque el gobernador tiene otras urgencias.
La más próxima: las elecciones legislativas de octubre, en las que afrontará una batalla cuesta arriba frente al avance libertario.
Llaryora tiene dos cartas sobre la mesa. Su plan A es convencer a Schiaretti de ser candidato en octubre. Pero si el exgobernador se niega –como parece probable–, el plan B lleva el nombre de Manuel Calvo.
El ministro de Gobierno corre con ventaja sobre Miguel Siciliano, legislador provincial que habría dejado atrás su ambición de disputar la intendencia de Córdoba. “Estoy comprometido con el proyecto político del gobernador; no tengo aspiraciones personales”, suele repetir en privado, dejando claro que va a estar donde Llaryora lo necesite.
Una vez superado el incómodo desafío de octubre, con pronóstico de derrota, el gobernador concentrará sus energías en su objetivo principal: su reelección.
Su plan es adelantar las elecciones provinciales para el primer o el segundo domingo de abril de 2027. Puede parecer prematuro, pero para Llaryora ese horizonte es más cercano que el rígido calendario. Cada decisión que toma en gestión o armado político responde a esa meta.
Nada está escrito. Llaryora es pragmático y no teme ajustar su estrategia política al ritmo de las encuestas o cuando cambie el viento.
Así como un peronista cordobés confesó que “ahora todos hablan con todos”, en el llaryorismo agregan una sentencia que resume la etapa que comienza: “Todo puede suceder”.