Martín Llaryora estará en la jura del nuevo presidente el domingo 10 de diciembre. Deberá hacer malabares porque tiene que entregar el mando municipal a Daniel Passerini y recibir los atributos del poder provincial de manos de Juan Schiaretti.
Llaryora y Passerini saben que sus asunciones, ambas dentro del mismo signo político, quedarán más que en segundo plano sea cuál sea el ungido en la ceremonia en la ciudad de Buenos Aires.
Los dos tienen números bastante parecidos para el domingo de los sondeos que les llegan. Un resultado muy holgado de Javier Milei sobre Sergio Massa en Córdoba y una pequeña ventaja del libertario sobre el peronista a nivel nacional. Pero recuerdan sus propias experiencias en las recientes elecciones que los consagraron como gobernador y como intendente de Córdoba para vaticinar que la moneda está en el aire y de que todo incide hasta último momento.
Llaryora está convencido de que tiene una posición de fortaleza ante cualquiera de los dos posibles presidentes. Gobierna la segunda provincia argentina, tiene una docena de bancas en el Congreso que pueden ser claves para destrabar cualquier iniciativa, no tiene cuestiones urgentes que lo puedan condicionar de las decisiones nacionales.
Massa o Milei tienen que venir al pie, dicen en el Palacio 6 de Julio, mientras preparan la mudanza hacia el Centro Cívico.
Llaryora y Passerini se aferraron al silencio total respecto a la definición presidencial mientras Schiaretti optó por la militancia antimassista. El gobernador e intendente capitalino electos no dejaron ni un momento de observar el posible comportamiento tanto de sus votantes como del resto de los ciudadanos a los que van a gobernar.
Por eso, no se explican cómo los dirigentes de la oposición local, en especial los radicales, optaron por la neutralidad en una de las provincias que más votos le aportará a Milei.
Los dos gobernantes cordobeses se aferraron al equilibrio en medio de las presiones de propios y extraños para apoyar a Massa. A la salida del acto en el que estuvo Estela Carlotto, un dirigente kirchnerista le reclamó a Passerini que se pronunciara. El viceintendente le recomendó que fuera a buscar votos a los barrios en vez de esperar definiciones de dirigentes.
Banderas guardadas
Mientras, el foco se posa sobre ese escenario nacional de tanta incertidumbre, Schiaretti y Llaryora decidieron guardar prolijamente para próximos turnos electorales las banderas del republicanismo y la institucionalidad.
Vaciaron de contenido al Tribunal de Cuentas como órgano de control porque estará en manos de la oposición, incrementaron la posibilidades de gastos discrecionales y decidieron cambiar –una vez más– las normas electorales.
Aquella reforma electoral de 2008, nacida del escándalo de los comicios de 2007, puso a Córdoba a la vanguardia. Pero de aquella fecha hasta hoy, se fueron dando contrarreformas, que siguen favoreciendo la cancha inclinada que supuestamente se iba a evitar con la reforma de 2008.
Aquellos discursos del diálogo, los consensos, la negociación, el acuerdo terminaron con un incremento de la facultad que tiene el gobernador de fijar la fecha electoral con apenas un par de horas de tratamiento.
Esa distancia de una campaña y la realidad es conocida de sobra por estos lares y es una de las grandes deudas de la democracia en su cuadragésimo aniversario.
Esa distancia es el enorme interrogante para toda la Argentina en apenas unas horas. Se cierra el domingo un proceso electoral sin precedentes, que se abrió ya a mediados del año pasado con amplios y claros favoritos, que terminaron mirando de afuera la definición.
