Hace menos de nueve años, el 11 de diciembre de 2013, Julián López dejaba la intendencia de Melo, un pequeño pueblo del sudeste provincial, para asumir como ministro de Agricultura.
Fue un manotazo de José Manuel de la Sota a las nuevas generaciones del peronismo para “oxigenar” su gabinete, sacudido por el acuartelamiento de la Policía provincial ocurrido una semana antes.
Este lunes 19 de septiembre de 2022, el celular de López volvió a sonar: la voz de otro gobernador le comunicaba que en 24 horas se haría cargo de la silla más caliente del Gobierno: un ministerio que deberá combinar la rosca política entre más de 400 intendentes con atender el principal reclamo del electorado: la inseguridad. Una brasa así de caliente.
Hortelano del perfil bajo, Julián López es amigo del vicegobernador Manuel Calvo y mantiene una excelente relación con Martín Llaryora. Los tres convivieron en aquel último gabinete de De la Sota, donde, como parte de la nueva guardia, desembarcaron en auxilio de un gobierno que parecía herido de muerte tras la dramática noche del 3 de diciembre.
Calvo tomó protagonismo como ministro de Obras Públicas, mientras que Llaryora fue designado ministro de Producción.
En la segunda gestión de Juan Schiaretti, hace casi siete años, López recaló en la Legislatura provincial, donde condujo una comisión estratégica, Asuntos Constitucionales, zaranda fina de los pliegos de jueces y fiscales.
Allí, sobre la base del diálogo, tejió relaciones con opositores, que lo elogian como “una persona simple, consciente de sus limitaciones y predispuesta a dialogar”.
Cuando Schiaretti fue elegido gobernador por última vez, lo designó ministro de Justicia y Derechos Humanos. Los conflictos entre el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo no pasaron por él: el primero fue entre el Tribunal Superior de Justicia y Silvina Rivero, la ministra de Coordinación.
El último, entre los supremos y Oscar González, jefe de la Legislatura, por el polémico proyecto de creación del Ministerio de la Defensa.
Hubo un tercer punto de tensión con la Justicia, del que ahora no podrá desentenderse: el (¿mal?) funcionamiento de unidades exprés en el Ministerio Público Fiscal, esquema que estaría generando la “sensación” de una “puerta giratoria”.
Aunque la Fiscalía General es un organismo que no depende en lo funcional del Poder Ejecutivo, el brazo operativo de aquella, la Policía sí, por lo que la coordinación es imprescindible. Hasta ahora, la conjunción de esos dos mundos la realizaban el saliente ministro Alfonso Mosquera y Juan Manuel Delgado, el fiscal General.
Expectativas
En el “serpentario” judicial hay expectativas: los fiscales que critican el funcionamiento operativo del Ministerio Público esperan que el cambio de uno de los interlocutores –López, empoderado al aglutinar dos funciones clave para Schiaretti– modifique el día a día en las unidades judiciales.
Quienes valoran su “humanidad” destacan que López tuvo un rol fundamental en las dos grandes crisis que soportó Schiaretti en los últimos tiempos. Dio la cara ante Soledad Laciar, la madre de Blas Correas, al presentarse en la inauguración del memorial ubicado a pocos metros de donde el adolescente fue fusilado (y donde policías habrían intentado encubrir el crimen, según la acusación).
El dato no pasa inadvertido en medio del juicio por el asesinato que tiene en el banquillo a 13 policías.
También fue quien semanas atrás llevó a las madres del Neonatal a una audiencia con el gobernador Schiaretti, una reunión que delimitó el daño provocado por el ocultamiento inicial del caso que ordenó el Ministerio de Salud, crisis que derivó en la salida de Diego Cardozo. “Reflejos y sensibilidad”, dice un colega que lo valora y que pone otro ejemplo: la reunión con los familiares de Sol Vignolo y de Agustín Burgos, las víctimas fatales de la tragedia de la Circunvalación.
En lo político, López tiene el desafío de mantener el aceitado funcionamiento de la Mesa Provincia-Municipios e impedir que los intendentes peronistas que orbitan en torno a Martín Gill conformen una galaxia propia.
No está claro aún si retendrá una de las funciones políticas que tenía hasta hace horas su predecesor, Facundo Torres: ser la “avanzada” a las visitas de Martín Llaryora, en el marco de la estrategia que el intendente capitalino desplegó para posicionarse en el interior provincial.
Torres realizaba al menos una gira por semana a localidades del interior, que en los últimos meses coordinó con el equipo de Llaryora.
A modo de postal, vale contar lo que ocurrió el viernes 17 en Brinkmann, cuando el exministro de Gobierno y el intendente capitalino desembarcaron en la Fiesta de las Colectividades, cuyo escenario le sirvió al precandidato a gobernador de Hacemos por Córdoba para dar un encendido discurso en defensa del campo.
Si López ocupará el rol de Torres es una de las dudas en estas primeras horas como ministro.
En su primer discurso como ministro, López dio una señal de continuidad respecto de su antecesor: confirmó, como lo hizo el exministro de Gobierno desde fines del año pasado, que la “re-re” de los intendentes no está en la agenda del gobernador Juan Schiaretti, un golpe en el estómago de quienes se ilusionaron con habilitarla por única vez.
Como ejemplo de su “hábil muñeca”, recuerdan que López fue un pionero en una de las preocupaciones que atraviesa al peronismo en estos tiempos de recambio biológico: cuando De la Sota le dio “los fierros” como nuevo referente del departamento Roque Sáenz Peña, lejos de apuntarle al histórico referente Sergio Busso, actual ministro de Agricultura, tejió con él una alianza que aún perdura, un acuerdo entre las dos generaciones, entre los dos peronismos.
