Las elecciones del domingo 26 están totalmente sobrevaloradas: resulta absurdo que estemos hace tres meses con el Jesús en la boca por el hecho de renovar un tercio de los miembros del Senado y la mitad de la Cámara de Diputados. Hoy La Libertad Avanza (LLA) tiene apenas seis miembros en la Cámara Baja y 37 en la Cámara Alta. LLA no arriesga ninguno en el Senado y sólo ocho en Diputados. Con una buena elección, sumará bancas; con una mala elección, también. Nunca estuvo cerca de llegar a la mayoría propia, ni siquiera haciendo una asombrosa elección.
Hoy por hoy, el objetivo central del oficialismo es asegurar un tercio en Diputados para mantener el poder de veto, en alianza con el PRO. En el Senado, eso es imposible. Pero todo indica que, salvo una catástrofe electoral, lo logrará: los escenarios más pesimistas dejan al oficialismo en el umbral de los 86 legisladores.
Pero, aunque no haya demasiado en juego y aun ganando en la derrota, estas elecciones legislativas revelan una cosa ahora y demostrarán algo mucho más profundo la noche del domingo, cuando se conozcan los resultados.
El problema político
La primera revelación es que estamos ante un problema. Y el problema emergió en el camino: el programa económico tenía fragilidades que se acentuaron por una cadena de errores propios en el plano político. Es contrafáctico saber qué hubiera pasado si la política no metía la cola. Pero es casi un deber de quien gobierna saber que la política siempre puede meter la cola. Las negras también juegan.
Milei y los suyos pensaron que tanto el Congreso como los gobernadores se iban a quedar de brazos cruzados, quietos tras la domada de 2024; pero no. Obvio. Activaron causas muy legítimas y de alta sensibilidad social y el Gobierno empezó a correrlos de atrás. Perdió el control de la agenda política y no logró contener los embates del Congreso.
Aparecieron los audios de Diego Spagnulo; perdió por casi 14 puntos en la provincia de Buenos Aires; Axel Kicillof se perfiló como presidenciable, y los turbios vínculos de José Luis Espert con un narco le dieron el golpe de gracia. Lejos de retroceder, Milei acentuó sus malos modales: siguió cosechando enemigos y heridos en el camino, que hoy se cobran las facturas con aires de revancha.
Sin embargo, el pragmatismo y la cintura que Milei no quiso ejercer este año parece que ahora se han puesto en marcha, con el acercamiento a Mauricio Macri y hasta el trascendido de que podrían incorporarse al gabinete figuras de PRO. Incluso se ensaya el diálogo con algunos gobernadores y hasta se negoció con figuras del kirchnerismo para dilatar el tratamiento del proyecto de ley que limita el uso de los decretos de necesidad y urgencia.
No es menor la conformación que tendrá el Congreso después del 10 de diciembre, si es que se pretende avanzar con las tan nombradas reformas de fondo. No es que los resultados no importen, pero está claro que, cuando se quiere, se puede negociar.
Las dificultades económicas
Donde más dificultades aparecen hoy es en el plano económico. Ni con la gran bazuca del Tesoro de Estados Unidos se está logrando calmar a los mercados. Hay dos lecturas posibles: que estos teman de verdad un regreso del kirchnerismo al poder en 2027 o que estén convencidos de que después del 26 de octubre el equipo económico no podrá sostener el esquema de bandas.
Si eso pasara, el dólar debería flotar con más libertad e irse más arriba, algo que el Gobierno insiste en que no hará. Esa negación del problema también explica el nerviosismo, aunque es obvio que a una semana de la elección nadie saldrá a reconocer justamente ese problema.
El apoyo de Estados Unidos es inédito: compra pesos en el mercado, abre una línea de swap con el Banco Central y negocia otra similar con bancos privados para comprar deuda argentina. Hace cuatro semanas que Washington redobla las apuestas de rescate.
¿Qué ve Estados Unidos en esta elección? ¿Es tal el “enamoramiento” con Milei? Da la sensación de que Donald Trump percibe, como muchos otros, lo difícil que es construir capital político en la Argentina y cómo todo puede tambalear cuando el mercado (y la gente común, que forma parte “del mercado”) interpreta que ese capital –por H o por B– es insuficiente y que le queda poco aire.
Esperando la normalidad
La Argentina viene intentando cada 10 años, desde la década de 1990 hasta esta parte, que un plan de estabilización macroeconómica funcione. Lo aplica, pero fracasa, fruto de la impaciencia social o del peronismo, que es insufrible cuando no está en el poder. Se nos está yendo la vida esperando la normalidad.
El camino es por acá, con Milei o sin Milei. Es lo que la región hizo ya hace rato: apertura comercial, superávit fiscal, menos presión impositiva y un Estado de manos más cortas pero ágiles cuando debe intervenir en la economía. Que Milei gobierne lo que los ciudadanos decidan; poco importa si son las fuerzas del cielo o de dónde.
Sin orden macroeconómico, no hay nada: ni una universidad pública pujante, ni una ciencia que avance, ni un sistema previsional que pague lo justo a todos, ni una industria competitiva. Nada. Hace 40 años que le ponemos parche sobre parche a un Estado que repartió lo que era ajeno y no hizo más que multiplicar el pobrismo.
Que quienes sucedan a Milei en el futuro no se sientan llamados a refundar la Argentina: la cancha tiene que estar más o menos marcada, inmune a las recetas kirchneristas que nos trajeron hasta acá. No podemos resetear la economía y la política en cada ciclo electoral. Es por acá, pese a Milei.