El enojo del presidente Alberto Fernández con los votantes de Córdoba es lógico. En dos años, el Frente de Todos no ha parado de descomponerse electoralmente.
El caudal de votos dilapidado es monumental: varía entre 460 mil y casi 300 mil, dependiendo sobre qué se lo compare.
En los comicios presidenciales de 2019 –aquellos que a nivel nacional le dieron un holgado triunfo al candidato designado por Cristina Fernández–, el mismo Frente de Todos que en las últimas Paso tocó su piso histórico en Córdoba había obtenido 666 mil votos para el tramo presidencial y casi 500 mil para la elección de diputados. En las primarias pasadas, la boleta del oficialismo nacional apenas superó los 200 mil sufragios.
La sangría es elocuente y dolorosa para el jefe del Estado y la dirigencia cordobesa: en el arranque de su gestión, Fernández había despertado una incipiente señal de que era posible conquistar parte de uno de los electorados más anti-K que tiene el país.
Por eso, tal vez, algunos dirigentes del peronismo de Córdoba se atrevieron a dejar el PJ provincial para embarcarse en una travesía de la que varios comenzaron a bajarse luego de las primarias.
Números en picada
Los números en picada del Frente de Todos en la provincia explican parte de la lógica con la que el oficialismo nacional mira a Córdoba.
A Fernández no le falta razón cuando dice que Córdoba es “terreno hostil” para el kirchnerismo. Esa mirada meramente electoral, muy típica de la política y exacerbada en campaña, impregna las expresiones del Presidente, lanzadas en una reunión privada que compartió con dirigentes de su espacio.
Esos dichos se han transformado en el combustible que alimenta el petardismo proselitista de la previa a la votación del domingo, pero desnuda una interpretación parcial de un proceso mucho más complejo, que fue tallando este sentir cordobés marcadamente antikirchnerista.
La Córdoba “discriminada” y “abandonada” por el kirchnerismo tuvo puntos de inflexión bien marcados: el conflicto con el campo, en 2008; la falta de empatía cuando la Capital ardió en el acuartelamiento policial de 2013, y la disputa judicial por los fondos reclamados por la Caja de Jubilaciones marcaron un divorcio casi permanente.
La “isla” angelocista y el cordobesismo delasotista forjaron un ADN que está a la vista de todos, pero que viene siendo indescifrable para el universo K.
Incluso desde 2019 hacia acá, período en el cual la obra pública nacional se ha reproducido en el territorio cordobés y los fondos previsionales comprometidos fluyen sin trabas.
Sin revelar novedad alguna –Córdoba ha dado muestras sobradas de ser refractaria al kirchnerismo o a cualquier versión derivada de ese movimiento fundado por Néstor Kirchner–, Fernández tocó una fibra íntima en un momento inoportuno.
Allí reside su último pecado, que, por supuesto, tiene consecuencias políticas aunque queda por ver si también electorales: ¿puede caer más el Frente de Todos en Córdoba?
Para Hacemos por Córdoba y Juntos por el Cambio, la supuesta desintegración nacional que padece Córdoba y su irreverente accionar de siempre “parecer algo distinto”, según Fernández, es un aporte incalculable para legitimar los discursos que ambos sectores opositores vienen sembrando en el electorado y que ya tuvo una primera buena cosecha en las Paso.
El Gobierno nacional ratificó una vez más que es el mejor jefe de campaña de sus adversarios.
