La promesa del presidente de YPF, Pablo González, y del CEO, Sergio Affronti, fue tan clara como arriesgada: los precios de los combustibles no se volverán a tocar hasta fin de año.
Lo dijeron el 14 de mayo, luego de advertir que la nafta iba a subir un 5 por ciento ese fin de semana, para acumular un 34,3 por ciento en lo que va de 2021.
La estrategia fue evidente: pagar todo el costo político ahora, en la primera mitad del año, para separar la “inyección de inflación” que siempre suponen las subas de la nafta lo más lejos posible de las elecciones del último cuatrimestre.
Lo cierto es que como táctica de política económica podría funcionar: compensar lo más posible ahora a las petroleras por la falta de incrementos durante el año pasado, acallar los reclamos, soportar una suba mayor del IPC hasta junio y liberar la presión en los precios en los meses que siguen.
A la misma estrategia la han llevado a cabo todos los gobiernos pasados, de todos los colores políticos.
Pero surgió un problema: el crudo. El precio internacional del petróleo comenzó una nueva escalada alcista la semana pasada que se siguió fortaleciendo estos días, modificando una variable clave para el anclaje del precio de los combustibles.
En efecto, los futuros del Brent, variedad de crudo que rige como parámetro para establecer los precios de la región, trepó hasta los 72,5 dólares, valor que no se registraba desde abril de 2019, hace más de dos años.
En subida
Impulsado por la mayor demanda a partir de los desconfinamientos mundiales (especialmente en los Estados Unidos) y una oferta todavía estratégicamente controlada por los países productores de la Opep (algo que decidieron en medio de la crisis de precios por la pandemia), el petróleo no parece tener intenciones de mantenerse en torno a los 60/65 dólares, como necesitaría YPF (y el Gobierno), sino varios dólares más arriba: entre 70 y 80.
Si así fuera, la ecuación se estrecha para YPF y “aguantar” hasta fin de año sin más incrementos en el valor de los combustibles será una cuestión mucho más política que económica.
Es que la brecha entre el valor de cerca de los 55 dólares que YPF les paga a los productores de petróleo ahora y los 65 dólares a que estaba cotizando el Brent en los mercados internacionales hasta la semana pasada era sostenible porque, entre retenciones y costos de traslado, los precios se terminaban equilibrando.
Con el crudo a 70, 75 y, mucho menos, a 80 dólares, esa paridad se complica y la presión sobre el precio de las naftas se volvería mucho más compleja de sostener sin la inyección de algún tipo de soporte estatal.
Aquí otro problema: a la planilla de Excel de Martín Guzmán, titular de Economía, no le sobra nada por el lado del gasto (como para sumar aún más subsidios) y, mucho menos, por el lado de la inflación.
La suba de precios según el IPC nacional ya acumula 17,6 por ciento hasta abril y, con el adicional de mayo (se espera entre 3,2 y 3,7 por ciento), se irá al 20 por ciento en sólo cinco meses.
La meta del ministro que quedó plasmada en el Presupuesto –hoy ya incumplible– habla de 29 por ciento interanual en diciembre.
Nada en el horizonte
Gabriel Bornoroni, presidente de la Confederación de Entidades del Comercio de Hidrocarburos y Afines de Argentina (Cecha), no ve, por ahora, un aumento en el horizonte próximo. “No hay ningún indicio que de la pauta que aumente el precio”, le dijo esta semana a La Voz.
El litro de nafta súper se vende en Córdoba a 99 pesos, un 34,3 por ciento más que el último día de diciembre de 2020.
El combustible aumentó todos los meses
