La elección del estadounidense con Robert Prevost como nuevo Papa León XIV está generando atención mundial por el perfil social del sucesor de Francisco y su estrecho vínculo con América Latina.
En ese contexto, cobra relevancia una historia poco explorada: la fuerte, aunque hoy casi olvidada, presencia de la Orden de San Agustín en el territorio que hoy forma parte de la Argentina. Lejos de ser anecdótica, esta presencia tuvo un papel clave en los inicios de la Iglesia en la región y conecta directamente con la tradición religiosa que hoy representa León XIV.
Aunque los primeros intentos de los agustinos por asentarse en Buenos Aires fracasaron en el siglo XVII, fue en la región de Cuyo donde esta orden religiosa encontró suelo fértil.
Allí establecieron conventos en San Juan y Mendoza, desde donde desarrollaron un apostolado integral que combinaba la educación, la producción agrícola, el arte manual -como la alfarería-, la labor sacerdotal y el acompañamiento en hospitales y comunidades indígenas.
Los agustinos y Córdoba
El vínculo directo de la Orden de San Agustín con Córdoba se da a través de dos figuras históricas clave.
En 1634, el agustino Fray Melchor Maldonado de Saavedra fue nombrado obispo de la diócesis de Córdoba del Tucumán, cargo que desempeñó durante 27 años, siendo decano del episcopado sudamericano en ese tiempo.
Maldonado fue un férreo defensor de la libertad de los pueblos originarios y un incansable visitante pastoral de su diócesis. A su muerte, en 1686, lo sucedió otro agustino: Fray Nicolás Hurtado de Ulloa, prior del convento de Lima, quien también ocupó la sede cordobesa hasta su fallecimiento.
Estos hechos, documentados por la Orden de Agustinos en América Latina (OALA), demuestran que la relación entre esta orden y Córdoba no es circunstancial. En el sitio oficial de la organización, se detallan las etapas de fundación, expansión y retroceso de la presencia agustiniana en la región, así como su compromiso social durante momentos clave de la historia nacional, como el proceso independentista.
En efecto, los conventos de San Juan y Mendoza aportaron bienes, tierras, mano de obra e incluso sus propios claustros para el uso del Ejército de los Andes en 1817. “Todas nuestras posesiones y nosotros estamos sujetos a sacrificarnos en obsequio de la Patria”, escribieron los frailes mendocinos al gobierno local, en un testimonio de fuerte compromiso con la causa revolucionaria.
El colapso de los agustinos en Argentina
A pesar de este protagonismo, las reformas liberales del siglo XIX y la llamada “Ley de Reforma de los Regulares” provocaron el colapso de la estructura agustiniana en Argentina.
El último fraile del convento de Mendoza murió en 1835, y la comunidad de San Juan resistió hasta 1876.
Con su desaparición, muchas de sus iglesias, haciendas y colegios fueron expropiados o destruidos.
El terremoto de 1861 en Mendoza terminó por borrar buena parte del legado arquitectónico de la orden.

A comienzos del siglo XX los agustinos retomaron su presencia en el país, esta vez desde Buenos Aires, con la fundación de colegios y parroquias en distintas provincias.
También se los encuentra actualmente en Salta y en la Prelatura de Cafayate -una jurisdicción eclesiástica del norte argentino confiada a la orden- que abarca territorios de Salta, Tucumán y Catamarca.
León XIV, que además de su origen estadounidense tiene una fuerte raíz latinoamericana tras su paso por Perú como obispo de Chiclayo, se formó en la espiritualidad agustiniana, una corriente profundamente enfocada en la comunidad, la verdad interior y el servicio a los demás.